La violencia y su sombra. María del Rosario Acosta López
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Esas manifestaciones bien podrían mostrarse como hechos excepcionales en el contexto de una organización política en la que no tienen cabida y no pueden ser pensadas. Sin embargo, pueden ayudar a reflexionar acerca de una organización de la experiencia temporal diferente a la signada por la imagen del progreso. La relación entre las formas jurídicas de organización modernas y las prácticas míticas de la violencia no puede ser formulada en modo de relaciones de sucesión progresiva, sino que deben ser entendidas como coexistentes. La violencia sigue manifestándose de modo sincrónico a la organización de formas jurídicas que se supone la han desterrado. La temporalidad histórica se experimenta así de modo esquizoide: las personas sienten que no se logra el progreso porque no se han eliminado las lacras que no dejan realizar la promesa a plenitud, pero, a la vez, están convencidas de que se encuentran en un momento histórico privilegiado en relación con las épocas anteriores. Se siente a la vez el progreso y el retorno persistente de las condiciones que no dejan realizarlo.
En lo que tiene que ver con la relación entre lenguaje y violencia, este modo de poner las cosas es especialmente interesante, porque las sociedades democráticas contemporáneas y los discursos que las legitiman plantean recurrentemente la importancia del uso de la palabra en forma de deliberación y de participación, como un requisito sin el cual no es posible su realización plena. La reflexión que posibilita la persistencia del motivo de la lengua violentada —tanto desde el punto de vista simbólico como el fisiológico— puede mostrar el problema de la realización del proyecto democrático y de las tesis que lo postulan como el mejor sistema de organización social posible. Esa realización no será posible mientras no se tomen en cuenta, hasta un punto límite, las posibilidades mismas del lenguaje para contener la violencia efectiva que es causada sobre los hablantes, y para repensar las razones que explican el hecho de que la sociedad que la ejerce sea la misma que pretende haberla superado.
Conclusiones
En torno al modo como el pasado influye en el presente, es posible encontrar uno de los más importantes puntos de comparación entre la obra de los dos autores. Es importante resaltar la confluencia que las concepciones de historia de Warburg y Benjamin tienen en cuanto a la figura que podría caracterizarse como la del pasado inconcluso o del pasado sobreviviente, esto es, un pasado que, exigiendo su consumación, continúa operando en el presente. Desde este punto de vista, el pasado no se considera un acto, sino una potencia; una posibilidad que sigue latente debido a que los proyectos frustrados todavía están por realizarse. Es en este sentido que Benjamin afirma la existencia de “un secreto pacto entre las generaciones pasadas y las presentes” (Benjamin, 2008 [1940], p. 306).
De la relación entre los dos registros temporales, Benjamin deriva una exigencia práctica: el historiador debe prestar oídos a las voces silenciadas del pasado, pues dichas voces se presentan en la forma de un reclamo: “¿No existe en las voces a que prestamos oído un eco de las ahora enmudecidas?” (Benjamin, 2008 [1940], p. 306). El paradigma de la historia como progreso encubre dichos reclamos del pasado al entenderlos como superados. Frente a este encubrimiento, Benjamin apela a la escucha de las voces que han sido enmudecidas por la historia de los grandes acontecimientos y que proceden desde la pérdida.
Aquello no es distinto de algunas afirmaciones que hizo Aby Warburg con respecto a su investigación con las imágenes. En el texto sobre el retrato en la burguesía florentina (Warburg, 2005, pp. 147-176), Warburg considera que en los cientos de documentos de los archivos “continúan vivas las voces” de los difuntos que aparecen retratados en las diferentes pinturas del Renacimiento florentino; el historiador puede “devolver el timbre a estas voces si acomete el esfuerzo de restablecer la natural correspondencia entre la palabra y la imagen” (Warburg, 2005, p. 149).
El presente capítulo pretendió establecer relaciones entre las imágenes de unas lenguas violentadas a cuyos reclamos silenciados se quiso prestar una voz por medio de la interpretación de algunos vestigios visuales que han sobrevivido el paso del tiempo. El objetivo del ejercicio fue el de mostrar cómo cierta manera de poner en relación los fragmentos visuales —a la que subyace una concepción de la temporalidad alternativa a la del progreso o la de la fatalidad— posibilita el establecimiento de lo que Warburg llama “distancia reflexiva” (denkraum) entre los violentos pathos que esas imágenes hacen visibles y las respuestas emotivas y contemplativas que los espectadores puedan tener con respecto a ellas. Esto permite, en términos de Benjamin, allanar el camino para dar el paso desde las alegorías fragmentarias y nostálgicas que ponen en juego la crisis de la representación, hasta un montaje dialéctico con el que se puedan establecer relaciones entre estos fragmentos para que pongan en escenas sus posibles significaciones, y que además permita encontrar correspondencias entre las diferentes épocas de la violencia en Colombia.
Abordar desde la perspectiva del montaje la recurrencia de las imágenes de la lengua violentada debería ser entonces una suerte de ejercicio heurístico —de despolarización y repolarización— que confronte su continua proliferación, que permita pensar los motivos de la supervivencia de las prácticas a las que refiere su imagen; en otros términos, que posibilite plantear la pregunta de por qué las condiciones de modernización de la sociedad actual no han podido erradicar la violencia contra los hablantes. No tanto para afirmar perplejos que el tiempo es un círculo mítico, sino para buscar razones que lo expliquen, para preparar las condiciones de su salida o de su puesta en suspenso.
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