Agonía en Malasia. Verónica Foxley

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Agonía en Malasia - Verónica Foxley

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que subiría con ellos el Monte Everest cuando se le venciera la visa australiana en octubre del 2016, pero por problemas de plazos migratorios sus amigos partieron antes que él.

      En septiembre del 2016 Fernando salió de Chile con destino a Nueva Zelanda para iniciar su ansiado proyecto de trabajar y vacacionar en ese pequeño y remoto país. Durante las primeras semanas, y junto a un alemán y a otras amistades que había conocido allá, recorrió la Isla Norte, la más poblada de las dos que componen Nueva Zelanda, con casi cuatro millones de habitantes, que en lengua maorí se llama Te Ika a Maui o “Pez de Maui” en su traducción.

      El destino empezaba a bosquejar el horizonte y a unir los caminos de ambos chilenos, porque mientras Fernando paseaba, Felipe hacía una escala de avión en el aeropuerto de Kuala Lumpur para seguir rumbo a Nepal y de ahí alcanzar el campamento base del Monte Everest, ese momento mágico que quedó inmortalizado en un video que subió a su cuenta de Instagram. Con anteojos de sol, un gorro azul y mochila a la espalda decía: Allá está el campamento. Estamos rodeados por el glaciar más grande del mundo. Único. Ú-NI-CO. Al fondo la imponente imagen de las montañas y los banderines de colores típicos. Abajo el abismo y allá otro acantilado. Ese que se ve ahí es el Everest, lo más cerca que he podido llegar hasta ahora”.

      Al terminar ese viaje partió a Nueva Zelanda.

      Aún sin conocerse, cada uno recorrió diferentes ciudades y parajes. Eran dos hombres felices, encandilados en medio de tanta luz. “Persigue tus sueños aunque todos piensen que estás loco… solo tú sabes dónde está tu felicidad”, posteaba Fernando por esos días.

      Ni bien llegó a Nueva Zelanda, Osiadacz se instaló en Christchurch, ciudad ubicada en la Isla Sur a trescientos kilómetros Wellington, la capital de Nueva Zelanda, siguiendo el consejo de otro amigo de Viña del Mar quien estaba viviendo allí. Fue cuando conoció a Yasser Nahas, alias El Turco, quien llevaba un tiempo en el país junto a un grupo de uruguayos. Felipe se instaló con ellos y rápidamente se convirtieron en una suerte de hermandad. Con Yasser se produjo una conexión inmediata. Tenían gustos similares y eran quienes se encargaban de organizar los paseos y las salidas nocturnas. Por las mañanas El Turco partía a trabajar a un frigorífico donde las extensas faenas le reportaban un ingreso de 4000 dólares por mes, una cantidad que le permitía vivir bien y viajar por el país. Felipe, en tanto, había recibido el dinero de la devolución de impuestos de Australia, así es que con parte de aquella le compró a su amigo Yasser su Toyota Celica verde oscuro del año 1991 en el que se movía a sus anchas por la zona. Luego empezaron los trabajos, primero en el rubro de la construcción y más tarde —junto a un amigo uruguayo— en Synlait, una enorme y moderna planta lechera. Allí tenía dos turnos de doce horas y su labor consistía en limpiar y hacer controles de calidad.

      En el grupo de Felipe todos eran solteros y los fines de semana iban a fiestas latinas a tomar cervezas en algún pub local o simplemente se quedaban en sus cabañas viendo películas en Netflix, las que disfrutaban comiendo pizzas. También, y dependiendo de los turnos laborales, paseaban por los alrededores de Christchurch.

      En este ambiente de camaradería que discurría en un país civilizado y seguro, cuyas tasas de criminalidad son unas de las más bajas del mundo, se sentían a sus anchas. Sin embargo, hubo un episodio que perturbó por unos minutos la tranquilidad del grupo cuando un hombre intentó robarles en las cabañas donde se hospedaban. Pero el miedo duró poco. A los tres minutos llegó la policía y solucionó el problema llevándose detenido al intruso. Pero aquel momento, si bien desagradable, no pasó de ser algo anecdótico en una nación que les garantizaba posibilidades de trabajo y calidad de vida. A cambio, los amigos sabían cuáles eran sus obligaciones respecto de las leyes locales y tenían muy claros sus propios límites: manejar sin alcohol en la sangre y respetando estrictamente el límite de velocidad. Si querían seguir allí no podían manchar sus papeles de antecedentes. Por ello su conducta debía ser intachable.

      Aprovechando las excelentes condiciones que ofrecía el turismo aventura en ese país, en diciembre del 2016 sus compañeros partieron a la Isla Norte a hacer un circuito de trekking y kayak. Felipe necesitaba juntar dinero y por eso, en vez de sumarse al grupo, se fue al sur a trabajar en las plantaciones de cherries. Duró solo unos días porque no le gustó. Entonces, tomó su auto y manejó a toda velocidad hasta Gisborne, una pequeña ciudad ubicada en la Isla Norte conocida por su gastronomía, los vinos y el surf, donde lo esperaban sus amigos para celebrar el Año Nuevo.

      Osiadacz y Candia cruzaron sus destinos por primera vez el día 30 de diciembre en el hostal para mochileros llamado Flying Nun Backpackers o “monja voladora”, que antiguamente había albergado un convento. En la fachada de este adusto edificio había una colorida imagen de un ángel que le confería un cierto aire ecléctico. En el jardín, una casa rodante en desuso, desvencijada y llena de grafitis que por las tardes los mochileros convertían en un lugar de encuentro y cervezas. Las grandes habitaciones, con camarotes para diez personas, y los espacios comunes del hostal estaban pensados para que los turistas de distintas partes del mundo interactuaran con facilidad. El ambiente no podía ser mejor para recibir el Año Nuevo.

      El Feña y Felipe se cayeron bien desde el primer momento y, al día siguiente, en la víspera del nuevo año, partieron junto al grupo a una fiesta de neozelandeses en un campo cercano, a la que no estaban invitados, razón por la cual no los dejaran entrar. Felipe se fue de vuelta al albergue con los demás y Fernando con unas amigas a la playa. La noche fue intensa para ambos y se acostaron cuando el sol ya iluminaba la ciudad.

      Eran tiempos felices, no tenían preocupaciones y el sol y la playa convertían la aventura en unas vacaciones de ensueño. Por esos mismos días, en enero del 2017, en una playa cercana chilenos y uruguayos se enfrentaron en un partido de fútbol que terminó con Felipe con un esguince en el tobillo y una incómoda bota que le pusieron en el hospital. Tras unas semanas se recuperó y se sumó al trabajo de sus compañeros —entre los que ya se incluía a Candia—, en una cosecha de choclos cerca de Gisborne. Cada mañana les llegaba un mensaje al teléfono que contenía un mapa con la ubicación del predio. Entonces tomaban sus camionetas, llegaban al punto que indicaba la pantalla, se echaban bloqueador, guantes y empezaban a sacar los frutos del maíz.

      Aproximadamente dos meses más tarde, Felipe regresó a Christchurch y otra vez aplicó para trabajar en la lechera Synlait. Fue allí que conoció a la belga Gaelle Sevrin. El amor fue instantáneo y nueve días después la muchacha ya se había instalado a vivir en la misma casa que él. La vida era demasiado buena para ser cierta. Una de esas tardes de abril, y tras buscar la ruta más barata para empezar la travesía por Asia, compraron los pasajes. Gaelle se les sumaría un poco después. La primera escala sería en Malasia, donde el plan consistía en visitar algo de Kuala Lumpur y luego las famosas Batu Caves, uno de los santuarios hindúes más famosos e imponentes del mundo. Luego, esa misma tarde partirían a Tailandia.

      El primer período de amor se trasladó a las fotos que Felipe subió a su cuenta de Instagram, donde aparecen abrazados y felices en medio de imponentes campos verdes, montañas nevadas, mares con fondos turquesa y acantilados. La muchacha, nacida en Liege, la preciosa ciudad colonial, tenía veintiocho años, el pelo rubio y liso, ojos verdes y contextura delgada. Había trabajado como gerente de recursos humanos en algunas empresas y renunciado a las rutinas laborales en su país para emprender también la aventura con la visa Working Holiday. Esos meses de relación fueron intensos en excursiones y paseos, de disfrutar juntos una aventura donde lo escénico, la belleza del país, aparece como el backstage de una historia de amor que empezaba a germinar.

      Poco después, en junio de ese año, Felipe y Gaelle se trasladaron a Queenstown, una pequeña ciudad en la Isla Sur famosa por el turismo aventura. Allí Gaelle empezó a trabajar en un centro de esquí. Paralelamente, Fernando también posteaba imágenes de él cocinando y viajando con amigas. Abrazos, amigos, despedidas, amor. Imposible llevarse mejores recuerdos y vivencias.

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