Ideología y maldad. Antoni Talarn
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↘ Además del egoísmo, ¿considera usted otros móviles de la acción humana?
Schopenhauer: Sí, otros dos: La maldad y la compasión. La maldad, no la malevolencia, busca el dolor ajeno. Y la compasión busca el placer ajeno; es una virtud que se opone al egoísmo. Para mí la ética se debe basar en la compasión.
↘ Muchas gracias por su llamada Arthur.
Llamada entrante: Buenas, con su permiso, me gustaría intervenir en este debate, soy Friedrich Nietzsche.
↘ ¡Cómo no! Adelante, por favor.
Nietzsche: No me creo eso de la compasión de mi maestro. La compasión también busca el propio placer y de un modo muy cobarde. Pero estoy de acuerdo con el doctor Freud, en cuyas ideas yo también creo, humildemente, que tuve cierto influjo.
Freud: Le saludo Friedrich. Tiene usted mucha razón. Aunque a mí me costó mucho reconocerlo, otros, como Adler, lo hicieron por mí. Ya sabe usted que yo era un poco celoso con respecto a lo que llamaba mis investigaciones. Le ruego no me lo tenga en cuenta.
Nietzsche: Agua pasada, amigo. No se preocupe. El rencor es hostil a la vida y el reconocimiento ajeno no me importa mucho.
Freud: Gracias, pero, por favor, explíquenos su visión de la maldad.
Nietzsche: Suele entenderse que el malo es el que causa daño voluntariamente a otro. Pero quiero señalar que todas las llamadas «malas acciones» están motivadas por distintos instintos; no son malas por esta motivación. El causar dolor sin más, por sí mismo, citado por Schopenhauer, no existe. Llamamos inmoral a una persona que causa daño porque suponemos que el agente actúa voluntaria y libremente. Pero esto es un error. El hombre, como los demás animales, está configurado para buscar su conservación, aún si con ello incurre en lo considerado como mal. Por lo tanto, el hombre no actúa ni bien ni mal; simplemente actúa. Si retomamos el ejemplo del Dr. Jekyll, mencionado antes por mi buen amigo Kant, veremos cómo lo que busca con sus transformaciones, en el fondo, es satisfacerse. Recuerden sus palabras: «avidez, placer, libertad de espíritu, fogosidad, aversión por la aridez de la vida…»
↘ Esto parece justificar los actos malvados. Ya le criticó Bertrand Russell, si no recuerdo mal. Este ilustre inglés le dijo que no es ético actuar solo en base a los propios deseos y que lo bueno no puede ser lo mismo que lo deseado. Si algo es bueno para mí, pero malo para el otro, estamos frente a un problema. Las valoraciones morales no pueden ser estrictamente personales.
Nietzsche: En absoluto trato de justificar nada. Solo trato de explicarlo. Intento explicar la naturaleza humana y asumo que llamamos moral o inmoral a acciones largamente valoradas por una tradición, una costumbre, unas leyes. Opino que los fuertes son creativos, buscan alcanzar el máximo de sus potencialidades, son transformadores, intrépidos, imponen su voluntad a su entorno, dan ejemplo de lo que es la vida para el resto de la humanidad. Mi teoría es que la moral es un invento de los débiles para controlar a los fuertes, para protegerse. Se llama, entonces, mal a lo que el fuerte tiene que hacer para perseguir sus objetivos y bien a lo que sirve a los intereses de los débiles. Ahí estaría la ética impersonal de Russell que usted cita, pero este no es el punto que quería subrayar. Yo apunto a lo más íntimo del ser humano. Con esto me despido, porque no quiero robarles más tiempo.
↘ Muchas gracias por su llamada. Una opinión controvertida, sin duda.
Freud: Sí, pero en algún punto, cargada de razón. Esta idea de que conceptualizar las acciones como buenas o malas tiene algo que ver con la tradición no es descabellada. A veces se ha calificado como maldades conductas que van contra las tradiciones establecidas, como la masturbación, la homosexualidad, la resistencia a la tiranía, los juegos de azar, las drogas y demás. Pero lo que me gustaría señalar es que Nietzsche hablaba de la autoconservación y yo, en mis escritos posteriores, modifiqué un tanto la cuestión. Señalé la existencia de una pulsión de vida, que busca el placer y otra que se le opone y a la que llamé pulsión de muerte. Esta pulsión de muerte es innata, destructora, la podemos ver en el sadismo o en el masoquismo, en el sentimiento de culpa que aparece en la neurosis obsesiva o en la melancolía, por ejemplo; y también en otras acciones humanas como la guerra. Por eso estoy de acuerdo con Hobbes: el hombre es un ser peligroso y solo la cultura y/o el Estado puede controlarlo, en parte. Hay que imprimirle una segunda naturaleza, cooperativa y social, que diría Maquiavelo.
↘ Veo que discrepa de Rousseau, que veía al hombre como un ser bondadoso.
Freud: Del todo. Como Hobbes, creo que la cultura, la sociedad, es lo único que puede refrenar las ansias destructivas humanas. De ahí el «no matarás y amarás al prójimo como a ti mismo», una idea estrictamente impuesta por la cultura.
Eibl-Eibesfeldt: Estoy de acuerdo con usted en que en el ser humano hay algo agresivo que es innato, pero solo en eso. Que haya agresión no significa necesariamente que siempre tenga que haber destrucción, como ya hemos visto. Pero le diré más, también el «no matarás» es un imperativo innato. Una norma biológica. No se mata a los miembros de la misma especie y esto hace que el grupo sobreviva y pueda reproducirse y defenderse mejor.
Lorenz: Suscribo las palabras de mi colega. Lo que buscamos, por norma general cuando nos enfrentamos a otro, no es su muerte. Como dejé escrito, el acto que calmaría mi ira agresiva no sería la muerte de mi rival sino vencerlo, física e intelectualmente. Humillarlo con un par de bofetones, con un buen puñetazo que lo dejase del todo aporreado y que reconociese humildemente mi superioridad. Nada me complacería más. Pero no destriparlo, ni matarlo a tiros. Probablemente eso me acarrearía después problemas de conciencia. Si bien, es preciso reconocer que, en algunas circunstancias, esta paliza que tan gustosamente propinaríamos se puede convertir en muerte, especialmente si hay armas a mano.
Freud: Entonces, ¿cómo explican ustedes la guerra, en las que nos matamos los unos a los otros?
Eibl-Eibesfeldt: La guerra es un producto cultural, no algo instintivo o innato. Los animales no suelen matar a los miembros de su propia especie, no resultaría útil para su supervivencia como grupo. En la agresión intragrupal, por norma general no hay muerte. Sí la hay en la agresión intergrupal, lógicamente. Pero el ser humano, en la dinámica social en la que vive y con su congénito rechazo al extraño, califica a los suyos como personas y a los demás les niega este atributo. En una guerra el enemigo no es visto como un congénere sino como miembro de una especie distinta. En la guerra el que mata no considera que mata a otro hombre, más bien cree que caza a otro animal. Y en ella, como decía antes Lorenz, la disputa se dirime con armas. Recuerden ustedes los primeros minutos de la película de Kubrick 2001, una odisea en el espacio, cuando uno de los primates descubre que puede utilizar un hueso como herramienta y como arma cambia radicalmente el tono de los enfrentamientos anteriores. La lucha por los recursos, que antes se dirimía sin muertos, se resuelve, a partir de ese momento, con la aniquilación del contrario.
Bandura: Cómo olvidar esas escenas. Estoy de acuerdo con lo que decía usted de que acabamos por considerar al otro como «no persona». Se deshumaniza al enemigo y las víctimas ya no se consideran portadoras de emociones, sentimientos o esperanzas como las nuestras, sino como salvajes, monstruos o demonios.
Fromm: Desde luego, la guerra no es solo un problema psicológico