Biodiversidad y propiedad intelectual en disputa. Santiago Roca

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Biodiversidad y propiedad intelectual en disputa - Santiago Roca

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Jeremy Rifkin postula que la humanidad no ha alcanzado aún plena conciencia de estar experimentando los inicios de una nueva era en su historia, signada por el surgimiento y desarrollo de la algenia. En esta etapa del proceso civilizatorio, la ingeniería genética habría empezado a transformar la relación del ser humano con la naturaleza, al tiempo que provocaría las más profundas modificaciones jamás conocidas en lo que se refiere a la forma de pensar el mundo y de estar en el mundo (1999, pp. 46-47). En el citado texto, Rifkin contrasta la algenia y la alquimia, exponiendo las mutaciones profundas a partir de una revolución tecnocientífica, pero también filosófica y cultural. A decir del autor, lo que está en debate es la reinvención de la propia definición de la vida y aquello que consideramos esencial (o no) en la autorrepresentación de lo humano4.

      Aun cuando hay quienes consideran excesivo denominar esta época como el siglo de la biotecnología, lo cierto es que estamos hablando de mucho más que un nuevo sector tecnológico o industrial, pues la biopolítica5 resulta siendo tributaria, en lo esencial, de estrategias de poder que pretenden un control exhaustivo sobre la vida y que se vienen desplegando desde los inicios de la sociedad moderna (Sorrentino, 2008, pp. 90 y ss.). Al respecto, Francis Fukuyama refiere que la biotecnología representa una amenaza para la integridad de la propia naturaleza humana, y a menos que sea rigurosamente regulada, podría expandir un nuevo tipo de tiranía, a través del mejoramiento genético como medio para monopolizar los recursos y el poder político (Fukuyama, 2002).

      La biopolítica explica, entonces, por qué la biodiversidad se convierte en un factor estratégico —en el ámbito geopolítico y geoeconómico— que redimensiona las agendas de poder en el escenario mundial. En efecto, como antesala de las tecnologías del siglo XXI— en especial, de la biotecnología—, la biodiversidad adquiere relevancia geoestratégica en tanto constituye un factor nuevo para la generación de valor (riqueza), en disputa con los países desarrollados y sus corporaciones biotecnológicas, por lo que las zonas que concentran los recursos biogenéticos del planeta, conocidas como regiones de megadiversidad, biorregiones o hot spots, son consideradas como las más importantes para el desarrollo deproyectos de bioprospección.

      Así pues, el problema de la biopiratería y su impacto en la gestión de la biodiversidad, en los estilos tradicionales de vida de los pueblos indígenas y en sus conocimientos, innovaciones, prácticas y tecnologías ancestrales, guarda relación directa con el creciente desarrollo de la biotecnología6, que posibilita que las corporaciones farmacéuticas y biotecnológicas utilicen y se beneficien del patrimonio biocultural7 de dichos pueblos y del conocimiento colectivo indígena o «saberes relacionales tradicionales asociados a la biodiversidad» (Pajares, 2004), incluyendo la agrobiodiversidad8, sin una retribución equitativa por haber contribuido —inter- y transgeneracionalmente— al mantenimiento de la diversidad biogenética del planeta.

      Los saberes tradicionales, en tanto sistema, se crean y re-crean permanentemente, por lo que el término tradicional no debe asumirse como«fuera de uso» (outdated), mientras que el término innovación tradicional no resulta, tampoco, una contradicción. En efecto, lo que se caracteriza como tradicional respecto de los saberes indígenas no es su antigüedad en sí, sino la forma en que se va construyendo, el modo en que se adquiere y cómo se utiliza; es decir, el proceso social de aprendizaje y distribución del conocimiento, el cual es inherente a cada cultura indígena, y que se sustenta en su tradicionalidad. Mucho de este conocimiento es realmente nuevo, en tanto contiene un significado social y un carácter legal completamente distintos, frente a la ciencia objetiva de las sociedades industrializadas y colonizadoras de la naturaleza (Graham, 2000).

      En ese sentido, a partir del desarrollo de la biotecnología, los países industrializados han desplegado una estrategia para acceder a los recursos biogenéticos del Sur global, sin considerar los derechos (registrados o no, reconocidos o no) de los pueblos indígenas, a la vez que se resisten a aceptar una negociación que implique la distribución equitativa de las utilidades provenientes de la utilización de los recursos biogenéticos. En la mayoría de los casos, solo las corporaciones transnacionales biotecnológicas perciben las regalías cuando generan nuevas variedades de plantas (derechos de obtentores) o logran patentes por productos farmacéuticos con base en la biodiversidad, mientras que las comunidades tradicionales no reciben ninguna compensación por el aporte de sus conocimientos.

      El Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) establece que los beneficios derivados del uso de la diversidad biológica, genética y de la diversidad cultural asociada (conocimientos tradicionales)9 deben compartirse equitativamente. Este acuerdo multilateral no ha sido ratificado por Estados Unidos —uno de los países que lidera la industria biotecnológica—, que, como es sabido, sostiene una política para su mercado interno y otra para el mercado externo, lo que limita la posibilidad de que se puedan conciliar intereses al respecto.

      Actualmente, la aplicación de las leyes biológicas de la herencia, conjuntamente con el develamiento de la vigencia de los sistemas de conocimiento ancestral, están redefiniendo en forma progresiva el dogma de la evolución de la sociedad contemporánea, a la vez que introducen nuevos paradigmas sociales, económicos, jurídicos, culturales, éticos y ecológicos en la orientación/transición del pensamiento y práctica universal del presente siglo.

      Mientras tanto, la visión de la vida compartimentada parece eternizarse:

      … la biología reduccionista se caracteriza cada vez más por un reduccionismo de segundo orden —el genético— que restringe el comportamiento de los organismos biológicos, incluyendo los seres humanos, a genes. Pero el reduccionismo biológico supone además un reduccionismo cultural, en la medida [en] que devalúa otras formas de saber y otras éticas de la vida; tal es el caso de la agricultura y medicina no occidentales, incluyendo todas las disciplinas de la biología occidental que no se prestan al reduccionismo genético y molecular, pero que son necesarias para relacionarse de manera sostenible con el mundo vivo (Shiva, 2001, pp. 47-48).

      Se pretende, así, validar —como en otras etapas de la historia mundial— el proceso dialéctico de colonización del Norte «rico» respecto del Sur «pobre». Una vez más, la periferia poseedora de materias primas termina sosteniendo el desarrollo industrial-económico de los Estados centrales.

       1.2. Geopolítica y geoeconomía en el siglo XXI

      La valorización del espacio —considerando la existencia de los «bancos de genes»— implica la emergencia de un paradigma geoeconómico que rentabiliza las biorregiones del planeta en forma heterogénea. En las regiones terrestres, la biodiversidad se acumula en las zonas boscosas, principalmente en los bosques y selvas húmedo-tropicales, en las regiones de transición (biomas terrestres, marinos y manglares), en las praderas marinas y en los bancos o arrecifes de coral10.

      En consecuencia, la biodiversidad de la Tierra se concentra en América Latina, el centro de África, el Sudeste Asiático, Oceanía y el segmento de islas que forman Filipinas, Micronesia y Polinesia. Este verdadero cinturón emplazado alrededor del planeta concentra cerca del 80% de la biodiversidad, sobresaliendo América Latina como el epicentro de la biodiversidad mundial.

      La Amazonía es considerada la zona de mayor biodiversidad; sobre todo, sus selvas y bosques inundados. En el otro extremo del planeta, el sur de Asia (Indo-Pacífico), que abarca Nepal, Bangladesh, Myanmar (Birmania), Laos, Tailandia, Camboya, Vietnam, Filipinas, Malasia, Sumatra, Borneo, Java y las más de siete mil islas que componen la faja de Coral y Célebes, constituye no solo la segunda reserva terrestre —caracterizada por su alto grado de endemismos y su diversidad de especies—, sino, además, la primera reserva de biodiversidad marina del mundo.

      En medio de este escenario, la prospección de la biodiversidad o bioprospección —que consiste en analizar los recursos genéticos en busca de compuestos activos para uso farmacológico, alimenticio, industrial o de defensa—

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