Biodiversidad y propiedad intelectual en disputa. Santiago Roca

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Biodiversidad y propiedad intelectual en disputa - Santiago Roca

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por información. Los recursos genéticos son, entonces, información que tiene, detrás, «funciones genéticas cifradas» específicas. Hay información genética natural, que proviene de la naturaleza misma, e información genética artificial, que surge de alteraciones o reordenamientos hechos por el ser humano y de la cual aparecen otras nuevas funciones genéticas. Los recursos genéticos no son, entonces, como señala el CDB, «… materiales de plantas […] que contienen unidades funcionales de heredicidad», sino meramente información que tiene «funciones genéticas cifradas». Según Vogel, los materiales son tangibles, pero la información es intangible. Con esta definición, argumenta, se puede crear un mercado en donde se pueda comprar y vender información genética, ya que si los recursos genéticos fueran materiales de plantas, animales o microbios, tendrían que existir miles de mercados, con la probable redundancia que ello implica, al encontrarse, en muchos de estos materiales, funciones genéticas cifradas idénticas.

      De igual manera, la palabra biodiversidad como la define el CDB (la variabilidad entre organismos vivientes de todas las fuentes, entre ellas, marinas y otros ecosistemas acuáticos y los complejos ecológicos de los que forman parte; esto incluye la diversidad dentro de las especies, entre las especies y de los ecosistemas) puede, según Vogel, abarcar cualquier cosa, desde la diversidad de especies, de razas (subespecies), pero también de individuos, por lo que si la función genética cifrada es capaz de discriminar la función independiente del taxón en que ocurre, entonces la razón para proteger una especie es la singularidad de la función genética a ese nivel. Como la función genética a nivel de los individuos es más probable que sea compartida por otros individuos dentro de la raza, estas tendrán menor prioridad para su conservación que las de otros individuos de razas en peligro de extinción. En promedio, estos últimos serán menos sustituibles por individuos de diferentes especies del mismo género, peor aún si estos individuos de la especie en peligro no tienen otras especies en su género. La mayor prioridad, desde el punto de vista de la conservación, será para los individuos dentro de la especie en peligro que sea la última de su género o la última de su familia. Con mayor probabilidad, un organismo que es el único a nivel de la familia, raza o especie tendrá muchas funciones genéticas cifradas que no se encuentran en los organismos de otras familias, razas o especies. ¿Qué cosa es la extinción? Es la pérdida de funciones genéticas cifradas que puede ocurrir en cualquier taxón, desde el individuo hasta la especie y variedades de especies. Por lo tanto, dice Vogel (1994, p. 21), la pérdida de las últimas especies en una «orden» es la pérdida de múltiples funciones genéticas cifradas, mientras que la pérdida de un individuo específico en una población sana es la pérdida de una función genética que existe en abundancia y que puede ser ignorada. De ahí que el término función genética cifrada es más importante que el concepto de biodiversidad, desde el punto de vista de la conservación, pues determina funciones y prioridades. La palabra biodiversidad no nos permite distinguir «función» y «singularidad», mientras que el término función genética cifrada sí permite hacerlo. Pero, como la función genética es información, es mejor utilizar el término información en vez del término biodiversidad.

      Si bien la función genética y su singularidad pueden ayudar a ranquear el valor (importancia) de los organismos desde el punto de vista de su conservación4 (unos pueden ser más valiosos que otros), los economistas han desarrollado, según Vogel (2007a), la teoría microeconómica neoclásica para determinar el valor de la conservación de los diversos organismos que componen la biodiversidad.

      La teoría microeconómica neoclásica explica el óptimo de biodiversidad que se debe proteger versus aquella que se puede deforestar, con la ecuación ∑ MRSrt = ∑ MRTrt, donde MRS es la tasa marginal de sustitución entre forestar (r) y deforestar (t), y MRT es la tasa marginal de transformación entre forestar y deforestar. La MRS equivale al cociente entre la utilidad marginal de una y la utilidad marginal de la otra: UMgr/UMgt, y la MRT equivale al cociente entre el costo marginal de una y el costo marginal de la otra: CMgr/ CMgt. Ambas, en términos de valor, significan que se está dispuesto a expandir/contraer las reservas hasta el punto en donde el deseo de pagar por una unidad más sea mayor/menor que el costo de mantener esa unidad. Por ejemplo, si los pagos que se está dispuesto a hacer por tener ecoturismo, prevenir la erosión de tierras, retener carbono, etc., son mayores, en el margen, al costo de explotar la biodiversidad en otras actividades que la deforestan (talar los bosques o explotar petróleo), entonces todavía se puede explotar la biodiversidad deforestándola hasta que ambos lados de la ecuación sean iguales. Pero, para encontrar estos valores, dice Vogel (2007a), se debe identificar y medir con cuidado cada uno de los beneficios de los miles de organismos que componen la biodiversidad y los costos de las actividades deforestadoras, lo que, en la práctica, es sumamente complicado. Además, ¿quién paga las externalidades negativas?5.

      Si es casi imposible valorar económicamente la conservación (versus la explotación) de la biodiversidad, más difícil aún es estimar el valor de la utilización de esta. No es lo mismo conservar que utilizar un recurso. La economía neoclásica define teóricamente el valor económico total de la utilización (VET) como el resultante de la sumatoria de: a) el valor de existencia del recurso, más b) el valor de uso actual, y c) el valor futuro potencial. Las dificultades para estimar cada uno de estos valores son inconmensurables; pero no solo eso, sino que, de acuerdo con la matemática financiera, deben traerse a valor presente los flujos esperados de pagos y determinar hasta qué punto conviene, por ejemplo, explotar petróleo por diez años versus dejar el paisaje y los árboles intactos el día de hoy. Vogel (2007a, p. 120) menciona una serie de razones teóricas y prácticas —que no voy a repetir— de por qué este tipo de aproximación es inservible y se muestra irónico con sus proponentes. De esta manera, invalida lo que él llama la «teoría y práctica de la valoración económica de la biodiversidad».

      El trabajo va más allá cuando analiza si los ingresos que genera el sistema de acceso y compartir beneficios (ABS), del PN, alcanza para conservar la biodiversidad. Por el lado de la demanda, encuentra que la compra de materia prima —mediante los contratos de acceso bilateral— se hace a precios ínfimos o con compensaciones no monetarias de poco valor como para conservar la biodiversidad. Por el lado de la oferta, dado que muchos países tienen recursos biológicos y genéticos similares, se enfrascan en una competencia y una guerra de precios que conducen a que las regalías por los recursos negociados en los contratos bilaterales tiendan a cero, con lo que, de facto, se restablece el acceso abierto a los recursos (Vogel, 2007b). Como consecuencia, los ingresos que se obtienen por los contratos no alcanzan para conservar la biodiversidad.

      En resumen, el PN y el CDB serán un fracaso (Vogel, 2010a). Valorar la biodiversidad de acuerdo con la teoría económica neoclásica tampoco llevará a ningún lado, y menos si se utilizan las técnicas del valor actual neto. Igualmente, en la práctica, tampoco se puede obtener la tasa óptima de conservación y deforestación (Vogel, 2007a). Por esta razón, según Vogel, el PN, que promueve contratos y busca la negociación de precios o regalías para los recursos genéticos y conocimientos tradicionales, no sirve para conservar la naturaleza ni para su desarrollo sostenible.

      En nuestra interpretación, sin embargo, el PN no trata tanto del tema de la conservación y el desarrollo sostenible, como arguye Vogel. Nagoya tiene como objetivo el tema de la desigualdad en la distribución de los beneficios que se obtienen de la utilización de los recursos biológicos y genéticos entre los países y las empresas que tienen la tecnología y aquellos países y comunidades nativas que poseen los recursos biológicos y genéticos.

      No hay duda de que la crítica de Vogel a la teoría económica neoclásica y al uso de la teoría del valor presente como instrumentos para valorar la biodiversidad es totalmente correcta; esas teorías no sirven en la práctica, en eso estamos totalmente de acuerdo. Pero Vogel se equivoca cuando dice que la teoría neoclásica es propia del análisis de la biodiversidad como bien público, cuando, más bien, la literatura económica dice que ese tipo de análisis se aplica a bienes privados. Los bienes públicos no se asignan por los criterios de demanda y oferta (∑ MRSrt = ∑ MRTrt),

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