Ultramaratón. Dean Karnazes
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Capítulo III
Corre con tu corazón
AQUEL QUE SUFRE RECUERDA
Galleta de la fortuna
Baja California
Mi familia se mudó del área de Los Ángeles a San Clemente, una pequeña y encantadora ciudad costera en los límites más alejados de la Baja California, también conocida como el hogar de la Casa Blanca del Oeste de Richard Nixon. El padre de mi amigo estaba al frente del Servicio Secreto de Nixon y nos dejaba caminar por el complejo para conseguir los mejores puntos de surf. En ocasiones, el ex presidente pasaba con su cochecito de golf Rolls-Royce. «¿Qué tal está el agua hoy, chicos?» nos preguntaba. «Buena, Señor Presidente», le contestábamos nosotros, y ahí lo dejábamos, con nuestras tablas de surf debajo del brazo. No hacía falta desperdiciar la brisa con Nixon cuando el surf era tan bueno.
Por más que surfeara, me seguía encantando correr.Así que cuando comenzaron las pruebas para entrar en el equipo de Cross Country estaba deseando ir. Lo que descubrí rápidamente es que en el instituto la carrera estaba dividida en dos modalidades: aquellos que corrían campo a través y los que lo hacían en pista. Había una clara distinción. El tipo de corredor que eras reflejaba claramente tu visión de la vida. Los chicos del campo a través pensaban que los corredores de pista eran estirados y repipis, mientras que los corredores de pista veían a los chicos de campo a través como un puñado de inadaptados atletas.
Primer año de instituto
Era cierto que los chicos del equipo de campo a través eran un grupo variopinto. De complexión sólida, con pelo largo y despeinado y caras raramente afeitadas, parecían más un puñado de leñadores que corredores. Llevaban pantalones cortos anchos, calcetines gruesos de lana, y gorras de un tejido peludo, incluso cuando hacía un calor insoportable. La ropa raramente combinaba.
Los corredores de pista eran altos y larguiruchos; eran velocistas de piernas largas y delgadas y espaldas estrechas. Llevaban calcetines largos y blancos, camisetas a juego y pantalones tan cortos que marcaban los cachetes de sus nalgas. Siempre parecían acicalados, incluso después de correr.
Los chicos del campo a través quedaban en las cafeterías por la noche y leían libros de Kafka y Kerouac. Raramente hablaban de correr; simplemente era algo que hacían. Los chicos de pista, por el contrario, estaban obsesionados. La velocidad era lo único de lo que hablaban. «¿Piensas que vamos a hacer trabajo de tempo hoy?» se preguntaban el uno al otro en el vestíbulo. «¿Cronometraste tus fracciones el lunes?». Los miembros del equipo de pista raramente quedaban fuera de casa pasadas las 8:00 de la tarde, ni siquiera los fines de semana. Pasaban una cantidad de tiempo exagerada sacudiendo sus miembros y relajándose. Estiraban antes, durante y después de la práctica, sin mencionar durante la pausa para la comida y la asamblea, y antes y después de usar la cabeza. Los chicos del campo a través, por el contrario, no estiraban nunca nada.
Los chicos de pista corrían intervalos y llevaban una libreta donde anotaban sus resultados. Llevaban unos relojes chulos que contaban las vueltas y registraban el tiempo de cada vuelta. La milla estaba dividida en cuatro cuartos, cada cuarto se medía y se comparaba con marcas anteriores. Todo estaba medido, diseccionado, y evaluado.
Los chicos del campo a través no tomaban notas. Simplemente encontraban un camino y corrían en él. Algunas veces las carreras duraban una hora, a veces tres.Todo dependía de cómo se sintieran ese día. Después de la carrera, pasarían a otra cosa que normalmente era hacer surf.
Yo me inclinaba hacia el equipo de campo a través, en parte porque me encantaba hacer surf, pero principalmente porque la cultura me agobiaba. Durante mis entrevistas con los entrenadores y los capitanes de ambos equipos, las diferencias eran obvias. El equipo de pista era exclusivista y jerárquico. Me sentía como si me interrogaran y examinaran. En el equipo de campo a través, por otro lado, parecía que se trataba de trabajar juntos. Corrían por el bien del equipo en lugar de por el beneficio individual. Un corredor tiene que cubrir las debilidades de otro, así los dos podrán ir juntos por los puntos débiles de la carrera en lugar de intentar «eliminarse» los unos a los otros.
El entrenador de pista, el señor Bilderback, era duro y dominante. Durante mi entrevista, hizo varios comentarios fuera de lugar sobre el equipo de campo a través, lo que parecía cruzar la línea entre una rivalidad saludable y un celo desmedido. El entrenador del campo a través, Benner Cummings, me insistió para que lo llamara Benner, no como el entrenador de pista, quien no parecía satisfecho si lo llamaba algo menos que Dios. Benner, hablaba conmigo en vez de a mí.
Era bajo, quizá 1,70 metros, y enérgico para ser un hombre de más de sesenta años.Tenía una sonrisa contagiosa y la cabeza llena de pelo de un oscuro natural. Su piel era reluciente y suave, y tenía unas cejas grandes y pobladas, que se movían cuando hablaba.
Para los chicos de instituto, respetar a alguien, y mucho menos a un profesor, es algo inusual, pero todos los miembros de nuestro equipo respetaban a Benner. Él funcionaba más como un gurú que como un entrenador, usaba métodos de entrenamiento que eran poco ortodoxos pero indiscutiblemente efectivos. Año tras año, su equipo de campo a través se situaba entre los primeros, o el primero de la liga.
El mismo Benner era un fantástico corredor, y nada le gustaba más que trabajar con su equipo. Con frecuencia, nos hacía correr el kilómetro y medio desde el colegio hasta la playa, donde dejábamos nuestros zapatos y corríamos descalzos por la orilla. Crecer en el sur de California tiene sus ventajas.Algunas veces corríamos en fila india sobre la arena blanda, siguiendo las huellas del otro y rotando al corredor de cabeza en cada torre de socorrista. Otras veces, nos mezclábamos corriendo uno al lado del otro en grupos de dos y tres.
Mi carrera de entrenamiento en la playa favorita era «perseguir la marea». Ésta era la alternativa de Benner a los esprines de viento, que los corredores de pista hacían obsesivamente con un cronómetro en tramos de cien metros. Nuestra rutina consistía en correr a lo largo de la línea del agua y perseguirla cuando ésta retrocedía, y luego correr alejándonos de ella cuando las olas volvían a mojarnos, quedándonos a sólo unos centímetros de la línea de la marea. Hacíamos esto durante kilómetros y kilómetros sin apenas darnos cuenta del esfuerzo físico que suponía porque estábamos muy metidos en el ritmo del juego.
La mayoría de los chicos del campo a través corrían en bañadores anchos de surf. Esto se alejaba notablemente de los pantalones cortos de carrera con su apretado suspensorio interno. Uno de mis compañeros de equipo me dijo que prefería llevar bañadores de surf holgados porque «los chicos aprecian el aire fresco».Tenía sentido, así que adopté esta práctica.
El campo a través era, en muchos aspectos, una paradoja. A pesar de que nuestra visión de la carrera podía parecer informal, nos tomábamos muy en serio el ganar. Si ganábamos, nuestros métodos poco convencionales y las escapadas a la playa serían vistas como brillantes tácticas de entrenamiento. Si perdíamos seríamos considerados un puñado de freaks.
Después del entrenamiento, siempre íbamos a nadar. A Benner le encantaba nadar. De hecho, le encantaba flotar. Nadaba hasta pasar las olas que rompían, se ponía de espaldas, cerraba los ojos