La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
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Retomemos en este punto la importancia de las labores cotidianas, el interés en borrar la dicotomía manual-intelectual y el carácter formativo del trabajo. Aunque ulteriormente el grueso de sus militantes sabría qué era el trabajo manual —por su procedencia de clase mayoritariamente campesina— y debieron pasar por el estudio de lo intelectual, es preciso señalar que en las primeras etapas el grueso de los militantes eran de la llamada clase media y profesionistas. Así que debieron aprender a realizar y valorar el trabajo manual; esto se refleja en el comunicado de la Dirección Nacional de las FLN, fechado en febrero de 1976 (Dignificar la historia II, pp. 85-86), cuando habla de la compañera Deni Prieto Stock (otra de las asesinadas en Nepantla por el ejército federal a los 19 años):
La recordamos en Nepantla, en las tareas domésticas, enfrentándose a destazar un pollo, a asear una estufa, a chapear un pedazo de tierra y sembrarlo de alfalfa, a vigilar la higiene de las jaulas de conejos o pollos, y en todas sus tareas, teniendo presente la idea de la formación revolucionaria que estaba adquiriendo gracias al nuevo enfoque que adquiere el trabajo cuando hay que realizarlo con esfuerzos propios, aprendiendo a revalorar las cosas, los bienes, en lo que realmente son, en lo que realmente representan: tomando conciencia de las necesidades para con ello ser más plenos, más libres […]
Es importante resaltar que se mencionen los esfuerzos propios, ya que lo que sucedía en la cotidianidad era un reflejo de la ética y estrategia de las FLN, que creciendo en silencio, no recurrieron a robos, secuestros o acciones por el estilo para financiarse. Levantar a la organización con sus propios esfuerzos implicaba organización y trabajo, al correr de los años, sin recurrir al fetiche de la necesidad de dinero para la movilización política, las FLN pudieron levantar un ejército —el EZLN— sostenido por el trabajo y organización de personas indígenas y campesinas que vivían en la inopia. Así, el apotegma “la organización sólo es del tamaño de la organización” nos habla de que su nivel de desarrollo siempre será real. Pedro, el primer dirigente de la organización, delineó en un documento de 1969 cómo deberían sostenerse económicamente las FLN:
Para el mantenimiento económico de nuestra organización, cada uno de nosotros aportaremos una cantidad mensual que será entregada por los conductos debidos; ese dinero será producto del ingenio y del trabajo de cada militante, sin recurrir hasta nueva orden y en los casos en que se nos indique, a la violencia; en todos los demás casos, en este aspecto, cada cuadro desarrollará su libertad creadora para proveerse de dinero; en los casos especialísimos en que un simpatizante hace entrega de dinero, con conocimiento de causa debemos recordar que por ningún motivo se debe hablar de más de lo estrictamente previsto y que, de colaborador a militante, hay un largo camino que recorrer que debemos tomar en cuenta (Dignificar la historia I, p. 51).
En un documento, del año siguiente, dirigido a los responsables de las redes locales, el mismo dirigente nacional ordena que en este nivel se debe replicar esta forma de conseguir recursos económicos de militantes y futuros colaboradores:
En Finanzas, debe el responsable local fijar una cuota a cada uno de los miembros, según sus posibilidades económicas, sin excepción, pues aunque mínima, ésta permite formar un presupuesto fijo y trabajar sobre él, además hace sentir propia la organización y disciplina inconscientemente a quienes la aportan; debe formarse en cada localidad a un grupo de cooperadores que en aportaciones fijas o esporádicas, contribuyan con la organización (Dignificar la historia I, p. 63).
Sería en este punto importante recuperar un fragmento del texto “Nuestra historia” —en su primera parte, que narra los acaecido dentro de la organización en 1969—, donde se habla del papel de las cuotas como un paso importante en la consolidación de la organización. Cabe resaltar que para este momento no realizar “expropiaciones revolucionarias” era una medida que, aunque posteriormente sería permanente, se pensaba solamente aplicable a la fase inicial:
Los recursos materiales
Sin tener objeciones estratégicas contra las expropiaciones, se estableció que, en la fase inicial, el propio pueblo debe generar los recursos para su liberación, por lo que militantes urbanos y colaboradores aportaban voluntariamente una cuota para entregarla a la organización.
Estas aportaciones en efectivo sumaban $3,000.00 [El salario mínimo en 1969 era de $28.25 viejos pesos. Nota de la edición] a los cuales hay que agregar las compras de equipos y materiales, que fluctuaban alrededor de los $4,000.00.
Se estableció un presupuesto diario de $1.00 (frijoles y arroz gratuitos) para la alimentación de cada compañero profesional. (En la actualidad, ese presupuesto es de $18.00 por compañero y cubre las tres comidas del día.)
El armamento consistía en ocho armas de alto poder y ocho pistolas, mismas que se entregaron a cada militante profesional con la consigna de portarla en todo momento, para repeler una eventual agresión de las fuerzas represivas.
Había una sola casa de seguridad. No se disponía de ningún vehículo propio. Los viajes se realizaban en autos prestados, e incluso en autobuses.
A pesar de estas limitaciones, la invitación para que algunos miembros de la organización fuesen a Corea del Norte a recibir adiestramiento militar, corroboraba la factibilidad de que un grupo de mexicanos legos en el arte de la guerra, iniciase algún día la lucha por la liberación definitiva de nuestra patria.
Los primeros pasos
La magnitud de la empresa y su contraste con los escasos recursos disponibles no hicieron sino espolear el entusiasmo de aquellos compañeros, que compensaban su reducido número con tenacidad y capacidad de trabajo derivados de su alta conciencia.
Dentro de la casa de seguridad se inició la educación política sistemática, impartiéndose también clases de matemáticas y topografía. La instrucción militar se adquiría de manuales del ejército opresor y en escritos que nos prestaron militantes de otras organizaciones revolucionarias con las que se había hecho contacto.
Al exterior, los trabajos tendían a vincular a la organización con el pueblo, entrevistando en diversos puntos del país a personas de quienes se sabía que estaban a favor de un cambio revolucionario y cuya discreción daba cierta seguridad. De este modo, la organización creció rápidamente, pues cada nuevo compañero proponía uno o varios candidatos, los que posteriormente, al iniciar su militancia, presentaban a su vez a otros prospectos.
Y eso no era todo. Se cumplía una importante tarea político-organizativa trabajando el terreno aledaño a la zona de operaciones, con el fin de preparar la “subida” del primer grupo de futuros guerrilleros. Así pues, se restableció el contacto con habitantes de la zona (a los cuales se conocía desde los días del EIM), invitándolos a colaborar en la lucha, proposición que algunos de ellos aceptaron. Sin embargo, la imposibilidad de destacar permanentemente en la región a cuadros profesionales que se fundieran con ellos, politizándolos y elevando su conciencia, se tradujo posteriormente en una actuación con resultados más bien pobres (“Nuestra historia”, Nepantla, 4, 26 de mayo de 1979).
Por otra parte se deben subrayar ciertos datos, poco conocidos u oscuros y que el texto aclara inequívocamente: 1) La invitación —declinada— para que miembros de las FLN se entrenasen en Corea del Norte. En la ya mencionada entrevista que le realizó Blanche Petrich, Fernando Yáñez ya había dado pistas al respecto (sin llamar por su nombre a la República Democrática Popular de Corea):
En alguna ocasión hubo un ofrecimiento de entrenar a gente en Asia. No sé de parte de quien porque yo era un militante en ese momento que no tenía