La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
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Es de subrayar cómo se resolvía otra dicotomía: personal-político, las personas que ingresaban en la organización no escindían lo que se considera estrictamente personal de su actuar político mostrando una congruencia ética ejemplar; subrayemos la parte donde se escribió en el fragmento anterior “la moral es lo que es bueno para la revolución”.
Se planteaba una diaria regeneración del carácter, una actitud autocrítica y modesta, pero sobre todo consecuente. Existe otro comunicado dedicado exclusivamente a la memoria de Graciano Sánchez —citado párrafos arriba, que evoca a varios militantes caídos—. El documento nos habla de su trabajo previo como abogado y como maestro en una escuela para trabajadores (Escuela Industrial Álvaro Obregón); podemos ver qué era lo que se ponderaba en el militante, el cual debía luchar consigo mismo, manteniendo en todo momento una moral impecable y congruente:
La vida militante de Gonzalo, su dedicación íntegra al desarrollo de nuestra revolución, sus actitudes diarias, su heroísmo cotidiano, su característica modestia, hicieron del suyo un ejemplo a seguir […] Honesto, invariablemente recto, nos dejó con su ejemplo en vida, con su lección frente a la muerte, el camino a seguir para quienes sobrevivimos […] El desprecio en que tenía, como Martí, las palabras que no van acompañadas de sus hechos, hace que Gonzalo, el 31 de enero de 1969, deje familia y trabajo y se incorpore a la lucha revolucionaria. El 6 de agosto de ese año funda junto a ocho compañeros, nuestras Fuerzas de Liberación Nacional. Pudo vencer a los enemigos más difíciles y emboscados: nuestras actitudes apartadas de lo que debe ser el comportamiento de un revolucionario (Dignificar la historia II, pp. 103-104).
El documento continúa ponderando su constante autocrítica y su actitud ante el trabajo. A pesar del tono hagiográfico del escrito, es de subrayar que se dice que el peor enemigo de la revolución son las actitudes que son contrarias a la moral revolucionaria, ya sean producto de la vida anterior o del ejercicio del poder.
Como había señalado, la moral era la primera cualidad del militante de acuerdo con el primer comunicado de 1969; el documento señala después la segunda —que sería mantenerla—, para rematar con la importancia de las labores pequeñas, que no solamente son formativas, ya que sin éstas no existiría la organización. Recuperemos al documento:
Nuestra segunda obligación es que todos los miembros de las FLN, mantengan esa idea, esa moral y que con sus hechos la reafirmen, y la hagan razón de su existencia […] Ser objetivos en las comisiones encomendadas, tener siempre la discreción es la mejor protección que poseemos y que practicarla es algo tan indispensable, que de ello depende nuestra existencia; ser discretos en todas partes, sin excepción, no hablar de más, ni hacer de más. No preguntar ni enterarse de nada que no concierna a la comisión asignada, ser puntuales y esmerarse en realizar el trabajo pedido, única medida de nuestra moral y disciplina y forma única también, de tener más comisiones y responsabilidades, única recompensa a la que podemos aspirar y única forma de acelerar la lucha y salir victoriosos en ella. La disciplina es discreción y cumplimiento, y la fuente de nuestros errores es olvidarlo.
Las labores pequeñas (recoger un donativo, enviar una carta, dar un informe, comprar hilo común, etc.) son los pasos que hacen correr a las FLN, son indispensables, forman la disciplina y sin ellas las acciones más riesgosas son imposibles de realizar (Dignificar la historia I, p. 65).
Es de subrayar que cuando se habla de la moral y su puesta en práctica vemos claramente cómo se intentaba borrar la dicotomía teoría-praxis.
Estoy cierto de que algo que aún hoy se debe combatir en todo el mundo es el machismo. El que campee en las organizaciones revolucionarias es una contradicción mayor, que mina su calidad moral y niega sus valores. Supongo que las primeras militantes de las Fuerzas debieron padecerlo, pero a partir de los documentos se aprecia que la organización intentó combatir esta clase de opresión dentro de sus filas. En un balance anual de actividades realizado el 6 de agosto de 1973 y firmado por el compañero Pedro (Dignificar la historia I, p. 95) se señala como una de las cinco “tendencias erróneas” a eliminar dentro de la organización. Vale la pena citarlo textualmente cuando escribió: “4.‒ El machismo, pues muchos compañeros le escatiman responsabilidad o menosprecian la serenidad o capacidad de las compañeras, sobre todo de las que son responsables, dejándose llevar por prejuicios tradicionales, totalmente infundados y sumamente dañinos para la revolución”.
Otro ejemplo de la lucha interna contra el machismo se encuentra el multicitado comunicado de febrero de 1976:
Julieta Glockner Rosainz [sic] (Aurora), una de las primeras compañeras que se integraron a las FLN […] Por sus claros criterios revolucionarios, la Dirección le encomendó la responsabilidad de una red urbana caracterizada por los desviacionismos de sus militantes debido al medio en que vivían. Sus criterios precisos y su metodología en la corrección de fallas a sus subordinados hicieron que pronto varios de sus elementos se integrasen como profesionales y que la red aumentara sus efectivos. Su condición de mujer y el carácter de responsable, hicieron que en varias ocasiones enfrentase problemas derivados de la actitud conocida como “machismo” de sus subordinados pero [por] la forma correcta de analizarlos y corregirlos y el apego a los lineamientos de la Dirección, fueron superados estos erróneos criterios. Siempre que tenía un “tiempo libre” de sus responsabilidades como jefe de red urbana la encontrábamos desarrollando algún trabajo manual o leyendo algún texto importante. La valentía y la audacia fueron rasgos sobresalientes de Aurora […] Su muerte, ocurrida en Cárdenas ante soldados del gobierno opresor, después de haber repelido junto con otros compañeros un ataque de policías judiciales, es también lección de heroísmo y consecuencia revolucionarios (Dignificar la historia II, p. 83).
Es de subrayar que el texto rompe con la retórica patriarcal al otorgar a Julieta adjetivos que tradicionalmente se ponen a los varones, y que además le son dados como persona, sin decir que los tiene a pesar de ser mujer o que son más meritorios por serlo.Otro documento (ibid., p. 99) la describe como sumamente capaz para enfrentar la hostilidad del terreno selvático, como una persona que en aras de la revolución tuvo que dejar lo más preciado que era su hijo Carlos, y también destaca:
Sus cualidades como organizador, la claridad de sus ideas políticas, la metodología en la corrección de fallas propias y de sus subordinados […] Se aplicó al estudio de la medicina y sus avances teóricos unidos a su meticulosa observación, le valieron para considerarla como el mejor “ojo clínico” de nuestros compañeros no profesionales del ramo médico.
Podemos destacar que no solamente se aprendían oficios tradicionales sino también habilidades como la medicina, que son generalmente asociadas con profesionistas.Esto me hace pensar que había una democratización del conocimiento en general, que logra que nadie sea indispensable si falta; todos los militantes sabían de historia, marxismo, el arte y práctica de la guerra, cocina, agricultura...
Por otro lado, tal vez en este documento (idem) se encuentra la mención más temprana de lo que será posteriormente el central y afamado concepto zapatista de “mandar obedeciendo”. No es una simple casualidad de palabras; aquí encontramos ya una frase hecha que encierra un concepto el cual décadas después será sumamente conocido y asociado con el zapatismo y sus voceros.
[…] basaba su superación personal en el trabajo y en la autocrítica: ambos factores influyeron decisivamente en los compañeros que personalmente la trataron.
Sabía