La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras

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La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3 - Arturo Martínez Nateras La izquierda mexicana del siglo XX

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era militante profesional, por lo que sólo participó en calidad de testigo) y su hermano César Germán (Pedro y Manuel), Alfredo Zárate Mota (Marcos y Salvador), Carlos Arturo Vives (Ricardo), Graciano Sánchez Aguilar (Gonzalo), Raúl Morales (Lucio), Raúl Pérez Gasque (Alfonso), Mario Alberto Sáenz (Abel y Alfredo) y Mario Sánchez Acosta (Benigno).

      La casa donde fueron fundadas las Fuerzas fue derruida —junto con otros predios adyacentes— para construir el Museo de Historia Mexicana, como vemos en el siguiente fragmento de una nota del periódico La Jornada, publicada el 20 de marzo de 2002:

      Cosas de la vida: los presidentes de México y de Estados Unidos se reunirán este viernes para hablar a solas, en la misma calle y en el mismo lote del centro de Monterrey donde el 6 de agosto de 1969 nacieron las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), de cuyas filas, el 17 de noviembre de 1983, en algún lugar de la selva chiapaneca, surgiría el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). En efecto, en la esquina de las calles 15 de Mayo y Diego de Montemayor, en lo que ahora se llama el Barrio Antiguo, frente al adefesio de la Macroplaza, el gobierno de Nuevo León construyó en 1996 el fastuoso Museo de Historia Mexicana, sobre las ruinas de una casa solariega donde 27 años antes los hermanos Yáñez Muñoz y otros románticos soñadores fundaron una de las organizaciones político-militares más originales del mundo.

      Así pues, las Fuerzas son fundadas no en el centro del país sino en una esquina de éste —por cierto la noreste— y son conformadas en un inicio por puros provincianos: una mayoría de regios —la mitad—, dos jarochos, un coahuilteco y un yucateco. Ellos formaron la propuesta de organización político-militar que rompió con muchos paradigmas imperantes en las estructuras de ese tipo en aquel tiempo.

      Si bien la organización había sido fundada por varones provincianos, rápidamente se fueron incorporando mujeres —en “Nuestra historia” se consignó que para 1971, de una veintena de militantes profesionales, seis eran mujeres (Nepantla, 6, 22 de julio de 1979). Cabe resaltar que no como adelitas ni en los roles clásicos de acompañantes de los guerreros, es decir de cocineras, enfermeras, afanadoras y putas. Habiéndose incorporado en un principio como colaboradoras, se fueron involucrando aún más y se convirtieron en militantes profesionales. Inicialmente fue una decisión logística, que era dar una cobertura más creíble a las casas de seguridad si al exterior se mostraba que estaban habitadas por parejas y no únicamente por varones jóvenes. Esta decisión operativa tuvo consecuencias insospechadas.

      Podemos ver las trazas de esta incorporación y sus razones iniciales en la segunda y tercera entregas de “Nuestra historia”. Casi al final de la entrega publicada en Nepantla (5, 22 de junio de 1979) dice: “Para terminar, señalemos que la falta de mujeres entre las filas de los profesionales, trajo consecuencias negativas, como veremos más adelante”. La historia oficial de las Fuerzas consigna que el primer enfrentamiento con fuerzas gubernamentales fue fortuito, debido a que los guerrilleros fueron confundidos con narcotraficantes, y también que la falta de mujeres en las casas de seguridad fue una de las causas de que dichos espacios fueran sospechosos a los ojos de los vecinos:

      Las tareas tendientes al establecimiento del núcleo guerrillero se desarrollaban aceleradamente en aquel año de 1971 […] Como parte de este tren de actividades, la constante entrada y salida de varios vehículos en nuestra casa de seguridad de la zona norte, aunada al hecho de que en ella habitaban únicamente hombres (pues aún no había mujeres como militantes profesionales), dio lugar a que unos vecinos fisgones notificaran a la policía opresora sobre “movimientos extraños” en esa casa. Los resultados fueron los acontecimientos del 19 de julio […] (Nepantla, 6, 22 de julio de 1979).

      Un documento más cercano a la fecha de los acontecimientos (2 de agosto de 1971) y que evaluaba este primer enfrentamiento, también señalaba el hecho de que casas habitadas exclusivamente por varones podrían ser sospechosas:

      La causa fundamental que motivó los hechos ocurridos, fue consecuencia de la denuncia de un vecino del barrio […] y por supuesto, a la falta por parte nuestra, de pretextos razonables para justificar y encubrir nuestros movimientos en ese lugar. Sin embargo, debemos valorar con sentido crítico que el factor humano de intromisión del mencionado vecino fue de gran calidad, ya que lo único que le pudo parecer raro, fue que en esa casa vivían dos hombres solos y que periódicamente eran visitados por los coches que fueron denunciados; esto en cualquier otro lugar, no es objeto de ninguna alarma; no obstante, debemos recalcar que nuestro nivel de organización debe llegar a tal grado que no se despierte ninguna conjetura negativa acerca de nuestras casas y vehículos (Dignificar la historia I, pp. 71-72).

      Después del enfrentamiento varios miembros de las FLN pasan a la clandestinidad total y se convierten en militantes de tiempo completo, llegando éstos a una veintena; por otro lado, los llamados militantes urbanos pasaron el medio centenar. El golpe de la policía trajo como consecuencia que las mujeres constituyeran, en muy poco tiempo, un cuarto de los militantes profesionales: “La afluencia de compañeras a las filas de los profesionales di[o] lugar a que el número de matrimonios creciera (sin explosión demográfica, por supuesto) fortaleciéndose así la organización” (Nepantla, 6, 22 de julio de 1979).

      Aunque la decisión fue logística —para proporcionar coberturas más creíbles a las casas de seguridad y sobre todo por la necesidad de proteger a militantes urbanas—, causó un impacto enorme en el desarrollo de la organización, que logró que las mujeres tuvieran un papel igualitario dentro de ésta, algo que aún hoy en día resulta disruptivo. Las militantes también habían tenido experiencias políticas previas. Para ilustrar lo anterior podemos asentar que de acuerdo con el comunicado interno de las FLN, con fecha del 1 de octubre de 1976, Julieta Glockner (con nombre de guerra Aurora):

      […] participó en el Frente Electoral del Pueblo, y cuando procuraba, convencida ya de las incapacidades e impotencias de esos métodos, que el Partido Comunista Mexicano cambiase sus lineamientos, fue expulsada de las filas de la Juventud de ese organismo.

      Visitó la República de Cuba en los primeros años del triunfo de la Revolución. Buscó afanosamente, sin lograr, pese a sus desvelos, conseguirlo, los contactos que le permitiesen participar en la lucha que el pueblo guatemalteco sostiene contra la dictadura, lucha que Aurora sintió también como propia y que motivaba en ella el deber internacionalista que, firmemente arraigado, poseía. Por ello cuando nuestras FLN la contactaron, su militancia urbana fue ejemplar […] (Dignificar la historia II, p. 98).

      La segunda generación de militantes profesionales de las FLN fue también integrada por provincianos; recordemos por ejemplo que Julieta Glockner era poblana. Por otro lado, cabe plantearnos cuál era el perfil que buscaban en los militantes a reclutar y que en éste no había una selección por género. Las Fuerzas fueron pioneras en muchas cosas que hoy se ven como normales; por ejemplo, en la Ciudad de México por la Ley de Establecimientos Mercantiles del otrora Distrito Federal, publicada en enero de 2009, podemos ver unos letreros —ahí están aunque colocarlos sea lo único que se cumpla de la legislación— hasta en los lugares más modestos que rezan: “En este establecimiento no se discrimina por motivos de raza, religión, orientación sexual, condición física o económica, ni por ningún otro motivo”. Esto nos parece lógico hoy, pero en aquellos días el que una organización que se asumía marxista escribiera algo como lo siguiente era realmente disruptivo:

      Las Fuerzas de Liberación Nacional, compuestas por un núcleo guerrillero Emiliano Zapata, organizado en forma militar y vertical en donde se encuentra la comandancia político-militar, y las EYOL (Estudiantes y Obreros en Lucha), en los centros urbanos, con un primer responsable y una organización clandestina integrada en forma triangular de base y piramidal ascendente, que por razones de seguridad sólo es conocida por la Dirección; se nutren y crecerán éstas, con cualquier compañero sin distinción de raza, sexo, nacionalidad, credo religioso o partido político, siempre y cuando esté en disposición de aceptar la militancia y de haber sido propuesto por

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