La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras

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La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3 - Arturo Martínez Nateras La izquierda mexicana del siglo XX

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de recordar “al compañero Alberto Anselmo Ríos Ríos” —con nombre de guerra Gabriel—, que había sido asesinado por el Ejército federal en Nepantla el 14 de febrero de 1974. “Hoy celebramos el 27 aniversario de su natalicio: no conocen aún nuestros pueblos lo perdido, pero habrán de conocerlo, y cuando lo hagan, sépalo y tema el opresor, pues los humildes del mundo habrán de cobrarle sus arteros actos canallescos”.

      Como ya he señalado, la mayor parte de escritos sobre la cuestión se han realizado a partir de la contrainsurgencia —en su faceta de desprestigiar al enemigo— o del revisionismo (pseudocientífico). En las antípodas de lo anterior están ciertos comunicados y discursos del EZLN donde se reconoce la matriz que son las FLN para esta organización, u otros donde se hace un homenaje a estos sus padres-madres. Entre lo más destacado están las palabras del SCI Marcos. Una parte importante de su valor estriba en que sintéticamente apunta los principales aportes del pensamiento de las FLN al ulterior EZLN:

      Hoy el EZLN es el cumpleañero. Pero en nuestro modo hay que celebrar a quien nos engendró. Por eso hoy, en nuestro 23 aniversario, quiero nombrar y celebrar a quienes, en estas tierras norteñas, formaron y cuidaron a la organización madre de lo que hoy es conocido públicamente como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

      En Monterrey, Nuevo León, hace más de 37 años, un pequeño grupo de personas nacieron lo que llamaron Fuerzas de Liberación Nacional. Desde su origen, dotaron a la organización de una ética de lucha que después heredaríamos quienes somos parte del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Ni secuestros ni asaltos fueron fuente de sus recursos. En cambio, sustentaron su economía y su tamaño en el trabajo político entre la población explotada, despojada, despreciada, reprimida. Ni acciones espectaculares, ni golpes de mano marcaron su andar. En cambio, alimentaron lo que llamaron “acumulación de fuerzas en silencio”, esperando el momento en que el pueblo, nuestro pueblo, requiriera de los modestos esfuerzos de una organización marcada por la frase del general insurgente, Vicente Guerrero, de “vivir por la patria o morir por la libertad”. No asentarse donde tenían el apoyo, el conocimiento, la costumbre de vivir, trabajar y luchar, sino cruzar el país e irse al último rincón de nuestra Patria: las montañas del sureste mexicano. No engañar, sino hablar con la verdad sobre caminos y dificultades. No el culto a la muerte, ajena o propia, sino la lucha por la vida, pero por una vida mejor para quien sólo conoce la supervivencia adolorida del que nada tiene. No calcar manuales e importar teorías, análisis y experiencias extranjeras y extrañas, sino enriquecer las ciencias y las artes de la lucha con la historia de México y el análisis de nuestra realidad concreta. No imponer, ni con armas ni con argumentos, la idea propia, sino escuchar, aprender, convencer, crecer. No seguir el calendario de arriba, sino ir construyendo el calendario de abajo. No dejarse imponer coyunturas ajenas, sino trabajar para tener la posibilidad de crear las propias, abajo y a la izquierda. La ética del guerrero que se forjó en una casa de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México, habría de encontrarse años después con la ética de los guerreros de raíz maya en las montañas de Chiapas. De esa mezcla habría de nacer no sólo el EZLN, también la palabra hecha arma, escudo y espada de los más olvidados de la Patria: los pueblos indios zapatistas (Rebeldía, 48, 2006, pp. 8-9).

      De nuevo, no pondero esto por una obsesión embriogénica sino porque es preciso conocer los procesos históricos de nuestra patria. Ni capitalista, ni neoliberal, ni positivista; soy, por el contrario, anticapitalista, neoconservador y negativista. Señalo lo anterior pues podría parecer que soy un positivista empedernido. Mas debo asentar que si bien por otras razones —entre las cuales están mi formación como etnohistoriador, mi trabajo en archivos y mi fascinación por las fuentes— tengo un amor profundo por los documentos y creo relevante su estudio, el cual debe de hacerse de manera crítica. Soy también un ferviente creyente de que cuando citamos los documentos, éstos nos hablan… y al parar la oreja ¿qué le dicen a los revolucionarios de hoy los documentos de las FLN generados en el siglo pasado?

      Antes de responder a la pregunta debemos ponderar que ahora la palabra escrita hace largo tiempo pueda hablarnos públicamente, ya que dichos documentos permanecieron ocultos muchas décadas, al ser generados para consumo interno de una organización clandestina. Con excepción de lo publicado en Rebeldía, carecíamos hasta hace poco de fuentes primarias confiables para conocer este periodo de la historia de la lucha por la liberación de México.

      Esta parte de mi escrito no intenta más que ser un eco, mínimamente comentado, de fragmentos de dichas publicaciones —citadas in extenso—, con la esperanza de que sirva como aliciente para leerlas en su totalidad. Al hacerlo, a cada quien le dirán algo.

      El SCI Marcos señaló en una carta dirigida a Fernando Yáñez el papel que éste tenía como guardián de la memoria por su trabajo en lo que se llamaba en ese momento la Casa-Museo del Dr. Margil y hoy es nombrada La Casa de Todas y Todos:

      Como sabemos, usted trabaja,

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