La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
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Antes de intentar bosquejar esta escena es necesario hacer una breve toma de posición que explique el lugar desde donde escribo: en política soy maniqueo y, a contracorriente del pensamiento de las élites dominantes, tengo problemas de lateralidad. Además muchas expresiones políticas que son englobadas dentro de las izquierdas me parecen francamente de derecha. En el corrimiento a la derecha de muchos pensadores y actores políticos, mantener ciertas posiciones éticas, ideas, posturas y toda una cosmovisión que compartía “la [llamada] gente pensante o consciente” de mi estrato social durante mi niñez, me ha transformado, sin moverme, cada vez más en un “ultra”… y desde ahí escribo.
No escribo desde la coartada de la neutralidad académica, en la que se escudan muchos intelectuales para disfrazar una actitud claudicante o francamente reaccionaria. Escribo desde lo que soy, y dentro de ello una parte muy importante de mi vida familiar, académica y militante está indisolublemente ligada geográfica y emocionalmente a lo que la gente del centro de México llama el Sureste. Por mi historia de vida estoy muy dentro del proceso y el lugar; sin ir más lejos, lo tengo incorporado ya que fui jornalero agrícola por un breve periodo en el Chiapas de fines de los años ochenta… y viví desde dentro y de muy cerca muchos eventos de la historia reciente de ese estado de la República.
Tal vez por ello me invitaron a participar en una mesa del coloquio “La izquierda mexicana en el siglo XX. Trazos y perspectivas”, intitulada “De Canek al Subcomandante Galeano”. Ante el nombre del coloquio creo haber hecho una toma de posición, o más bien una profesión de fe en párrafos arriba. Por otro lado, el nombre de la mesa me permite apuntalar la explicación del lugar desde donde escribo. No lo hago desde la ya teóricamente superada —desde hace mucho tiempo— historia de bronce. Y el título que llevaba la mesa estaba permeado de esta visión de la historia. De ninguna manera niego o minimizo el papel preponderante, ni de Jacinto Uc (Canek) en la rebelión de los mayas peninsulares, ni del SCI Galeano (antes Marcos) en el levantamiento de los mayas chiapanecos; pero, como estos dos procesos muestran claramente, la historia la hacen los pueblos y no los individuos; lo afirmo sin negar a la persona, pero sin sobredimensionarla.
Cabe anotar que entre las vidas de Canek y de Galeano en esas mismas tierras, hay otros actores que fueron partícipes centrales de las rebeliones recurrentes de ambas zonas y que debemos recordar. Algunos de ellos son Jacinto Pat, Cecilio Chi, Macedonio Dzul y Manuel Antonio May para los mayas de la Península, y Agustina Gómez Checheb, Pedro Díaz Cuscat, Manuela Pérez Jolcogtom y Jacinto Pérez Pajarito para Chiapas. Si bien todos ellos fueron indígenas, la participación de ladinos —incluso como dirigentes— en los levantamientos indígenas no es una innovación con la aparición pública del SCI Galeano. El maridaje entre citadinos revolucionarios e indios rebeldes es de larga data; muchos años antes hubo personajes como el sargento yucateco José María Barrera, que desertó del Ejército para unirse a los mayas rebeldes y que a la postre fue comandante de sus fuerzas y fundador, junto con Manuel Nahuat, en 1850, del Estado autónomo maya de Chan Santa Cruz y de su capital, Noh Cah Santa Cruz Balam Nah Kampocolché Cah. En Chiapas tenemos al anarquista Ignacio Fernández Galindo, a Luisa Quevedo y a Benigno Trejo, que participaron de manera destacada en la rebelión chamula de 1869. De nuevo personas, mujeres y hombres sobresalientes; dirigentes cuyos nombres no debemos olvidar, pero ultimadamente, así sea con siglos de diferencia, son los pueblos los únicos actores que aparecen en cada rebelión y no estamos hablando de un actor de reparto o secundario sino siempre protagónico, la estrella pues.
Así que este texto no intenta seguir un guión del estilo “muchacho chicho de la película gacha”, sino más bien ser como una peli de la primera época de Serguéi Eisenstein donde, aunque aparecen personas, el individualismo se diluye y brilla en su esplendor el protagonismo de las masas, de los pueblos, de sus organizaciones… Dogmático, anquilosado y demodé como soy, para explicar parte de mi visión de la historia recurro a Brecht y a sus Preguntas del obrero que lee.
Por tanto no me voy a centrar en los héroes y villanos, ni voy a escribir una hagiografía sobre los personajes del título de la mesa, pues no son santos, son políticos. Además se han hecho unas muy buenas y otras no tanto —cabe anotar que en las antípodas también hay textos, que van de lo mediocre a lo pésimo, escritos desde la demonología—. Tampoco voy a escribir un ditirambo del tipo: “En el amanecer del primero de enero de 1994, mientras el arriba celebraba el Tratado de Libre Comercio, el abajo con su digno caminar”. Mi acercamiento a esta parte de la historia no es el de los estudios que han privilegiado como fuente los informes policiacos y las entrevistas con desertores y detractores del EZLN. Estas investigaciones, bajo la coartada del periodismo o la academia, son realmente una pieza de la táctica contrainsurgente de desprestigiar al enemigo.
Sobre el levantamiento zapatista se ha escrito mucho (desde filias y fobias), pero, a mi juicio, poco realmente profundo, trascendente. Aunque escasos, existen por fortuna trabajos que son realmente de suma importancia, escritos con maestría, experiencia, erudición, seso o corazón y desde distintas disciplinas de las ciencias sociales, la literatura, o bien desde la óptica política y militante. Pero buenos escritos sobre el zapatismo son los realizados por los propios zapatistas, que han producido cientos de documentos y testimonios. Sin embargo, para entender el zapatismo no sólo hay que leer sus escritos, hay que observar su práctica, ya que como ellos mismos señalan (SCI Marcos, 2003, p. 5) la metateoría zapatista es su propia praxis.
Como artículo de fe creo que, como nos fue revelado en el Manifiesto del Partido Comunista, “La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases”. De ahí la importancia del estudio de la historia en general y de las rebeliones de los pueblos indígenas en particular.
Y a pesar de que en muchos sectores urbanos de izquierda exista un fuerte antiintelectualismo, creo vehementemente que todo buen revolucionario debe estudiar la historia universal, que no es la historia de Occidente vista desde Francia, como las escuelas enseñan, sino la historia de los pueblos todos.
Mucho tiempo después de haber escrito el párrafo anterior y buceando en documentos históricos de las FLN encontré el siguiente fragmento de un texto escrito en 1982 por Lucha, una militante de dicha organización; al leerlo sentí que mi párrafo estaba en sincronía con éste, lo que acentuaba en mí la sensación de que tengo un pensamiento arcaico, y no me resistí a realizar la siguiente adenda que proviene del periódico Nepantla (“Órgano de agitación y comunicación interna de las FLN”):
El estudio es un arma indispensable del revolucionario por medio de él conocemos nuestra realidad interna, nuestra realidad nacional y la realidad internacional, el estudio como práctica para no repetir errores nos es fundamental. Aquí lo que está en juego es la vida del revolucionario y el futuro del proceso en su conjunto: “sin [sic] teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria”, decía Lenin y para nosotros la teoría se inicia con el estudio. Estudiar planificadamente textos marxistas, históricos, militares; analizar nuestra realidad a su luz y el surgimiento de la teoría revolucionaria es todo uno.
Ahora que señalo la importancia de conocer la acción y pensamiento de los miembros de las FLN tampoco me puedo resistir a citar a Mario Marcos —un destacado miembro de las FLN de los años ochenta—1 cuando, en la introducción a un estudio sobre la experiencia y propuestas de los guerrilleros encabezados por Arturo Gámiz, escribió algo que bien podría haber escrito para sí mismo y su organización:
El revolucionario caído no necesita de apologías para recordar su memoria. Sus obras y concepciones políticas lo hacen vivir. Para comprender el quehacer revolucionario de quienes por primera vez en la historia del proletariado emprendieron el camino de la liberación nacional empleando