La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
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“Mucho cuesta alcanzar el principio”, advierte Antonio. El camino para que pasen las cosas es largo, desconocido, difícil. Mandelshtam se preguntaba si las vértebras rotas de dos siglos se podrían soldar con sangre. En 1957 responde Octavio Paz:
Arco de sangre, puente de latidos
llévame al otro lado de esta noche
adonde yo soy tú somos nosotros
al reino de pronombres enlazados
El otro lado de la noche, la luz todavía invisible, es la comunidad: el reino de pronombres enlazados.
Hay una enorme resistencia a imaginar ese ámbito. Mi padre falleció el 5 de marzo de 2014. A partir de entonces se le han rendido numerosos homenajes. En la mayoría de las mesas redondas que analizan su pensamiento político suele aparecer un reclamo: el sagaz analista del presente era un mitógrafo del porvenir. Se aquilata su diagnóstico de una sociedad desastrosa, pero se considera iluso, “romántico”, desmesurado, que proponga otro mundo, aún inexistente o sólo vislumbrable en las pequeñas comunidades zapatistas. Esos críticos olvidan que la filosofía, de Platón a Agamben, pasando por Simone Weil, ha imaginado comunidades por venir.
El racionalismo como ideología —imperio de la meritocracia y los valores cuantificables— despoja a la imaginación de su carácter poderosamente real. La mayoría del pensamiento político contemporáneo es conservador en la medida en que se niega a concebir otra realidad; es decir, en la medida en que se niega a ser contemporáneo de su época, transformándola.
La anticipación de sociedades no pertenece a la ciencia ficción o a los futurólogos de la nasa; es algo próximo. Toda comunidad es particular; conjuga una lengua local.
Ivan Illich señaló que la guerra puede exportarse, pero la paz significa algo distinto en cada sitio. A propósito de la palabra shanti, que en hindi significa “paz”, señaló que no sólo se refiere al cese al fuego sino a una vida mejor. Esto entronca con la idea de “paz con justicia y dignidad” del ejército zapatista. No basta con no morir; hay que vivir bien. La construcción de ese entorno depende de las necesidades específicas de cada comunidad y sólo se logra desde abajo. En este sentido, toda paz genuina es vernácula. Estamos ante el tercer tiempo que busca el zapatismo; ni círculo ni línea recta: espiral, caracol.
La paz con justicia y dignidad es imposible de lograr en el globalizado universo de la pax oeconomicana, corporativa, que se funda en la pobreza de los muchos para lograr la riqueza de los menos.
El zapatismo no surgió para perpetuar de otra manera la arena de los conflictos; surgió para disolverla. ¿Es una utopía inalcanzable pensar que el Antropoceno, la era marcada por el hombre y la injusta sociedad que nos compete, requiere de respuestas radicales?
En 1995 entrevisté a Hermann Bellinghausen, poeta y corresponsal de La Jornada en la zona zapatista. Le pregunté cómo era posible que los pueblos originarios hubieran padecido tanta injusticia sin sublevarse antes de la aparición del ezln. Me contestó: “No es que no sean impacientes; lo son, y a tal grado que se levantaron en armas; lo que sucede es que su impaciencia dura mucho”. Para alcanzar otra comunidad primero hay que conquistar otro tiempo, una larga impaciencia.
“Nuestra espera es un homenaje silencioso”, dijo el subcomandante Galeano, citando a Marcos, al hablar de mi padre en Oventic el 2 de mayo de 2015. Hay que cambiar el calendario: “las horas que limando están los días, los días que royendo están los años”, diría Góngora.
La lucha zapatista invita a recorrer un camino diferente. No sabemos cuánto durará, sólo sabemos que existe. ¿De qué disponemos para alterar el río del tiempo? De nuestras manos, que estrechan en proximidad y apuntan a la distancia; la parte del cuerpo que acaricia y es un mapa del horizonte; los dedos que forman las cinco puntas de una estrella.
* Una versión preliminar de este texto se presentó como ponencia en el homenaje en memoria de Luis Villoro en el encuentro “Pensamiento crítico ante la hidra capitalista”, organizado por el ezln en Oventic y San Cristóbal de las Casas en mayo de 2015.
Una de las tantas raíces de la ceiba.
Pensamiento y acción del EZLN
a través de algunos papeles antiguos
de sus padres-madres
Miguel Vassallo
Vayan ustedes a saber por qué o cómo, pero el caso es que el EZLN salió muy otro. Tal vez haya sido por la extraña mezcla de norte, centro y sur de México que animó sus primeros pasos. O tal vez por la inmensamente mayoritaria sangre indígena de sus dirigentes, dirigentas, soldados y soldadas, bases de apoyo, y autoridades autónomas. O tal vez por el largo y complicado puente que une, a pesar de los años, la distancia, los dolores, las desapariciones y las muertes, a esta casa, hoy sede de la Casa Museo Dr. Margil A.C. [actualmente La Casa de Todas y Todos] con las montañas del sureste mexicano. O tal vez sea por el amasijo de todas esas cosas, que fueron y son la argamasa que nos da identidad, raíz histórica, aspiración y modo a las zapatistas, a los zapatistas.
SCI Marcos
Monterrey, 17 de noviembre de 2006
Más allá de que “la realidad tiene una aterradora multiplicidad” (Lawrence Durrell dixit) los procesos históricos no emanan de una fuente única ni irrumpen por generación espontánea. Es por ello que al mostrar algunos aspectos del origen, pensamiento político y estratégico de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN) —que por razones tácticas y de seguridad permanecieron mucho tiempo en la sombra— se hace más cabal la comprensión del zapatismo.
En documentos de esta organización redactados en las décadas que van de los sesenta a los ochenta, está el primordio de algunas partes fundamentales de su pensamiento; verbi gratia, en un documento de febrero de 1976 se encuentra la mención más temprana del “Mandar obedeciendo”, en otro de 1971 se habla de la “dignidad” como una demanda central del pueblo mexicano. No son simples coincidencias de palabras sino los conceptos en sí que posteriormente serían centrales en el pensamiento y ética zapatista. Además es una parte poco conocida de nuestra historia nacional; así, a partir de sus propios documentos podremos ver claramente una genealogía de su origen como organización y, también, las experiencias políticas previas de algunos de sus primeros militantes, además de otros hechos tal vez desconocidos narrados por ellos mismos; por ejemplo, la invitación a sus fundadores de recibir entrenamiento militar en Corea del Norte o el papel de Heberto Castillo en la formación de grupos afines a la lucha armada. Recurrir a los documentos generados por las FLN se hace imperativo, pues la mayoría de las veces que se ha escrito sobre ellas ha sido desde la óptica contrainsurgente o, bien, desde el revisionismo —histórico, no político.
En una plática con Yvon Le Bot, el entonces subcomandante insurgente (SCI) Marcos señaló atinadamente la complejidad que hizo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) una experiencia tan singular:
El zapatismo no era el marxismo-leninismo, pero también era el marxismo-leninismo, no era el marxismo universitario, no era el marxismo de análisis concreto, no era la historia de México, no era el pensamiento indígena fundamentalista y milenarista, y no era la resistencia indígena: era una mezcla de todo esto, un coctel