La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
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Eufrosina Rodríguez señaló atinadamente, en el prólogo al segundo cuaderno Dignificar la historia (pp. 43-44), que las FLN rompieron, no solamente a nivel teórico sino en su actuar, varias dicotomías de una manera dialéctica:
Teoría-praxis. El discurso de los comunicados donde se honra a los compañeros caídos tiene su correlato en el Diario del Compañero Alfredo y viceversa los relatos del compañero Alfredo, que muestran su praxis, están basados en el discurso teórico, es más, se vislumbra que los comunicados eran escritos basados en la práctica y desde la selva. Si bien es cierto que esta premisa no constituye nada nuevo, su importancia radica en que es un pensamiento vivido.
Hombre-mujer. Los comunicados nos dan cuenta del papel que juegan las mujeres en la organización. Encontramos a las mujeres ejerciendo liderazgos ganados por su eficiencia y compromiso y en puestos de responsabilidad. No se reducen a labores domésticas o el cuidado de animales y hortalizas o bien, de apoyo a las labores de los hombres. Es más, en estos documentos se conmina a sus militantes a evitar conductas abusivas, a superar el “machismo” y los “prejuicios tradicionalmente infundados y sumamente dañinos para la revolución”.
Pasado-presente. Se estudia a diario, pero lo innovador es que no sólo se le dedica tiempo a la reflexión sobre teoría marxista, la realidad económica-política y social de nuestro país, los movimientos de liberación en el continente y el mundo, sino algo que resulta un gran acierto: el estudio de la historia de México, pues solamente quienes conocen su pasado pueden construir su futuro. El estudio de la historia y la coyuntura permitieron generar una teoría y práctica ejemplares.
Aprender-enseñar. Es un estilo de vida saber que el compañerismo incluye la modestia para enseñar aprendiendo. También resulta destacable la manera de señalar errores a los compañeros sin abuso del poder y respetando la dignidad del otro, desde el compañerismo. Recuerdo a Freire y su máxima de que el educador también aprende: también que un maestro puede ser firme pero nunca prepotente.
Ciudad-campo. El trabajo se ejecuta tanto en la ciudad, con elementos de las EYOL, como en la selva con el núcleo guerrillero rural cuidando su interrelación. Los primeros acercamientos se hacen reclutando personas, hombres y mujeres. Profesionaliza a los más destacados haciendo que se prueben en la selva con entrenamientos de supervivencia en condiciones difíciles. Las FLN en su teoría y práctica borraron la dicotomía campo-ciudad comprendiendo que la contradicción es entre los de arriba y, lo que Mariano Azuela llamó, los de abajo.
Sin enfrentar todavía a las fuerzas del Estado, las FLN se preparaban en casas de seguridad. La detención por parte del gobierno de Mario Menéndez, en febrero de 1970, forzó a los miembros de las FLN a cambiar de identidades y ciudad aumentando sus medidas de seguridad, pues pensaban que el dirigente del EIM los denunciaría, o bien lo habían hecho previamente los miembros del CLR aprehendidos por el gobierno. Los siguientes pasajes de Nuestra historia ilustran muy bien las actividades que realizaban los primeros militantes en las casas de seguridad:
Cuando se enteró de la detención de Menéndez, el compañero Pedro que a la sazón se encontraba en la Ciudad de México, junto con Salvador, Abel y otros compañeros, se comunicó a Monterrey y dio instrucciones al compañero Felipe, responsable de la casa de seguridad, que la abandonaran, se ocultaran y cambiaran su apariencia. (A decir verdad, algunos de nuestros camaradas pueden ser considerados pioneros del estilo “afro”, dicho sea con toda modestia.)
Las órdenes de aprehensión y las consiguientes pesquisas de los polizontes no amilanaron a los compañeros, quienes intensificaron su ritmo de trabajo para suplir carencias materiales que hubieran arredrado a otros.
La mayoría se concentró en una casa de seguridad en Puebla, en la que, a los ojos del vecindario, sólo aparecían dos compañeros. Los demás permanecían ocultos, sin siquiera asomarse por las ventanas. Dormían en el suelo, pues carecían de camas, mesas y sillas. Tampoco tenían estufa; calentaban su comida en una lámina sostenida por unos ladrillos.
Poco a poco, se consiguieron algunas herramientas y materiales casi de desecho, con los que pudieron hacer mesas, bancos, etc. A todo se le sacaba provecho. Una latita vacía se convertía en azucarera, en colador, o… en cenicero, para que los empedernidos fumadores (que desde entonces hacían pleno uso de su derecho a una cajetilla diaria) no ensuciaran la casa. Los clavos viejos, retorcidos y mohosos, se enderezaban con toda paciencia y volvían a ser útiles.
Y, por supuesto, el aprovechamiento del tiempo estaba regido por el mismo criterio revolucionario de no desperdiciar nada.
Así, se estudiaba en detalle el funcionamiento de las armas. Armándolas y desarmándolas una y otra vez, estudiando la función de cada pieza, cada perno, cada resorte: deduciendo la razón de ser de todas las ranuras, salientes y taladros, hasta llegar a armar y desarmar una carabina .30 M-1 en minutos… ¡con los ojos vendados!
El armamento se había incrementado y diversificado, aprovechando los contactos y relaciones de unos militantes urbanos muy conscientes. Se contaba aproximadamente con 15 pistolas (escuadras y revólveres) y unas 20 armas de alto poder, entre rifles, carabinas y subametralladoras. El parque consistía más o menos en 13 000 balas de diversos calibres.
Salvador, que a una vasta experiencia como médico unía un clarísimo criterio político, les daba clases de medicina, fijando nuestra posición ante enfermedades, medicamentos, etc. La auto-medicación, por ejemplo, quedó desde entonces desterrada, ya que en cada casa o campamento hay un compañero encargado de Sanidad, que es el único autorizado para administrar desde un simple analgésico hasta un tratamiento antibiótico.
Otro compañero, que por supuesto nunca había sido lingüista, daba clases de alguno de los dialectos hablados en la futura zona de operaciones. Los militantes urbanos obtenían los libros y folletos que servían de material para la “cátedra”. También se enseñaba colectivamente matemáticas y por supuesto, marxismo-leninismo. Esta última estaba a cargo del compañero Pedro, quien se esforzaba siempre por concretar la teoría marxista en las especificaciones de nuestro país.
Previendo la gran importancia que para la guerra de liberación tendrá la radiocomunicación, Jesús y Salvador se dedicaron a estudiar intensivamente radio, con limitaciones de equipo y materiales que desalentarían a cualquier aficionado.
La disciplina era muy estricta, pues si bien el compañero responsable se caracterizaba por su paciencia y respeto a sus camaradas, no dejaba de señalarles las faltas que cometían.
El rigor, las duras condiciones materiales, el intenso ritmo de trabajo, las charlas políticas del compañero Pedro, fueron templando aquel núcleo, transformándolos en verdaderos profesionales de la revolución. Salvador, Abel, Jesús, Felipe, Aquiles, Lucio, Alfonso… han sido pruebas vivientes de la capacidad de nuestro primer responsable.
Cuando consideró que esos compañeros podían a su vez hacerse cargo de la formación de nuevos militantes, el Co. Pedro los destacó a distintas ciudades: Monterrey, México, Veracruz, los resultados fueron muy positivos, pues las actividades de cada red se planificaron y desarrollaron con creciente disciplina y eficacia. Así, tras algunas incorporaciones y la depuración de las redes, la composición de la organización era aproximadamente como sigue: 16 militantes profesionales, 25 urbanos y 65 simpatizantes.
Se reglamentaron las aportaciones de los militantes urbanos, estableciendo cada uno de ellos mismos una cuota fija. Estos ingresos regulares ascendían a $12 000 mensuales y se complementaron con otras entradas, fruto del ingenio y la inventiva de los militantes urbanos: rifas, venta de objetos superfluos, etcétera.
Se antoja imposible que una organización tan pequeña levantara