La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
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Estos vínculos panindígenas aparecen en una variedad de fuentes. Una breve carta publicada en el periódico del iww-PLM de Velarde, La Unión Industrial (Phoenix) en 1910, apoyaba al PLM y lo firmaban “YAQUI, MARICOPA, APACHE, PIMA”. Desde hacía más de un siglo, estos grupos tenían relaciones importantes y muy arraigadas entre sí, si bien a veces ambivalentes. A medida que los ataques mexicanos contra los yaquis crecieron a principios del siglo XX, estos últimos aprovecharon el trabajo en Arizona estratégicamente, en particular en las minas, con el propósito de reunir fondos para conseguir armamento y provisiones para la guerrilla en curso. Una amplia extensión del desierto de Sonora formaba un pasillo abierto que recorría las zonas que más tarde serían el sur de Arizona y que llegaba hasta el borde de los estados mexicanos de Sonora y Sinaloa, que limitaban con el mar. El terreno se conectaba por medio de antiguos senderos que seguían cruzando las nuevas fronteras nacionales. Aun si las fronteras hubieran alterado los mapas y, sin duda, afectado el estatus legal, dejaban el territorio prácticamente despejado y se podía pasar sin impedimentos. Por ahí se movían los yaquis y mayos de un lado al otro, y los yaquis encontraron cobijo entre los o’odham, cuyas rancherías y reservaciones se volvieron refugios para quienes escapaban y plataformas de lanzamiento para las nuevas excursiones del PLM a México.
Los indígenas mexicanos, como los pima, los tohono o’odham, los cocopah y otros, se volvieron indígenas estadounidenses cuando cambió la línea de la frontera, y para las décadas de 1870 y 1880 les estaba afectando directamente la rápida difusión de la inversión capitalista y el avance de los asentamientos angloestadounidenses, cuyos usos de la tierra eran fundamentalmente incompatibles con los de las comunidades indígenas. El régimen español y mexicano había sido relativamente relajado en la frontera norte, lo que dejaba algo de espacio para poder negociar; bajo los Estados Unidos, los nativos americanos tuvieron la opción de mudarse a las tierras marginales de las reservaciones o morir asesinados en la resistencia. Los nativos americanos no tenían derecho alguno como ciudadanos. Algunos decidieron convertirse en “mexicanos”, por lo menos para el mundo exterior. Otros obtuvieron documentos legales que los identificaban como “inmigrantes mexicanos” y volvieron a casa. Otros más simplemente dijeron que eran mexicanos y siguieron viviendo como lo habían hecho, en lugares como las afueras de Phoenix. Otros, que trabajan lejos de la tierra comunitaria y estaban renuentes a regresar a la reservación, se volvieron “no reconocidos” por los registros federales, pero sus familias y comunidades se mantuvieron como indígenas. Algunos estaban interesados en recuperar el suroeste —o partes de éste— para México, quizá esperando evitar las políticas violentamente genocidas de Estados Unidos. El PLM (y otros movimientos sociales), que prometía devolverles las tierras y recursos, y extender condiciones decentes de trabajo y pago para asalariados podría haber resultado atractivo para algunos nativos americanos confrontados por colonos violentos y amenazados con el despojo.
En los movimientos militares del PLM hubo participación de indígenas. Uno de éstos fue el esfuerzo de 1911 para tomar Baja California para convertirla en una base del PLM desde donde, esperaba Flores Magón, pudiera retomarse el ímpetu para la Revolución mexicana. La toma inicial de Mexicali en 1911 fue planeada y ejecutada por organizadores indígenas: Fernando Palomares y Ramon Caule —ambos organizadores de la huelga de Cananea en 1906—, y Camilo Jiménez, un trabajador agrícola cocopah y organizador del iww y el PLM. Todos ellos eran trabajadores veteranos, involucrados en las luchas laborales de México y Estados Unidos, y reclutaron combatientes para la incursión inicial en Mexicali. Después, Flores Magón elogiaría a Jiménez como el “alma” del movimiento revolucionario de Baja California y como un “estratega, un maestro del detalle geográfico”. También se le atribuyó la organización de una “caballería india” de aproximadamente 350 cocopahs armados, que formaban “una tercera parte de la fuerza invasora total” (Monroy, 1962, 173).7
2. fernando palomares (también conocido como francisco martínez), indio mayo trilingüe, editor de libertad y trabajo. fotografía policiaca al ser arrestado por violar las “leyes de neutralidad“, cárcel de leavenworth, kansas, eua, 1912.
Es posible que los cocopahs se unieran debido a que sus intereses y los del PLM se entrelazaban con la historia reciente del uso de la tierra y del agua de modos que se reforzaban mutuamente. Los cocopahs vivían en la zona binacional que había sido recortada por la frontera y que abarca partes de México, Arizona y California. Con la expropiación del río Colorado, Harrison Otis, editor del Los Angeles Times y dueño de largas franjas de tierra en el Imperial Valley y en el valle de Mexicali del lado mexicano de la frontera, comprometió las fuentes de agua de los cocopahs (Hart, 2002, 514). Los cocopahs usaban el río y, para 1910, estaban entre los asalariados que cosechaban para el creciente imperio agrícola. Es posible que hubieran emigrado para trabajar, como Jiménez, trabajador agrícola que vivía en el pueblo de Holtville en Imperial Valley durante la temporada y luego regresaba a una comunidad cocopah ubicada en algún lugar de las montañas cercanas. Probablemente los provocó el despojo del río Colorado, la invasión al territorio vecino y trabajar como jornaleros mal pagados en la cosecha del valle. La promesa del PLM de retomar la zona, lanzar una revolución para recuperar la tierra para los indígenas y evitar una enajenación mayor de los recursos, aunada a promesas a los asalariados, podría haber sido lo suficientemente convincente para que se unieran a lo que quizá veían como el primer paso para expulsar a los mexicanos y estadounidenses mestizos, y devolverle el río y las tierras a los cocopah.
Otra indicación de la organización panamericana afloró en 1912 en Michoacán, estado natal de Primo Tapia. Dos años después de que comenzara la revolución, hubo una mención de una alianza panindígena formada en Michoacán, una “alianza informal de pueblos que en 1912 se propuso como meta […] la unificación de los pueblos indígenas a lo largo de toda la región” (Boyer, 2003, 28). Según estudios sobre Tapia, en especial los de Paul Friedrich (1977), éste viajaba a casa y mantenía el contacto con sus parientes antes de regresar, en los años veinte, para finalmente dirigir el Partido Comunista de Michoacán. Los miembros de su familia eran agraristas, una de las asociaciones interclase de quienes trabajaban la tierra y favorecían su distribución más justa, y les preocupaba que los mestizos se mudaran a las suyas. ¿Podría ser que Tapia u otros purépechas participantes en el PLM ayudaran a organizar o tuvieran una influencia en la alianza panindígena? En Michoacán, muchos organizadores agraristas eran de ascendencia otomí o purépecha, y habían perdido sus tierras y formado un movimiento que se expresaba en términos de clase, y no como un asunto indígena en sí. Pero en Michoacán, como sostiene Boyer, “la creación de una identidad de clase campesina no logró que las solidaridades preexistentes de las personas rurales desaparecieran nada más. Al contrario, la modularon con su propia comprensión de etnicidad y comunidad” (Boyer, 2003, 41).
Interrogantes sobre el replanteamiento de los pasados de los movimientos sociales transnacionales
Estos fragmentos son tan sólo la punta de una historia mucho más grande. Indican no la desaparición ni “incorporación” de los indígenas, sino un proceso mucho más complejo. A partir de mi ensamblaje de fragmentos surgen más preguntas sobre los significados más amplios de ciertos hechos y una pluralidad de pasados y perspectivas.
Saber que hay pasados múltiples que reconocen diferentes conceptualizaciones cambiaría