Los perfeccionistas. Simon Winchester
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1 Los pocos cientos de miembros de esta vocación más bien exclusiva se especializan en fabricar instrumentos de vidrio de gran refinamiento y complejidad, principalmente para su uso en laboratorios de química. Editan una revista especializada, Fusion, se reúnen en convenciones y cuentan con un héroe, un inmigrante japonés a Estados Unidos, Mitsugi Ohno, que, hasta su muerte en 1999, a los setenta y tres años, trabajó para la Universidad Estatal de Kansas y reunió una colección de modelos de vidrio enormes y minuciosos de barcos y edificios célebres que permanece en el campus, en Manhattan, Texas. Ohno debe sobre todo su fama a que halló la forma de hacer una botella de Klein, un recipiente curvo que, como una cinta de Möbius tridimensional, tiene una sola superficie.
2 Aunque T. S. Eliot lo empleó en su “Rhapsody on a Windy Night”: “Whispering lunar incantations / Dissolve the floors of memory / And all its clear relations/ Its divisions and precisions […]”. (“Rapsodia en una noche ventosa”: “los conjuros lunares disipan con un susurro / los pisos de la memoria / junto con todas sus claras relaciones, / divisiones y precisiones) [traducción de José Luis Rivas].
3 N. del T.: En el Diccionario de autoridades de la Real Academia Española, publicado entre 1726 y 1739, las palabras preciso y exacto no tienen todavía entre sus acepciones alguna que se relacione con magnitud o medida. El Diccionario de la Real Academia Española, en su edición más reciente, en las acepciones pertinentes reza: “preciso, sa […] 3. adj. Dicho de un instrumento de medida: Que permite medir magnitudes con un error mínimo. Este instrumento es muy preciso: mide milésimas de milímetro”; “exacto, ta […] 10. Dicho de un instrumento de medida: Que se ajusta lo más posible al valor real de una magnitud. Esta regla es exacta, pero poco precisa: solo mide centímetros”. El Simon and Schuster’s International Dictionary, inglés-español/español-inglés, de la casa editorial neoyorquina, acopiado por un equipo encabezado por Tana de Gámez, traduce los términos accuracy, exactness y precision, en sus acepciones pertinentes, por ‘exactitud’ y ‘precisión’.
4 El punto crucial para la fabricación de cualquier cosa es la posibilidad de su medición. En inglés, esto por lo general supone el uso del adverbio casi invisible cómo, en su determinación interrogativa de hasta qué punto o hasta qué grado puede existir algo. ¿Qué tan largo es?, ¿qué tan masivo?, ¿qué tan recto es un borde?, ¿qué tan curva una superficie?, ¿qué tan dura?, ¿qué tan ceñido es el ajuste? Fueron los antiguos egipcios los primeros en definir estos términos con el cúbito, el largo del antebrazo del faraón, que se reconoce como el abuelo venerable de todas las medidas. A partir de ahí, otras civilizaciones recurrieron a otros atributos humanos: el largo del pulgar o del pie, la distancia medida por cien pasos o durante una jornada, como base para escalas de medición, donde la pulgada o la libra o el grave o el catty eran unidades fijas, mientras que en otros casos, como la unidad china de distancia, el li, por ejemplo, eran variables dependiendo de si el camino por recorrer era llano o cuesta arriba. Luego llegaron los franceses con su système métrique, deliciosamente pulcro y basado en los múltiplos de diez y poco más tarde el actual Sistema Internacional de Unidades, mejor conocido como SI, tenazmente elaborado y acordado internacionalmente (adoptado por todas las naciones con excepción de Birmania, Liberia y Estados Unidos), que define las siete unidades fundamentales de longitud, masa, tiempo, corriente eléctrica, temperatura, cantidad de materia e intensidad lumínica, mejor conocidas como metro, kilogramo, segundo, amperio, grado Kelvin, mol y candela. Para no hacer tropezar el ritmo narrativo de esta historia, he dejado para un apéndice final un recorrido más detallado de los multitudinarios misterios de la medición.
5 Desde su primera definición formal, en 1916, como “márgenes de error permisibles” en la calidad de la manufactura. Un informe inglés de 1868 sobre acuñación internacional de moneda anticipó este uso cuando apuntó que en lo tocante a monedas de oro “el margen de error en la acuñación […] llamado remedio o tolerancia […] es de 15 granos para el fino, más o menos 1/16 de quilate”.
6 Las hormas de precisión creadas en una máquina inventada por un tal Thomas Blanchard, en Springfield, Massachusetts, en 1817, son también parte de la historia de la precisión en Estados Unidos, como explicaré en el capítulo iii.
i
(tolerancia: 0,1)
estrellas, segundos, cilindros y vapor
Es propio del hombre instruido buscar la exactitud en cada materia en la medida en que la admite la naturaleza del asunto.1
aristóteles (384-322 a. c.),
ética nicomáquea
El hombre a quien por consenso de la fraternidad ingenieril se considera el padre de la auténtica precisión fue un caballero inglés que vivió en el siglo xviii, de nombre John Wilkinson, cuya fama pública era la de ser un loco entrañable, especialmente debido a su pasión, rayana en la obsesión, por el hierro metálico. Construyó un barco de hierro, su escritorio de trabajo era de hierro, levantó un púlpito de hierro, quiso ser enterrado en un ataúd de hierro que guardaba en su taller (y dentro del cual gustaba esconderse y aparecer de pronto para diversión de sus visitantes femeninas más codiciables) y su recuerdo se preserva en un pilar de hierro que él mismo mandó erigir antes de su tránsito postrero en un pueblo remoto del sur de Lancashire.
Sin embargo, puede también argüirse que el ampliamente conocido Iron-Mad Wilkinson tuvo predecesores que pueden competir con él en su reivindicación de la paternidad de la precisión. Uno de ellos fue un infortunado relojero de Yorkshire, llamado John Harrison, que unas décadas antes se afanó en crear mecanismos para llevar casi a la perfección la cuenta del tiempo; el otro, y esto sorprenderá a quienes suponen que la precisión es de creación más o menos moderna, fue un artífice de nombre desconocido que ejerció en la antigua Grecia, unos dos mil años antes que Harrison, y cuyo pináculo en la hechura de precisión fue descubierto en el fondo del Mediterráneo a comienzos del siglo pasado por unos pescadores de esponjas.
Un grupo de pescadores griegos que buceaba en las tibias aguas al sur del Peloponeso, cerca de la isla de Anticitera, halló una serie de esponjas, como solía pasarles, pero también algo más: las cuadernas y mástiles dispersos de un barco hundido, muy probablemente un buque de carga de la época romana. Entre la pedacería de madera se toparon con el sueño de todo buzo, un cuantioso tesoro de maravillosos objetos de arte y ornato entre los cuales se hallaba algo de aspecto misterioso: un bloque de bronce y madera, corroído y calcificado, del tamaño de un listín telefónico, en el que nadie reparó al principio; a punto estuvo de ser descartado como algo de escasa importancia arqueológica.
Ignorado durante dos años en el fondo de un cajón en Atenas, donde sin embargo había ido secándose pacientemente, aquel objeto amorfo se deshizo. Se partió en tres pedazos para revelar, ante el asombro general, un revoltijo compuesto por más de treinta engranajes, ingeniosamente endentados. El diámetro de uno de aquellos engranajes era casi tan largo como el objeto entero y había otros no mayores de un centímetro. Todos tenían dientes triangulares cortados a mano, los más pequeños tan pocos como 15 y el mayor la cantidad entonces inexplicable de 223. Todos los engranajes parecían haber sido cortados de una misma placa de bronce.
El asombro que produjo este descubrimiento entre los científicos