El cerebro XX. Lisa Mosconi
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No pierdas de vista este dato; es el elemento de cambio. Tu genética (además de tu edad, género y herencia familiar) son las cartas con las que te ha tocado jugar. Pero ganar y perder tiene más que ver con tu forma de tirar las cartas: tu entorno, estilo de vida, historial médico y, en específico para las mujeres, salud hormonal. Estudios demuestran que estos factores actúan en sinergia como poderosas fuerzas epigenéticas que modifican la forma en que se conectan nuestras redes de ADN al seleccionar qué genes activar y cuáles desactivar.2 Aunque esto no modifica la estructura de nuestro ADN, sí cambia la expresión de nuestros genes a lo largo de nuestra vida, influyendo así en nuestras posibilidades de desarrollar o no una u otra enfermedad. Como resultado, sabemos que las causas subyacentes del deterioro cognitivo, aunque suelen ser de tipo genético, comúnmente también están vinculadas a otros factores que están bajo nuestro control.
Desde una perspectiva científica, es importante recordar que en algún momento todos pensábamos que padecimientos como la depresión, los derrames cerebrales o incluso el cáncer eran consecuencias genéticas esencialmente ineludibles. Por el contrario, resulta que éstos se deben, en gran medida, a las interacciones entre una susceptibilidad genética y una gran cantidad de factores médicos y ambientales.3 Es mucho más probable que algunas condiciones médicas4 como las cardiopatías, la obesidad y la diabetes, que afectan la salud cerebral, surjan a raíz de factores relacionados con el estilo de vida que con factores asociados con mutaciones genéticas. Para darte una mejor idea de la escala de la magnitud, se estima que 80 por ciento de todos los casos de enfermedades cardiovasculares y hasta 90 por ciento de todos los casos de diabetes tipo 2 en años recientes fueron ocasionados nada más y nada menos que por un estilo de vida poco saludable.5 Por consiguiente, pudieron haberse evitado al prestar más atención a cosas como elecciones dietéticas, control del peso y actividad física.
Lo mismo sucede en el caso del alzhéimer. Estudios poblacionales recientes estiman que 30 por ciento de los casos de alzhéimer podrían prevenirse al atender cambios clave a nivel médico y estilo de vida.6 Éstos incluyen un cambio de paradigma que contempla la alimentación y el ejercicio, el compromiso intelectual y social, la reducción del estrés, una mejor calidad de sueño, el equilibrio hormonal, evitar el tabaquismo, disminuir la exposición a ciertas toxinas, gestión de la salud cardiovascular, así como aquellos factores que conducen a la obesidad y la diabetes, por mencionar algunos. Estas prácticas funcionan de forma poderosa para mantener la demencia a raya.
Las investigaciones indican que reducir estos factores de riesgo en un 10 por ciento podría prevenir casi nueve millones de casos de alzhéimer para 2050. Dependiendo de la literatura que revisemos, podríamos incluso prevenir más casos y minimizar los problemas cognitivos menos graves que ocurren naturalmente con la edad. Éste es el descubrimiento por el que hemos trabajado tan duro. Éstas son las cifras con las que hemos soñado. Independientemente del nivel socioeconómico o la genética, estas claves están al alcance de cualquiera que desee emplearlas. La importancia de estos descubrimientos será más evidente a medida que avancemos al siguiente mito sobre la salud de la mujer.
MITO #2: ES SÓLO LA VEJEZ, Y LAS MUJERES VIVEN MÁS
Durante muchos años la mentalidad colectiva ha dictado que, como las mujeres suelen vivir más que los hombres, esa mayor expectativa de vida implica que “tendrán más tiempo” para manifestar alzhéimer en cifras más altas. En otras palabras, esa cuestión no merecía la pena estudiarse. Como científica y defensora del sentido común, abordé este tema con una pregunta muy sencilla: ¿en verdad las mujeres viven mucho más que los hombres?
Resulta que esta legendaria brecha de género en longevidad se está cerrando, los hombres nos están alcanzando. Por ejemplo, la esperanza de vida en Estados Unidos actualmente es de ochenta y dos años para las mujeres y setenta y siete años para los hombres, una diferencia de cinco años.7 En Inglaterra, se anticipa que la diferencia será menor a dos años8 para 2030. En muchos otros países, la “gran” diferencia en realidad no es tan grande, y de hecho se dirige hacia la paridad.
Curiosamente, las investigaciones muestran que el comportamiento y la tecnología (y no la genética) son las razones principales por las que la brecha de género en términos de esperanza de vida se está cerrando con tal velocidad.9 A principios del siglo XX, el progreso tecnológico y médico condujo a una disparidad de género en las tasas de mortalidad. A medida que la gente nacida a principios de la década de 1900 adoptó comportamientos positivos de salud, tales como la prevención de enfermedades infecciosas, tecnologías médicas, una mejor alimentación, entre otros, las tasas de mortalidad se desplomaron para las mujeres y para los hombres. Sin embargo, mientras que las mujeres aprovecharon todas estas mejoras, los hombres fueron víctimas del aumento simultáneo de las llamadas “enfermedades creadas por el hombre”. Éstas en su mayoría incluyen el alcoholismo, el tabaquismo, la violencia armada y los accidentes en carretera, que suelen ser factores de riesgo más típicamente “masculinos”. Incluso la mayor incidencia de cardiopatías en hombres ha sido atribuida en gran parte al tabaquismo y a una dieta deficiente. En otras palabras, las consecuencias de los comportamientos masculinos dieron pie a la creencia de que las mujeres tenían alguna ventaja biológica en términos de longevidad.
Más bien, las mujeres de hoy corren el riesgo de replicar la historia de los hombres de ayer al adoptar comportamientos y cargas que antes se consideraban una prerrogativa masculina: fumar, beber y ascender en términos corporativos. ¿“Atreverse” a ser mujeres emprendedoras que trabajan cien horas a la semana?, es considerado algo trivial. ¿Mujeres que crían niños pequeños mientras tienen trabajos de tiempo completo?, es cosa de todos los días. ¿Mujeres que tienen uno o dos trabajos para mantener a la familia?, también es algo que ha prevalecido durante décadas. ¿Una mujer presidenta o primera ministra?, en algunas partes del mundo, esto ya es un hecho… Quizá se deba a estas exigencias crecientes que las mujeres mayores de cincuenta años ahora tengan el mismo riesgo que los hombres de padecer cardiopatías. La mortalidad a causa del cáncer de pulmón se ha triplicado en mujeres durante las últimas dos décadas. La prevalencia de obesidad, ansiedad y depresión también ha aumentado significativamente en mujeres mucho más que en hombres. Lo mismo sucede con el riesgo de padecer infecciones y una variedad de condiciones hormonales, desde enfermedad tiroidea hasta infertilidad.
Y durante este proceso de mayor “progreso”, los hombres han aprendido a cuidar mejor de sí mismos, lo cual ha derivado en la reducción de la mortalidad masculina y el acortamiento de la brecha de género en la esperanza de vida. En el caso del autocuidado femenino, se observa la tendencia contraria. Dado que nuestro género es el que suele tener trabajo dentro y fuera del hogar, nuestro autocuidado ha tomado un papel secundario frente al cuidado de otros en el hogar y nuestra vida laboral. En términos más amplios, los hombres cada vez hacen menos cosas para perjudicar su salud, mientras que las mujeres hacemos cada vez más.
Durante siglos, las mujeres han buscado la misma libertad de elección que los hombres en virtud de su género. Aunque hemos logrado abrir puertas que antes se encontraban cerradas para nosotras, al parecer se nos ha dado acceso bajo términos y condiciones excesivos. Mientras que los hombres decidían lo que debía esperarse de ellos al llegar a casa luego de un largo día de trabajo, la realidad es que las mujeres, al incorporarnos a la fuerza laboral externa, seguimos haciendo frente a todos los roles que desempeñábamos previamente, sin importar que hubiéramos adquirido nuevas responsabilidades. Actualmente, llevamos a cabo todas estas tareas sin el apoyo ni la compensación adecuados, ya no digamos el reconocimiento que merecemos. Todo esto apunta a que los roles cambiantes de las mujeres en la sociedad, junto con los comportamientos poco saludables, las cargas y las luchas que vienen con ello, han afectado de forma silenciosa nuestro corazón, hormonas, peso y también nuestro cerebro. De hecho, éste ha estado sufriendo al punto de desarrollar un trastorno neurológico como el alzhéimer. Uno sólo puede imaginar lo que estos cambios han provocado