Hablando claro. Antoni Beltrán

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ser que, en el concienzudo repaso que he hecho, tal vez me haya dejado alguno. Pero estos pueden dar idea de la dimensión que tiene esta apabullante oferta de ingeniería del conocimiento de todo tipo. Pues, si se observa detenidamente, cada uno por sí solo representa una auténtica revolución. Pero vistos, en conjunto, se pueden considerar el inicio del motor de la civilización.

      Tanta es la actualidad que algunos tienen, que hoy, en pleno siglo XXI, aún se está explotando su desarrollo, en base a esos saberes ancestrales. Todo lo relatado, a poco que reflexionemos, nos plantea la siguiente pregunta: «¿De dónde pudo surgir esta civilización?». —Como se recordará, esta pregunta ya se esboza, junto con otras, al principio del capítulo—. Y la respuesta más socorrida que se les ha ocurrido a los investigadores, después de introducirnos en un intrincado laberinto de dudas, es que se desconoce su origen.

      Es como si ese adelanto técnico, social y cultural, tan espectacular, hubiera surgido de la nada. Un ejemplo muy parecido a la solución que se le otorga al Big Bang, para explicar el principio del universo. Algo clásico en el Homo sapiens, cuando no encontramos un razonamiento que se nos acomode a nuestras creencias, recurrimos a soluciones que no las incomoden.

      Parece evidente que todo son conjeturas. Sí, desde cómo se inició la cultura humana, hasta encontrar una explicación razonable del principio del universo. Eso si es que todas estas preguntas pueden ser razonables. Cierto que hay quienes han hecho otras propuestas. Pero eso ha representado entrar en el terreno de las llamadas «conspiraciones» contra el orden establecido y aparentemente aceptado por todos.

      Sin embargo, hay evidencias para las que no se han encontrado respuestas concretas. Por ejemplo, que expliquen «la construcción de distintas obras megalíticas, ni tampoco la cantidad de seres alados» localizados no solo en la civilización que estamos estudiando, sino en las posteriores, como fueron la egipcia y la griega, aunque también en todas las civilizaciones arcaicas, como fueron la védica, la china, la maya y otras… Y esto siguió, hasta no hace tanto, con las llamadas gárgolas —seres mitológicos— que aparecen en las catedrales, especialmente las de estilo gótico.

      Con el fin de buscar una respuesta a todo esto, he recurrido al Dr. Zecharia Sitchin, este, desde mediados del siglo pasado, inició una campaña «en contra de la teoría de la evolución». Fue considerada por la mayoría de los científicos del momento una conspiración cargada de falacias. Pero veamos en qué se basaba el Dr. Sitchin para hacer tales afirmaciones. En primer lugar, se ha de indicar que fue el investigador que más tiempo dedicó al estudio de las tablas, treinta años. Fue a partir de ahí que hizo una interpretación, donde desarrolló la teoría de la existencia de los «Anunnakis» y el planeta «Nibiru».

      Según sus conclusiones, era una «raza extraterrestre» cuyo nombre significaba: «llegados del cielo». La fecha de su llegada a la Tierra se desconoce, pero se supone muy lejana. La primera relación con los habitantes de este planeta se remonta a tiempos inmemoriales. La razón de su estancia era la búsqueda de minas de oro que precisaban para la sobrevivencia en su planeta. —Aun así, se ha de hacer la observación que este metal llegó a nuestro planeta por asteroides—. Para ello, esclavizaron a unos seres que tenían más de simios que de otra cosa y con ellos, por medio de «la manipulación genética», crearon al Homo sapiens sapiens. Parece que esto causó un cierto malestar entre las distintas autoridades alienígenas, entablándose entre ellos una disputa de dimensiones descomunales. Altercados que se relatan en el Antiguo Testamento, entre Dios, los ángeles y los ángeles caídos que se insubordinaron.

      El ya nombrado Antiguo Testamento está repleto de escenas increíbles que, por no ser sabedores, tampoco juzgamos. Por eso no tienen que extrañarnos las referencias a otros dioses aparte de «Yahvé», eso, según se puede pensar, no altera la pretensión básica del judaísmo a que el pensamiento religioso fuera «monoteísta». Pues, en la lectura de los textos religiosos, se afirma que esos dioses se diferenciaban de Yahvé en dos aspectos. Primero, debían su origen al mismo Yahvé: «Vosotros sois dioses hijos del supremo», (Salmo 82:6). Y segundo; «A diferencia de Yahvé, esos dioses eran mortales; Moriréis como mortales y caeréis como cualquier príncipe», (Salmo 82:7).

      La particularidad de esta lectura se podría referir a diferentes mandos que desobedecieron al «máximo mandatario», al contribuir a la mencionada manipulación genética, incluyendo genes alienígenas, posiblemente gestados por algunas de sus hembras. De cualquier manera, esta historia aquí muy abreviada —se puede leer en los muchos libros publicados por este autor y también es fácil de encontrar todo tipo de opiniones contradictorias y fabuladas por internet—. Lo evidente es que posee una total y absoluta similitud con el Antiguo Testamento. Donde se explica el «principio del Génesis». Eso hace más fácil comprender la leyenda que allí se ofrece sobre la relación de los seres humanos y unas palabras que se vierten en ambas historias por igual; y dijo Yahvé: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Obsérvese que habla en plural.

      Finalmente, el Dr. Sitchin murió a los noventa años, reiterando su deseo que le hicieran un estudio genético a la momia de la «reina Paubi», que se encuentra en el Museo de Historia Natural de Londres, debido a que estaba en el convencimiento que su origen era extraterrestre.

      Se debe añadir que el primero que se rebeló públicamente contra la «teoría de la evolución» y que se puede considerar como el primer defensor contra la teoría de la conspiración fue Samuel Wilberforce, obispo anglicano, si bien esta oposición la hizo por motivos bien distintos; este defendía, el principio del Genesis, de acuerdo como se explica en el Antiguo Testamento. Con esto, la llamada teoría de la conspiración se pueda comprender de un modo distinto, dependiendo de la ideología que cada uno posea. Parece evidente que concebir al universo y, con ello, todo lo que contiene, incluyéndonos nosotros, naturalmente, es una cuestión de teorías o de hipótesis, entiéndase de la manera que sea más fácil aceptar.

      Como conclusión diré que mi pensamiento en cuanto a creencias, como anteriormente he manifestado, es el agnosticismo, lo que me obliga a «cuestionar» todos los dogmas que se han explicado a lo largo de la historia conocida. Es precisamente en este punto donde me llama poderosamente la atención un detalle que, al parecer, se han empeñado en ocultar las religiones. Lo cierto es que cuando no hay una evidencia científica que se pueda comprobar, se debe recurrir a los diversos vestigios arqueológicos, legados por las culturas ancestrales. Y solo ahí y no en suposiciones se tiene que basar lo que consideramos «la realidad fehaciente». Desearía añadir una reflexión final sobre este asunto. A quienes les puede costar aceptar la historia de los Anunnakis, me permito recordarles lo que ya he expuesto en los párrafos anteriores, las verdades se vuelven inmutables cuando las aprendemos de pequeños y, además, si nuestros padres y la sociedad entera creen en ellas.

      Una vez superado este paréntesis, vamos a volver a analizar el comportamiento del sujeto que estamos estudiando o lo que sería igual a decir: «a nosotros mismos». Además de la lucha a muerte que se entabla en la «pirámide trófica», también conocida como «cadena alimenticia», o lo que ya he expresado como el «código de la sobrevivencia». Eso no es más que una realidad en plena vigencia, en todos los

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