Hablando claro. Antoni Beltrán

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      No es que las autoridades no actúen si son descubiertas las mafias que trafican. Pero de poco sirve. Una vez establecidas en los lugares que estos esclavistas modernos las distribuyen, se hace una política de control muy laxa. Aun con todo, quiero hacer una aclaración. No es que yo esté en contra de la «prostitución», en eso como en tantas cosas, todo el mundo es libre de hacer lo que le plazca con su cuerpo, pero lo que de ninguna manera puedo aceptar es que sea obligada por terceros con el fin de enriquecerse. Y esa es esclavitud que podemos ver en nuestras ciudades, con el aparente beneplácito de las autoridades.

      Sin embargo, este horrendo crimen que hoy representa para nosotros la esclavitud ha existido desde siempre. Por lo que parece, el sexo obligado y la esclavitud son innatos en el comportamiento humano y, por lo que hemos visto anteriormente, también en alguna especie animal. Este es el motivo de reflexión al que antes me refería; quizás la cultura, en esto, como antiguamente ya sucedió con los efebos de la Antigua Grecia, nos hace ver las cosas distintas y todo dependa de la ética que se practica en cada época. Tal vez, en busca de un supuesto buenismo, estamos esperando demasiado del Homo sapiens.

      Y como ejemplo de esta afirmación: «¿puede haber algo más cruel que matar a un igual, para extraerle los órganos, con el fin que puedan vivir otros que han pagado por ello?». De algún modo y aceptando mi teoría que la maldad es privativa, que la ejercen individuos que, por un motivo u otro, «no son racionalmente dueños de sus actos». ¿Qué ocurre entonces con aquellas personas que, padeciendo un mal incurable, están dispuestas a comprar un órgano, cuando la medicina les dice que solo un trasplante puede ofrecer la posibilidad de vivir? Son gentes que, antes de padecer la enfermedad, tuvieron una vida ejemplar y honesta. Y, aun así, ahora están dispuestos a desembolsar la cantidad que sea, a fin de salvar su vida. Pero acaso se preguntan; «¿de quién saldrá ese órgano?».

      Casi podría asegurar que ni siquiera lo han reflexionado, es demasiado horrendo que estas personas puedan pensar que van a matar, a cualquiera de esos que pululan por el tercer mundo, para que él pueda vivir. Es mejor centrarse en los doctores que le ofrecen la solución, puesto que, con toda seguridad, ellos no colaborarían en un asesinato y de este modo callan su conciencia, si la duda surge. Si bien, a poco que lo pensemos, encontraremos que son seres dominados por sus miedos y eso es lo que les dará finalmente ese plus necesario para aceptarlo. «Ahí es cuando he de recordar cómo actuamos en caso de extrema inseguridad».

      Aun con todo, las mentes biempensantes dirán que ellas eso nunca lo harían, y no digo que no. Así, en mi particular caso de trasplante jamás hubiera aceptado siquiera un trozo de órgano si esto representara poner en el más mínimo riesgo al donante, y eso es lo que hubiera sucedido. Ahora bien, y ahora que hago esta reflexión, me pregunto: «¿por qué en la UE están terminante prohibidos los donantes en vida si no son de familiares?». Y la respuesta que se me ocurre no puede ser más evidente.

      Pero hay más. De siempre, el Homo sapiens ha encontrado, en determinadas plantas, una forma de evadirse de la realidad que le atenaza dentro de este mundo. En tiempos, fue privativo de los «sacerdotes o chamanes», los cuales, al ingerir las drogas, entablaban largas conservaciones con las deidades. Pero esta situación poética queda lejos de la realidad de hoy. Sí, la droga es uno de los negocios que movilizan más dinero y sus consecuencias son muy lamentables para la salud de las personas. Además, los adelantos en química están logrando sintetizar nuevos productos que representan la muerte para quienes los consumen y la desgracia para sus familiares.

      ¿Quiénes las cultivan? Pues pobres campesinos que lo hacen para subsistir dentro de su miseria, sin conocer la triste realidad de sus resultados, bien por ignorancia o debido a su propia cultura. ¿Quiénes son los grandes traficantes que las distribuyen? Gente violenta, en algunos casos, los menos, con un cierto nivel cultural. Mientras que el resto, la mayoría, pertenecen al extracto social más bajo de sociedad. La gran contradicción que sufren es que son prisioneros de su propio mal, y en este caso, no es por ingerir productos tóxicos, sino porque la necesidad de amasar ingentes cantidades de dinero viene dada al activarse los mismos circuitos de satisfacción inicial que ofrecen las drogas. El caso es que cada vez quieren más y más, para acabar muertos o encarcelados para siempre. Podría ahondar en todo ello, pero se escaparía a la finalidad de este estudio —más adelante se amplía la explicación—.

      Ahora, vamos a finalizar este largo glosario de contradicciones cuando no de imperfecciones que padece el Homo sapiens, con algo que puede parecer muy actual, pero nunca tan lejos de esta afirmación, «la corrupción». Lacra que ha estado presente en todos los lugares de poder. Desde que la sociedad existe, como tal fueron necesarias las jerarquías, para aglutinarla e imponer un cierto orden. Y, con ello, llegó este grave perjuicio que atenta contra la dignidad de las personas y, como es lógico, resta valor al trabajo en igualdad de condiciones. Eso fue así de tal modo que, durante muchísimos siglos, era algo supuesto y permitido, ya que, de otra manera, no se podría comprender cualquier transacción. Su uso ha tomado muchos nombres. Quizás el más elegante sea la comisión. Pero no por eso es menos detestable que los otros mucho más vulgares, como pueden ser: mordida, soborno, peculio, influencia, colusión, nepotismo; solo por nombrar unos que ahora me acuden a la mente.

      Realmente, es maldad o estupidez. No es ninguna nueva noticia que los políticos reconocidos, considerados en todo el mundo por haber ocupado puestos de relevancia, pasan por la vergüenza de un juicio donde acaban en la cárcel. Desgraciadamente, ni el mundo de la medicina se escapa de esta situación. Verdaderos prohombres, considerados grandes «médicos y científicos» —mientras estoy escribiendo este capítulo, son noticia por haber recibido subvenciones de «multinacionales farmacéuticas», por sus artículos o celebración de congresos—. Por otra parte, no me queda más remedio que denunciar a algunos cargos jerárquicos que se han atrevido a defenderlos públicamente. Ignorando, con toda la seguridad, lo que motivó a estos profesionales a cobrar esas dádivas.

      Y hablando de política, también la podríamos relacionar con el «terrorismo o con el seguimiento de sectas autodestructivas» que incentivan la búsqueda de un mundo mejor. Con eso, los iniciados, formando parte del amplio mosaico de ideas de estos tiempos, aprovechan para penetrar en la mente de aquellos que, por una razón u otra, están desencantados de la sociedad. Todo ello forma parte de la civilización que estamos viviendo. Y que se sostiene dentro de la supuesta cordura de un modo muy frágil, siendo propicia en momentos de vacilación y en según qué circunstancias a acceder a un estado de enajenación de muy difícil recuperación.

      Cierto que podría extenderme mucho más, pero creo que ya es suficiente para comprender quiénes somos exactamente. Somos una clara contradicción. Está demostrada la capacidad que poseemos para asumir «profundos pensamientos filosóficos», y si no tenemos en cuenta épocas anteriores a la nuestra es porque las desconocemos. Es innegable que, en los últimos cien años, hemos demostrado una gran habilidad para crear ingenios que nuestros antepasados próximos jamás hubieran podido soñar. Pero, por el contrario, nos enredamos en una maraña de razonamientos metafísicos, como el que voy a plantear en el próximo párrafo. Donde estamos, en la búsqueda de un mundo irracional que, en mi opinión, ya lo hemos encontrado, con la llamada «física cuántica». Mecánica que, al no tener respuestas de lo que nos plantea, las más altas instancias han preferido ignorar.

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