Hablando claro. Antoni Beltrán
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Ahora que llega el final del capítulo, he recordado unas palabras, del libro El árbol de la ciencia, de Pio Baroja, donde en una conversación que mantiene Andrés Hurtado —el protagonista— con su tío Iturrioz, médico también, sobre la «filosofía de la vida». De una forma magistral explica en pocas palabras todo lo que yo expreso en todo este montón de letras. Recomiendo encarecidamente su lectura a quien no lo haya leído.
Y ahora un apunte final, con una propuesta que, a mi juicio, demuestra lo contradictoria que puede llegar a ser la sociedad actual. Evidentemente, lo que planteo aquí tiene que corregirlo la sociedad por medio de sus políticos. Pues «las penas de cárcel, en ningún instante, son la solución». Estas se han estado aplicando desde tiempos inmemoriales que nos transportan a los momentos que la sociedad, como tal, se organizó. Pero con la particularidad que se desconocía lo que aquí he estado evidenciando. Las cárceles solo tienen sentido «si las entendemos como un depósito transitorio, para almacenar a los enfermos o los inadaptados», entonces sí se pueden considerar válidas. Pero aparte del costo económico que representa para la sociedad, no aportan ninguna solución. De ninguna manera estoy proponiendo un «buenismo trasnochado», pero tampoco lo entiendo como un castigo. Debido a que el paso por ella, a algunos jóvenes, lo único que consigue es condenarlos para siempre a la delincuencia, al entrar en un bucle de difícil salida, por no decir imposible.
Por otra parte, si entendemos la diferencia entre delitos y las responsabilidades de quienes los cometen, tendremos que aceptar que hay un tipo de personas —sociópatas— que no pueden vivir en libertad, porque nunca se van a rehabilitar. Entre ellos, violadores, esquizofrénicos no diagnosticados, que llevan a sus espaldas un carrusel de delitos y tantos otros que comprenderían una interminable lista de agravios contra la sociedad que aquí ya he expuesto. Para ellos, solo hay una solución: que trabajen de acuerdo con sus posibilidades en campos adecuados, pero apartados de la sociedad.
Ahora, solo quedarían los que han cometido un error por egoísmo y a los que la sociedad no les dio la oportunidad para aprender. A estos, en principio, se les tiene que suponer la capacidad de «arrepentimiento», y se puede tener la seguridad de que será efectiva. En estos casos, solo les quedaría contribuir al restablecimiento del mal, pagando con trabajos a beneficio de la comunidad y, según fuera el caso, con el duplo o quíntuplo del daño, o lo que los jueces decidieran. Y solo sus «continuas reincidencias» serían suficientes para demostrar que tienen que ser apartados de la sociedad.
Reconozco que esta propuesta puede sonar revolucionaria o incluso ilusa. Pero me parece incomprensible que nos estemos conduciendo por los mismos parámetros ancestrales de siempre. Y que la sociedad admita, con una total naturalidad, que un error debe cumplir una pena de privación de libertad, sin más. Eso sí, sin ni tan siquiera analizar el tipo de error. A los jueces lo único que les está permitido hacer es interpretar la ley. Una ley que, por lo evidenciado a lo largo de este episodio, el delito está muy mal comprendido, es más, en ocasiones, más que el pago de una falta grave, lo que se puede traslucir es una venganza.
Por razones obvias, evito el planteamiento de la «pena capital», puesto que esta, por mucho que esté acompañada de todo el boato de responsabilidad en los países que aún la ejercen, me parece un acto de venganza criminal del Estado que la auspicia. Propio de los mismos enfermos que ajustician por no decir claramente que asesinan.
Después de esta controvertida exposición de lo que somos los humanos, creo necesario cerrar estas reflexiones con una posdata. Que nadie crea que, en las situaciones descritas a lo largo de este episodio, el lector jamás se podría encontrar en ellas. Pues eso es probablemente lo que pudieron pensar algunos antes que se hallaran comprometidos en alguna de estas circunstancias. El Homo sapiens está sujeto a las emociones y, en consecuencia, no deja de estar sometido por los sentimientos. Sí, entre ellos esos que antes estudiábamos, como son los de «venganza». También hay otros que, desafortunadamente, no fueron seleccionados por la especie para vivir en sociedad y a estos no se les puede exigir lo que no pueden ofrecer. Finalmente, los que hasta hoy no han tenido ningún problema, quizás sea porque nunca tuvieron la oportunidad. Y otros, porque simplemente pasaron por un mal día y, fruto de ello, cometieron el error, tal vez por el alcohol o cualquier otra sustancia, ocasionaron el desarrollo de una de las circunstancias que aquí se han expuesto.
4. Cuando se desarrolla la historia de los sumerios, se vuelve a formular esta cuestión.
5. Del hechicero a la medicina actual, en el capítulo 1 estudia una parte de la historia de la medicina.
6. En el capítulo IV: «La salud del Homo sapiens», se desarrollan todas estas cuestiones.
7. En Del hechicero a la medicina actual, se habla extensamente de esta zona y de sus prácticas en medicina.
8. Toda esta historia se menciona nuevamente en el capítulo IX: «Nuevas expectativas», con el que se cierra el estudio.
9. Del hechicero a la medicina actual dedica el capítulo 13 a analizar estas discutidas especialidades.
10. Interpretación del éxito, en los capítulos 28 y 29 se detallan ampliamente lo que representan los distintos sentimientos para los humanos.
11. Interpretación del éxito, en el capítulo 25 se da una cumplida información sobre la inseguridad de los humanos.
12. Lo que se pone en funcionamiento dentro de su cerebro «es el mismo circuito de compensación» que si estuviera ingiriendo cualquier tipo de droga. Lo que, al principio, parece algo muy placentero, ya que provoca «descargas de adrenalina», siendo, además, lucrativo. Pasa después a volverse un tormento que le hace, cada vez, querer más y más, volviéndose entonces muy descuidado. Hasta llegar a angustiarle, sin tener una consciencia de que va a ser su gran perdición. Interpretación del éxito, en el capítulo 20 se expresan ampliamente estos motivos.
II. Los campos morfogenéticos aplicados al Homo medicus
Imaginemos por un momento que la situación que describo pudiera ser creíble y disfrutara de un acceso que me hubiera permitido viajar en el tiempo… Me encuentro a la distancia de 5500 años, en la «Primera Dinastía del Antiguo Egipto». Me encuentro en el «templo de Osiris». Estoy observando cómo un sacerdote está invocando, para que el dios intervenga en la cura de un joven enfermo, que se encuentra postrado en las parihuelas de un camastro. Escucho que conjura a Osiris de la siguiente manera: ¡oh, Osiris! te invoco para que, con tu infinita bondad, accedas a sanar a este tu siervo. Te imploro para que te dignes a intervenir y expulses a los demonios que poseen su cuerpo…
Lástima, he perdido la conexión… Supongamos, por un instante, que esta situación pudiera ser verídica y que, gracias a los medios de la aplicación de la «física cuántica» un día fuera posible viajar al pasado.