Hablando claro. Antoni Beltrán

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de la mente —psiquiatras y psicólogos—. Pues sus manifestaciones solo denotan lo erradas que están esas supuestas ciencias, en mi opinión: «uno de los verdaderos males de la medicina». Puedo aceptar que el público en general, así como la justicia, juzgue esos delitos como lo que son. Pero me es imposible comprender que, los que se consideran expertos del «comportamiento humano» hagan afirmaciones públicas de la «maldad» que encierran los asesinos de sus parejas o de sus propios hijos. Desarrollar aquí mi tesis haría que abandonara el objetivo de este estudio. Pero me invita a reflexionar si no será motivo de un próximo libro.

      Sí, esta es una sensación que nos atenaza y hace que actuemos de forma desproporcionada. Tanto que, para defendernos de un hipotético mal, provoca que procedamos inadecuadamente. Situación que es relativamente comparable a un sordo cuando no recibe el sonido de la voz de quien le habla. ¿Qué hace cuando él tiene que expresarse? Grita desaforadamente, sin tener conocimiento que lo está haciendo. A eso me refería cuando hablaba de respuesta desproporcionada. Otra, se trata de «seres patológicamente enajenados», estos se distinguen cuando, por su crimen, no reciben ninguna prebenda que no sea la venganza o, en otro caso, una especial satisfacción personal propia de mentes enfermas.

      También hay los que roban e incluso llegan a matar solamente con ese fin. ¿Qué alberga el cerebro de estas desgraciadas gentes? Nada, tan solo son enfermos mentales, psicóticos, con un bagaje cultural muy precario. Y pueden ser producto de los efectos de los estupefacientes. También se encuentran esquizofrénicos que no se tratan y etc. En estas situaciones, por mucho que se diga, no hay una prueba definitiva para que la medicina pueda hacer un diagnóstico seguro. Salvo que no sea por el propio comportamiento del individuo. Lo cual, al ser analizado por terceros, no deja ser un tanto subjetivo. No obstante, a todos estos individuos, la «ley los juzga duramente» si en el momento que cometieron el crimen se demostró que lo habían perpetrado de un modo «premeditado». Sorprende, y mucho, que esta visión la compartan psiquiatras y psicólogos. Es como si, por el mero hecho de haber elaborado el delito de un modo eficiente, su consciencia tuviera la claridad que lo que hacía era totalmente desproporcionado. A mi entender, esta acción solo es justificable si se trata de una mente atormentada.

      El Homo sapiens, como antes ya he referido, se encuentra dentro de su propia evolución, eso sería en el mejor de los casos. Porque también podría suceder que, debido a una supuesta reconstrucción, obra de una «manipulación genética» —cuestión que ya he relatado— resultara una tara o error en su construcción que justificaría todos los comportamientos erráticos, contradictorios y violentos.

      Los especialistas del supuesto conocimiento del comportamiento humano —me estoy refiriendo a los nombrados psiquiatras y psicólogos— en el mejor de los casos, lo etiquetan como un «trastorno transitorio». Pero eso, como la mejor atenuante al que también se acogen los juristas. De este modo, las leyes están promulgadas de acuerdo con este parámetro. A los criminales, además del cumplimiento de su pena correspondiente, se les inserta en programas de reeducación, con la esperanza que, en un futuro, sepan resolver sus conflictos de una manera pacífica.

      ¿Pero esto tendrá alguna utilidad? Para entenderlo mejor, solo tenemos que observar otra faceta del Homo sapiens. Sí, en este caso, vamos a estudiar a los «violadores». Personas aparentemente normales que pululan por cualquier lugar, sea en grandes ciudades o pequeñas poblaciones, sujetos que pueden estar felizmente casados y ser respetados padres. Pero, detrás de esta fachada, se esconde un criminal capaz de cometer la más cruel e ignominiosa violación y después, en algunos casos, acabar con la vida de su víctima.

      Y, en este caso, como el anterior, se tratará de gente desalmada y maligna, digna de vivir en los infiernos. Tanto que esos supuestos especialistas del comportamiento humano, así como la ley, coincidirán con los mismos argumentos. Todo ello hará que el pueblo enfervorecido los quiera linchar, en cualquiera de las dos situaciones.

      Si bien, en esta última —los violadores—, y pese a que está demostrado que los «impulsos de violación» no les permiten que la redención tenga ninguna utilidad, serán liberados cuando cumplan su pena, o antes, acogiéndose a los beneficios de la condicional. Después llegarán las reincidencias y comenzará el carrusel de acusaciones de unos a los otros. Unos argüirán el derecho de las personas para su reinserción y los otros, las víctimas, se verán obligadas a sufrir, temiendo que vuelva a aparecer otra vez el violador. Y lo peor es que muy a menudo reaparece.

      Pero que nadie piense que eso solo es cuestión de cuatro locos. Porque quien lo considere así se equivocará. Para muestra, solo hace falta observar los casos que se dan de sodomía y violación en la santa Iglesia católica. Donde, con la anuencia de las más «altas autoridades eclesiásticas», se repiten los hechos. Situación que no es nueva, sino que viene sucediendo desde tiempo inmemorable. Pero eso no solo ocurre en el seno de la Iglesia, más grave si cabe es que sucede dentro de la propia familia. Se puede decir que son muchos los adultos que recuerdan que, en su infancia, fueron presa de tocamientos por sus familiares más allegados o padecieron reiteradas violaciones de las que aún hoy sufren las secuelas.

      ¿Y en esta situación qué hacen las autoridades o la población? Pues, en el caso de la Iglesia, dicho de un modo que se podría tildar de castizo, nada. O, mejor, diría muy poco, se vuelve a la denuncia en los medios televisivos o de prensa, unos con la finalidad de distraer, para vender más espacios de publicidad y los otros, por el lógico morbo que ofrecen las noticias escabrosas. Entre tanto, si esto sucede en el ámbito familiar o escolar, hasta ahora no había sido denunciado y, si se hacía, las autoridades no se lo tomaban con las medidas que ahora parece que quieren impulsar con juicios, por cierto, muy mediáticos. Y si cupiera alguna duda de mis afirmaciones, a las pruebas de la actualidad me remito.

      Pero esa forma de observar la maldad también la encontramos en aquellos que venden a sus iguales como si fueran una mercancía. Esta práctica no es nueva, es tan antigua como la existencia de la humanidad. Lo más curioso es que también la ejercen ciertos animales, concretamente la hormiga: Polyergus rufescens. Este insecto se vale de sus propias hermanas para que realicen trabajos que ellas no desean hacer. —Conocimiento que me va a permitir que después haga una reflexión—.

      Hasta no hace tantos años la esclavitud tenía plena vigencia, prueba de ello es la cantidad de «nombres del callejero» pertenecientes a ilustres «apellidos esclavistas», se da la circunstancia que eso sucede allí donde residían y eran considerados prohombres. No obstante, estos últimos años ha habido una revisión a fin de borrarlos. Hoy, en todo el mundo civilizado, la esclavitud no está permitida. Cierto, ¿verdad? Pues no. Ahora se expresa con la llamada «trata de blancas», son mujeres jóvenes, pertenecientes a países pobres, donde son engañadas

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