Las cosechas son ajenas. Juan Manuel Villulla
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Situados en este terreno, la voluntad y la acción de líderes políticos y sindicales resultó fundamental. No sólo en el ámbito de los trabajadores rurales, sino en lo que hizo a la rápida asimilación del movimiento obrero argentino a variantes de ideales socialistas, anarquistas y sindicalistas ya a fines del siglo XIX. Ello es indisociable del componente inmigratorio de muchos de aquellos tempranos organizadores (Godio, 1973; Bayer, 1974; Razter, 1981), que contaban con un bagaje político e ideológico construido a través de décadas de experiencias de lucha y polémicas. De todas formas, la prédica de los militantes políticos y sindicales interesados en la conformación del movimiento obrero local no era un injerto ajeno a la vida cotidiana de los asalariados. Necesariamente, la agitación encontró eco en la medida en que pasaron a existir las contradicciones sociales que generaban en los trabajadores la necesidad y la voluntad de organizarse, así como de comprender las causas de sus males. Y así ocurrió también en la agricultura, aunque los patrones atribuyeran la existencia de disturbios no tanto a las condiciones de trabajo extenuantes que describíamos antes, sino a la acción caprichosa de “agitadores ajenos a la localidad”, o “extranjeros” (Ascolani, 2009). Mal para los empleadores, esas eran —ciertamente— las características de la mayor parte de la mano de obra en el “granero del mundo”.
El trabajo estacional alternando el campo y la ciudad también fue un ingrediente clave de la politización de los trabajadores agrícolas. Si bien pudo haber dificultado la creación de organizaciones constantes, esa migración cíclica tuvo a los obreros agrícolas al corriente de las últimas novedades del movimiento sindical urbano. De hecho, ellos eran un poco parte de él, ya que los trabajadores temporarios de la agricultura y los de las urbes o pueblos del interior eran básicamente los mismos. Tal y como se conformó la clase trabajadora de esos años —sin centros fabriles de significación u ocupaciones demasiado constantes—, la gran multitud de proletarios o semiproletarios era errante y dispersa, y buscó en la zafra de trigo y maíz una de sus tantas actividades con las cuales ganarse la vida. En efecto, el empleo agrícola de muchos braceros no sólo era estacional, sino también eventual (Sartelli, 1993b). Es decir que en la temporada no siempre se ocupaban con los mismos patrones, compañeros, o zona de producción, ni hacían ese trabajo todos los años. De nuevo, esto dificultó en extremo la constitución de organizaciones constantes en el interior. Sin embargo, también mantuvo a los braceros resguardados de la influencia del paternalismo patronal, como el que se formaba en la familiaridad cotidiana con que los peones permanentes se relacionaban con sus empleadores. Es decir, aquella “vida casi común” según Bialet-Massé, que experimentaban los asalariados permanentes de la siembra con los chacareros, teniendo en cuenta su participación mancomunada en el trabajo manual, y la posición subalterna que ocupaban los colonos en la estructura social de la Argentina oligárquica13.
A diferencia de esos peones permanentes, para los braceros temporarios y eventuales la figura patronal era descarnada. Estaba desprovista de cualquier tipo de vínculo “personal” que amortiguara sus antagonismos sociales, y su relación con ellos comenzaba por una dura negociación sobre los salarios. De allí que este sector de la masa obrera, dependiendo los contextos del mercado de trabajo y los ciclos político-sindicales, fuera mucho más propensa al conflicto que la de los peones permanentes. Acaso por eso, Alejandro Bunge señaló en 1920 que “entre los braceros errantes, que por lo regular viajan en trenes de carga es de donde surgen los descontentos” (en Sartelli, 1993b). En la extrañada mirada de Bialet-Massé también aparecen reflexiones similares cuando caracterizaba a los trabajadores temporarios como “obreros advenedizos y nuevos cada año, sin ligamen con el patrón; unos y otros no tienen más objeto que la ganancia, ninguna relación, ni siquiera de humanidad, los une” (1985:92).
En definitiva, para socialistas, anarquistas, comunistas o sindicalistas revolucionarios, la organización de los braceros y estibadores agrícolas en las temporadas de trilla era parte del trabajo por la organización del movimiento obrero en general. Si la ocupación estacional y la movilidad en el territorio era una característica del proletariado argentino, los organizadores políticos y sindicales se movían ni más ni menos junto a la masa humana que pretendían organizar, como parte de ella y adecuándose a su lógica, en el ida y vuelta permanente que distinguió su calendario laboral entre el campo y la ciudad. Ese movimiento humano era protagonizado en simultáneo por una masa muy numerosa de trabajadores, lo cual favorecía la percepción de sí mismos —y la de los demás sobre ellos— como un conjunto trascendente, activo y capaz de coaligarse por sus intereses en común. Se movilizaban durante meses a lo largo y a lo ancho de todo el territorio sembrado, transformando a su paso la vida cotidiana de pueblos, ramales ferroviarios, caminos, proveedurías, estaciones de acopio y desde luego, la de las propias explotaciones agropecuarias. Así, durante décadas, masas de cientos de miles de obreros compartieron un trabajo colectivo año a año, cooperando en el proceso de producción, enfrentándose a problemas comunes, luchas, negociaciones, acuerdos y temporadas buenas y malas. Acaso fueron pocos los braceros que compartieran dos temporadas con el mismo plantel de peones. Sin embargo, eso no era tan importante para la percepción de los intereses que los unificaban, ya que más allá de su relación personal, en cada nuevo trabajador podían reconocer a un compañero. No sólo de un equipo de trilla o de una cuadrilla de acopio puntual, sino de ese ir y venir, un compañero del campo y de la ciudad, del tren, del camino o de la changa. En una palabra, un camarada de esa vida proletaria. Y a tal punto esas experiencias conformaron un modo de vida y bagaje subjetivo para miles de hombres y mujeres, que sus vestigios aún forman parte de la cultura popular argentina. Por caso, ya antes de las huelgas de 1918, el hijo de un obrero ferroviario de la localidad de Peña, en el partido bonaerense de Pergamino, se hizo eco de las expresiones de la mística obrero-rural de esos años, y se transformaría luego en uno de los pilares fundamentales del folklore popular: “la soledad del campo y los sonidos que surgían de las guitarreadas de los peones al terminar de trabajar en los galpones de maíz, fueron despertando su vocación. Sus historias, sus miradas y las marcas del trabajo duro calaron hondo en el niño embelesado por la ‘pampa inolvidable’.” Con estas palabras, la “Guía del visitante” de la Dirección de Turismo de la Municipalidad de Pergamino se refería en 2009 a Atahualpa Yupanqui.
Los obreros que se quedaron sin “granero del mundo”
Ya durante los años ‘20 se produjo un gran ciclo de desmovilización y desafiliación sindical en las zonas rurales (Ascolani, 2009). Los desenlaces de la semana de enero de 1919, la fatídica huelga de braceros en el sur de Buenos Aires (Sartelli, 1993c), y la masacre de la Patagonia en 1921-1922 (Bayer, 1974), hicieron entrar en crisis a las direcciones anarquistas, más proclives a la acción directa. Además, surtieron su efecto la represión y la persecución estatal y paraestatal sobre el conjunto del movimiento. Por otro lado, comenzó a profundizarse la mecanización de las cosechas: los chacareros comenzaron lentamente a implementar la cosechadora-trilladora automática de trigo, y el carro empezó su metamorfosis hacia el camión. Así, el problema de la desocupación comenzó a poner a los trabajadores más a la defensiva, acaso para siempre.
En esta transición contradictoria, se produjo el último episodio huelguístico en el sur de Santa Fe, a punto de arrancar la cosecha de trigo de 1927/1928 (Ascolani, 2009). En él, tomaron singular protagonismo las Bolsas de Trabajo, es decir, el control obrero de la distribución del trabajo y los trabajadores en los campos para asegurar ocupación y salarios suficientes para sus miembros. El envío del Poder Ejecutivo Nacional de las mismas tropas que habían ahogado en sangre la rebelión de los esquiladores en Santa Cruz seis años