Ciudadanía digital y desarrollo local. Francisco Sierra Caballero
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— Las formas de apropiación social, por las comunidades locales, de estos nuevos equipamientos tecnológicos.
— Las estrategias y buenas prácticas de producción y generación de contenidos locales en el ciberespacio.
— Los usos y aplicación productiva de las nuevas tecnologías de la información en procesos de desarrollo comunitario.
— Las tipologías y experiencias creativas de participación ciudadana en el entorno digital.
En virtud del principio constituyente de nuestro objeto de estudio que reconoce la relevancia de la dimensión cultural, o simbólica, como la función vicaria de los útiles comunicativos para la participación local, derivada, como advierte Yúdice, de la transformación de la cultura en un recurso y objeto de reclamo sustitutivo, con frecuencia, de la política y la economía en los procesos de desarrollo territorial, somos de la idea de que la investigación social ha de procurar describir y analizar las formas concretas y materiales de apropiación local de las nuevas tecnologías y su impacto en el desarrollo local. El marco de referencia, o contextual, de partida viene determinado por el hecho de que, si bien en los años sesenta las políticas locales de desarrollo se centraban en la inversión en capital físico y una década más tarde se descubrió la importancia económica de inversión en la gente, hoy las políticas públicas priorizan la inversión en capital social. Esta dimensión de la política de la representación «busca transformar las instituciones no solo mediante la inclusión, sino también a través de las imágenes y discursos generados por estas. De ese modo sitúa las cuestiones relativas a la ciudadanía dentro de los medios de representación, preguntando no quiénes cuentan como ciudadanos, sino de qué manera se les comprende; no cuáles son sus derechos y deberes, sino de qué manera se les comprende; no cuáles son los canales de participación en la toma de decisiones y en la formación de opiniones, sino qué tácticas permiten que se intervenga en esos canales y procesos decisorios en pro de los intereses subordinados» (Yúdice, 2002, pág. 203). Paradójicamente, la individualización de la sociedad posmoderna y el consumo posesivo de información y cultura en nuestro tiempo coincide con la demanda de formas participativas y de compromiso social. El ciudadano de la sociedad-red demanda, además, información de calidad y fácilmente utilizable, al tiempo que reclama para sí el reconocimiento a su derecho a informar, a informarse y ser informado por la Administración Local. «Las administraciones locales tienen que garantizar el acceso de los ciudadanos a la información gestionada por ellos, que los ciudadanos se informen, que los ciudadanos estén informados y que sean informados por iniciativas privadas y públicas. El derecho a la información [en otras palabras] tiene que hacerse realidad en el ámbito local porque es el derecho a la información local lo que hace que se haga eficaz la universalidad del derecho a la información» (López, 2004, pág. 10).
En la materialización de este derecho algunos estudiosos apuntan la constatación de vaciamiento de lo público como consecuencia de la proliferación televisual y la colonización de los mundos de vida por las nuevas tecnologías digitales. Otras interpretaciones apuntan, por el contrario, la relevancia de las nuevas tecnologías en el desarrollo de experiencias de empoderamiento local. De acuerdo con Van Bavel, Punie & Tuami, las nuevas tecnologías aportan nuevas posibilidades y concentran los esfuerzos de creación y asignación de capital social por la capacidad que tienen de movilizar recursos materiales, información y conocimiento. Si el Capital Social, de acuerdo con Putnam, puede ser definido como una de las características de la organización social vinculada a la cooperación en beneficio mutuo, la confianza y participación cívica y las normas de reciprocidad, el problema de la participación con las nuevas tecnologías es, en consecuencia, cómo articular redes, cuando, como es perceptible, son un factor de aculturación y socavan el capital social, pues el tiempo destinado a la interacción mediada tecnológicamente puede empobrecer las relaciones sociales y la cohesión colectiva, limitando como resultado la participación ciudadana. Los portales cívicos demuestran, sin embargo, que las NTIC pueden ser catalizadoras de formas alternativas de cooperación social y acción colectiva, transformando significativamente el capital social como, en palabras de Van Bavel, «capital social interconectado». El grado de interconexión, la extensión y calidad de la redes, el lenguaje de los vínculos es indicativo a este respecto de la calidad y complejidad de la participación. Ya que uno de los problemas de las nuevas tecnologías, tal y como critica Jorg Becker, es precisamente la fragmentación. Esto es, «uno de los temores es que al liberarse las conexiones sociales de las limitaciones del tiempo y espacio, las TIC podrían crear una sociedad dominada por grupos de interés encerrados en sí mismos, lo que daría lugar a la denominada balkanización del interés público (Van Bavel, Punie & Tuami, 2004, pág. 3).
Si bien Internet personaliza, vincula y reconoce los nuevos «agrupamientos sociales», las formas moleculares de enunciación y agenciamiento colectivo, también la red desestructura y desvertebra los proyectos políticos como horizonte vital. «El sistema teledemocrático tendería [así] a vaciar de contenido y, a la larga, a abolir las estructuras y relaciones asociativas y comunitarias de carácter intermedio entre el Estado y el individuo en las que el hombre, en cuanto ser social, se realiza» (Pérez Luño, 2004, pág. 85). Por ello, frente al enfoque de los procesos comunitarios de adaptación de las nuevas tecnologías con participación ciudadana implícito en la noción de Capital Social, es más pertinente definir tales procesos de cambio en términos de innovación o apropiación social. Una de las lecturas más productivas del diagnóstico sistematizado en el estudio de campo sobre la materia, tal y como hemos comprobado, es la importancia de visibilizar los modelos de democracia local a través de Internet, fortaleciendo el capital simbólico en la apropiación de las nuevas tecnologías para la participación ciudadana. Cabe por ello distinguir a este respecto entre Capital Social (lo que Cees Hamelink denomina Capital Informacional) y Cultivo Social (la cultura, y desarrollo de redes ciudadanas articuladas en las comunidades, más allá de las condiciones objetivas o materiales) (Vizer, 2003). Ambos componentes deben ser considerados en la extensión de las nuevas tecnologías para una ciudadanía activa, especialmente el Cultivo Social, por cuanto constituye la trama expresiva de formaciones de sentido en la vida cotidiana que permiten formas organizativas de calidad y complejidad superior, transformando a los actores sociales en agentes activos del cambio del entorno.
Aún reconociendo la relevancia y pertinencia de algunos de los hallazgos de Putnam y otros investigadores sobre el particular, y especialmente su interés para los estudios en comunicación y procesos de cambio social, como los que vivimos con la revolución de las nuevas tecnologías digitales, lo cierto es que el problema de esta concepción de las redes sociales y las formas de gobierno y autoorganización de las comunidades tiende a abstraer y omitir las relaciones estructurales de poder, en especial el contexto político y económico, que orienta y delimita los márgenes de libertad para la toma de partido e intervención de la ciudadanía, abordando desde una lectura propia del paradigma