Instituciones, sociedad del conocimiento y mundo del trabajo. Gonzalo Varela Petito
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Los sistemas de innovación están involucrados en el desafío de lograr un desarrollo endógeno en estrecha vinculación con variables externas. Comprenden lo heterogéneo, lo homogéneo y lo global —siendo lo heterogéneo la variable de las especificidades nacionales y locales, y lo homogéneo la necesidad de asegurar capacidades intelectuales, tecnológicas y de gestión para desenvolverse en una arena internacional en que los actores toman parte, así lo deseen o no—. Se trata de variables ambientales que todo conjunto de políticas en forma tácita o expresa debe contemplar a efectos de la definición y resolución de problemas en función de intereses propios.
Ello supone definiciones, basamentos teóricos y enfoques analíticos. Elementos a destacar son la relación entre actores e instituciones, la difusión del conocimiento de los centros de innovación al sistema productivo y la generación de nuevos productos, retroalimentando el ciclo. Actores e instituciones son los núcleos de la innovación y juntos constituyen una red de relaciones no solo jerárquicas sino también horizontales, porque la creatividad requiere flexibilidad y libre comunicación de ideas no compatibles con un contexto de excesivas retricciones burocráticas y normativas. Como en toda actividad intelectual, se requiere de especulación y experimentación, adoptar riesgos y aceptar errores, en un entorno organizacional que comunique a los agentes que producen, transfieren o incorporan el conocimiento.
Lo característico es el establecimiento de un subconjunto de recursos humanos creativos y autorreproductivos. Los actores típicos son aquellos que forman una “triple hélice”: gobierno, centros de investigación —sitos en instituciones de educación superior (IES) u otras, ya sean oficiales o privadas— y empresas (Etzkowitz, 2008). Pero esta lista no es exhaustiva y puede incluir también, por ejemplo, a las organizaciones civiles. Es conveniente observar estos agentes en sus diferentes y cambiantes decisiones. En el sistema de educación superior es necesario conocer donde se lleva a cabo la innovación, porque no todas las IES han desarrollan capacidades de investigación y desarrollo (I&D).[1]
Actores, instituciones, creatividad y transferencia de conocimientos proveen una forma de evaluar las posibilidades y dificultades de un desarrollo tecnológico endógeno. Pero este es un esquema ideal, porque es difícil en la realidad de un país en desarrollo o incluso desarrollado, encontrar dichos elementos bien integrados.
Comparación
Si se observa la historia de los países desarrollados (Nelson, 1993), aunque es evidente que las políticas aplicadas en materia industrial y de tecnología fueron importantes, también contribuyeron otros desarrollos de largo plazo. Es significativo distinguir entre países líderes y otros que fundaron sus sistemas mediante un proceso de puesta al día (catching-up) en un contexto internacional ya muy competido e invasivo como el de fines del siglo XIX, que presionó sus estructuras culturales, económicas y sociales (los casos de Japón y Alemania son paradigmáticos; Gerschenkron, 1970).[2] En un tercer escalón, países como los latinoamericanos en general, y México en particular, se han desenvuelto muy limitadamente por el hecho de que su modernización económica, financiera y tecnológica se ha hecho en situación de dependencia externa. Compararemos aquí los entornos de los sistemas nacionales de innovación de México y Japón, inquiriendo acerca de las condiciones políticas y sociales de los diferentes desempeños de ambos países. Lo que incluye condiciones ambientales del desarrollo tecnológico, rasgos concretos del sistema nacional de innovación y algunas precisiones metodológicas.
Las condiciones ambientales comprenden variables internacionales y nacionales: 1. factores externos, 2. factores políticos internos (nacionales) y 3. factores culturales.
1. Lo primero a considerar al abordar el estudio de un país en contexto globalizado es su posición histórica. Una característica del desarrollo de Japón en el largo plazo es la autosuficiencia,[3] en contraste con la dependencia de México, particularmente en relación con Estados Unidos. No es necesario recurrir a una afiliación teórica en especial para reconocer que una duradera y muy cercana relación entre un país muy poderoso y otro más débil no es del simple tipo de una “interdependencia” y que supone más constricciones y orientaciones que las que determina la vinculación con el resto del mundo (Keohane y Nye, 1997).
Otro aspecto es el de la formación y circulación de capitales. Mientras Japón —variando según la coyuntura— ha sido un exportador de capitales, México es un importador en tanto “mercado emergente”. Si Japón, como potencia económica y financiera se basa en tecnología avanzada propia, lanzamiento de nuevos y sofisticados productos y alto costo de su mano de obra, México reposa en los ingresos de capital externo, la baratura de su mano de obra y un menor desarrollo tecnológico. Ambas economías está expuestas a bruscos cambios coyunturales, pero es clara la diferencia en la recepción y el manejo de los impactos, sean positivos o negativos.
Un tercer factor reside en los efectos durables de hechos dramáticos que afectaron a ambos países en el siglo XX. Para Japón se trató de la Guerra del Pacífico (1937-1945) no solo por sus devastadores resultados sino porque, para el tema que nos interesa, dio pie a un modelo de administración pública y planeación económica que tuvo continuidad en la posguerra,[4] hasta que el estallido de la “burbuja” financiera de la década de 1990 puso dudas sobre su futuro. En lo que concierne a México, está la huella dejada por el proceso revolucionario de principios del mismo siglo y su consecuencia en el establecimiento de un régimen autoritario civil que duró hasta el año 2000, basado en el poder de un partido cuasi único con una política orientada al desarrollo. Sin caer en fáciles comparaciones, es sugerente señalar que en estos países la estructuración de un sistema político estable, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, estuvo vinculado a la permanencia de un mismo partido en el poder durante décadas, ya sea por mecanismos de legitimación “populista” (México) o de competencia electoral (Japón). Pero también contó en ambos casos la existencia de una mano de obra disciplinada, ya sea por los sindicatos corporativizados en México o por los sindicatos “verticales” organizados por empresa en Japón. Ha pesado también una muy cercana relación con la principal potencia económica y política del mundo contemporáneo, Estados Unidos y —no menos importante— el hecho de que los dos países devinieran en casos de “Estados desarrollistas” (Developmental States), o sea, de crecimiento guiado por el Estado en contexto de economías de mercado sometidas a globalización.
Ello no quiere decir que aplicaran el mismo modelo económico. Mientras que Japón se apoyaba desde fines del siglo XIX en un desarrollo industrial en gran medida autosostenido, la industrialización mexicana, aunque con antecedentes, creció sobre todo a partir de los años treinta, y más aún luego de 1945. Y en tanto Japón pudo recuperarse de los efectos de la guerra para convertirse en una potencia económica, la economía mexicana, si bien alcanzó un tamaño preponderante —junto con Brasil— en el conjunto latinoamericano, no está suficientemente diversificada y está a expensas de la provisión externa de capital y de tecnología.
2. Esto lleva a considerar factores políticos internos concernientes a la organización del Estado, el sistema político y la planeación gubernamental. Japón y México cuentan con Estados centralizados y burocratizados