Gobernanza china. Tyra Diez Ruiz
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[Discurso en la inspección e instrucción del Programa de Educación y Práctica en la Línea de Masas del Partido en la provincia de Hebei (11 y 12 de julio de 2013).] |
A finales de la dinastía Qin (221-206 a.C), Xiang Yu y su tío, Xiang Liang, levantaron un formidable ejército que consiguió derrotar al gobierno Qin en la batalla de Julu, poniendo fin a esta dinastía. Tras su victoria, Xiang Yu aprovechó su poder para dividir el territorio en 18 señoríos, lo que a ojos del pueblo le hizo parecer un héroe cuya fortaleza y dominio del arte marcial eran extraordinarios, conocido por su temeridad y por sembrar el pavor en grandes contiendas. Tras vencer en la batalla de Julu, se declaró «Tirano de Chu Occidental».
Entonces, Xiang Yu quiso acabar con su principal rival y amenaza, el líder del ejército de los Han, Liu Bang. Aconsejado por Fan Zeng, lo invitaron a un banquete en Hongmen donde planeaban asesinarlo a la señal acordada, pero una vez allí, fue preso de una excesiva arrogancia y, envanecido por su poder, se dejó engatusar por los halagos y obsequios de Liu Bang, quien consiguió huir con vida. Al ver que lo dejaba escapar, Fan Zeng lleno de furia exclamó: «¡Este niñato no sirve ni para conspirar conmigo!», pero el tirano siguió mostrándose indiferente a sus consejos. Sucedió por fin que perdió todas las batallas frente a Liu Bang y, abatido, terminó cortándose la garganta a la edad de 31 años.
En la Biografía de Xiang Yu de los Anales históricos de Sima Qian, se cuenta que cuando su tropas fueron derrotadas en las tierras de Gaixia, el tirano quiso despedirse de su querida concubina Yu, dedicándole la triste y famosa Canción del tirano: «Mi fuerza ¡ah! derribó montañas / Y mi voluntad ¡ah! dominó el mundo / Pero los tiempos estuvieron en contra / Y mi corcel no corría / No corría mi corcel, ¿dime, qué podía hacer / ¿Cómo podía soportarlo? / ¡Ah mi Yu! ¡Yu mía! / ¿Y qué será ahora de ti?». Dicen que quienes presenciaron la escena no pudieron contener sus lágrimas ante el trágico final de los amantes.
Sima Qian comenta sobre Xiang Yu que «se vanagloriaba de sus éxitos militares, los cuales achacaba a su propia inteligencia y no a las enseñanzas de los antiguos», «no reconocía [sus errores] ni responsabilidad alguna [en su derrota]», y cuando la situación fue ya insalvable, clamó que «fue el Cielo quien me derrotó, y no ningún ejército de hombres», exonerándose a sí mismo como si la derrota perteneciese al reino de lo inevitable.
Mao Zedong refirió esta historia en su poema El ejército popular de liberación toma Nanjing, donde alertaba a sus tropas contra la autocomplacencia y la arrogancia, instándolas a mantenerse siempre alerta: «los valientes han de perseguir sin descanso al enemigo, ¡no quieran la vanidad de los honores de Xiang Yu!». En la Asamblea de los Siete mil de 1962, aludió nuevamente a esta historia para urgir a los altos cuadros a ser humildes y generosos, prestos a escuchar antes de aconsejar, pues si acaso llegaban a parecerse a Xiang Yu, a quien no le gustaba escuchar a nadie discrepar, difícilmente podrían evitar que llegase el día en que tuviesen que «despedir a su concubina».
Xi Jinping considera el estilo de trabajo como una cuestión que atañe tanto a la gobernabilidad como a la supervivencia del Partido, razón por la cual enfatizó que el apoyo de la gente es crucial para el éxito de su causa. En esta ocasión, recurrió a Adiós a mi concubina para alertar a los cuadros y miembros del PCCh sobre esta cuestión, pues si el estilo de trabajo no se resuelve con determinación y prontitud, podría perderse el apoyo de la gente, propiciando un final igualmente trágico que el del tirano que acabaría con el Partido y el país. Añadió que «si dejamos que se imponga un estilo de trabajo pobre, sin corregirlo de forma perentoria, crecerá hasta convertirse en un invisible muro que nos separará de la gente, privándonos con ello de nuestras raíces, nuestras venas y nuestra fortaleza». Estas sonoras palabras no solo contienen un profundo compendio de lecciones históricas, sino que expresan al mismo tiempo la esperanza de que todos los miembros y cuadros del Partido mejoren su estilo de trabajo y se mantengan al lado de la gente.
UN FINAL ABRUPTO
Qin Shihuang fue el primer emperador que unificó China. Su ascenso fue fruto de ciertas necesidades históricas, pero su ambición desmedida por obras faraónicas y los impuestos exorbitados que por ello implantó, hicieron mella en la población exacerbando su descontento, con lo que la dinastía Qin se precipitó a su fin en apenas dos generaciones. En su Canción del palacio Ah Fang, Mu Du escribió: «Los Qin estaban muy ocupados como para lamentarse de sí mismos, así que sus sucesores se lamentaron por ellos; los que vinieron se lamentaron, pero no aprendieron, dejando que los que siguieron tuviesen que lamentarse nuevamente».
Una vez establecida la dinastía Tang, el emperador Taizong se propuso hacer prosperar su imperio, aceptando para ello el consejo de los hombres más capaces e íntegros. Sin embargo, los últimos dirigentes Tang fueron relajándose, cayendo en placeres sensuales, tanto que cuentan que el emperador Xuanzong «dormía hasta que el sol estaba en su apogeo, pues las noches primaverales se le hacían cortas, y no acudió más a la audiencia matutina de la corte imperial». El resultado fue que la corrupción y el soborno se dio sin restricciones en todos los niveles administrativos transformándose en moneda común, lo que dio lugar a la Rebelión de An Lushan y Shi Siming, durante la cual «los rebeldes golpeaban sus tambores de guerra, haciendo temblar la tierra, aplastando con fiereza la canción de la falda de arcoíris y el abrigo de plumas». La rebelión de An y Shi condujo a la dinastía a la decadencia, tras lo cual Wang Xianzhi y Huang Chao encabezaron un levantamiento que tomó la capital Chang’an, precipitando el fin de la dinastía.
[Discurso en la Segunda Sesión Plenaria de la XVIII Comisión Central del PCCh para la Inspección Disciplinaria (22 de enero de 2013).] |
«Aunque podría ser achacada a la voluntad divina, ¿acaso en las leyes que rigen el ascenso y la caída de una dinastía no influyen factores humanos?», se preguntaba Ouyang Xiu en el prefacio de su Nueva historia de las Cinco Dinastías. Allí analizaba el tránsito de la prosperidad a la decadencia que tuvo lugar con los últimos emperadores Tang, que de su apogeo llegaron a la extinción en muy poco tiempo, a raíz de lo cual concluía que «la diligencia mejora una nación mientras que la indulgencia la destruye», y que «los pequeños errores se acumulan hasta ocasionar desastres, pues la indulgencia ciega la inteligencia». Tanto la ruina de los Qin como la de los Tang nos enseñan esta lección histórica: la indulgencia destruye las naciones.
Qin Shihuang fue la primera gran dinastía histórica. Su primer emperador, Ying Zheng, logró unificar China mediante sus famosas regulaciones: «todos los carruajes tendrán ruedas de la misma medida; toda escritura, los mismos caracteres; medidas y monedas serán las mismas, y en cuanto a la conducta, rigen las mismas normas». A pesar de ello, como recogen los Anales históricos de Sima Qian, «la gente sufrió mucho tiempo por el yugo opresor del gobierno Qin». Ying Zheng comenzó la construcción de su mausoleo poco después de ascender al trono, un mausoleo que no se terminó hasta el 208 a.C., prolongándose su construcción durante 39 años y empleando a 720,000 personas (según algunas estimaciones, ocho veces más que la gran pirámide de Keops en Egipto). Según el Libro de los Han, «la caída de la dinastía Qin, apenas cuando su segundo emperador llevaba solo 16 años al mando, se produjo fundamentalmente porque los miembros de la familia real eran sumamente extravagantes en lo que a su salud concernía, y hacían enterrar a ciudades enteras junto con sus restos cuando morían». En Sobre el pasado de los Qin, Jia Yi escribió: «Un solo hombre puso a prueba todo un imperio, y los rebeldes derrocaron al gobierno y mataron