Para una crítica del neoliberalismo. Rodrigo Castro
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En efecto, si el Estado perdía todo poder decisorio y directivo, toda eticidad, la anarquía era inevitable. Entonces no podría establecer una constitución económica. Erhard quería evitar los dos extremos, y argumentaba a favor de la intervención estatal adecuada. El objetivo era mantener un Estado fuerte que pudiera hablar en nombre del pueblo. Y esto no era un asunto meramente económico, sino, como asumía Röpke, civilizatorio, que afectaba a la forma de vida (1957). La línea roja no está, como quiere Foucault, en que el Estado no «viole la libertad de los individuos». No hay en el ordoliberalismo una noción de libertad negativa. Se quiere evitar tanto la anarquía como una legalidad sin eticidad, el Estado de comando imperativo económico de los nazi y los soviéticos, y se quiere condicionar todo a la «Bindung zum verpflichtenden Gesetz». No hay aquí estadofobia. Al contrario, los ordoliberales coincidieron con Carl Schmitt en que la masiva intervención económica del Estado en la sociedad de masas, el Estado total extensivo, no lo había fortalecido, sino debilitado17.
Pero todavía hay más. Foucault llega a decir que en el texto de Erhard vemos un Estado «despojado de sus derechos de representatividad» (Foucault, 2007: 104). De forma extraña, Foucault no ha leído este pasaje: «El Estado encuentra la justificación ética para hablar y actuar en nombre del pueblo solo donde la libertad y el vínculo se convierten en ley de obligado cumplimiento». ¿Puede significar esto despojar al Estado de su «representatividad»? Hablar y actuar en el nombre del pueblo, disponer de una legitimidad ética, vincular la libertad a la ley del deber, ¿cómo puede ser identificado con la pérdida de la representatividad por parte del Estado?
Foucault orientó así todo su capítulo sobre una base endeble. Analizando la frase de Erhard mal traducida y peor entendida, Foucault proyectó sobre ella «toda una serie de significaciones que están implícitas y solo demostrarán su valor y su efecto a continuación» (Foucault, 2007: 105). Y esas significaciones implícitas estaban «efectivamente en la cabeza, si no de quien pronunció la frase, al menos de quienes escribieron su discurso» (Foucault, 2007: 105). ¿Y cuál es el centro de estas significaciones implícitas que ahora se revelan? El siguiente: «La idea de una fundación legítima del Estado sobre el ejercicio garantizado de una libertad económica» (Foucault, 2007: 105). La frase, como vimos, legitimaba la justificación ética del Estado en la defensa de una forma de vida como vida del pueblo. Ahora para Foucault solo se legitima por la libertad y el éxito económicos. No hay base alguna para esta conclusión, pero las legiones de estudiosos de Foucault, que ven en él una fuente primaria y no el analista no siempre escrupuloso de fuentes, la aceptan como una nueva biblia.
Erhard, obviamente, no dice lo que Foucault sugiere, pero esto se debe a «que es fácil reconocer una astucia táctica y estratégica» (Foucault, 2007: 105). No solo eso. Foucault, descontento con su extraña forma de expresarse, añade algo más: «Para decirlo con mayor exactitud, era una estratagema con respecto a los norteamericanos y Europa» (Foucault, 2007: 105). Dicha estratagema consistía en darle garantías a los lobby americanos sobre el hecho de que tendrían mano libre para hacerse con la economía alemana y, al mismo tiempo, asegurar al resto de Europa que no se pondría en marcha de nuevo un Estado fuerte. La cultura de la sospecha, que estaba de moda en aquellos años, aquí va demasiado lejos. Erhard encarnaba la astucia de la vieja Alemania, dispuesta a engañar a la vez a Estados Unidos y a Europa mediante «los imperativos de una táctica inmediata» (Foucault, 2007: 106). Y esa táctica, «iba a seguir siendo uno de los rasgos fundamentales de la gubernamentalidad alemana contemporánea desde 1948 hasta nuestro días». En suma, el ordoliberalismo era un conjunto de estrategias y tácticas únicamente comprensible desde la situación de derrotada de Alemania, y además puestas en marcha por autores que deseaban exonerarse de toda culpa por el nazismo y lisonjear a las potencias vencedoras con una promesa de que no estaban construyendo un Estado fuerte.
Sin embargo, aunque Foucault considere que las posiciones ordoliberales tras la II Guerra Mundial eran un poco cínicas, el núcleo del argumento se toma como tesis fuerte: «la economía produce legitimidad para el Estado, que es su garante» (Foucault, 2007: 106). Esta es una tesis antigua, pero no es ordoliberal. No es una tesis Erhard. Una crisis siempre es un reto a la legitimidad del Estado, desde luego. El buen clima económico facilita la obediencia en tanto legitimidad fáctica. Pero por debajo de esto, lo esencial es la legitimidad en sentido normativo. Y no veo que Erhard y los otros ordoliberales reduzcan la legitimidad del Estado al éxito económico. La economía debe relacionarse con el Estado de tal manera que permita una forma de vida tal que éticamente, por su atención a la estructura sittliche de esa forma de vida, permita al Estado hablar en nombre del pueblo que vive en ella. El Estado debe regular la vida económica de tal forma que la vida del pueblo siga así. Con este fin, el Estado es el creador de la constitución económica, no la constitución económica el poder constituyente del Estado. Foucault desea asegurar que «la economía es creadora de derecho público» (Foucault, 2007: 106) y esto significa para él que existe una «genealogía permanente del Estado a partir de la institución económica». La equivalencia de estas frases no es clara. Ni la economía legitima en último extremo al Estado, ni la economía constituye al Estado. Este no se legitima solo económicamente. Obtiene su legitimidad cuando regula la economía entre la anarquía y la economía de comando del Estado, porque así genera una constitución económica destinada a mantener la forma ética de la vida del pueblo. Por eso no parece que la economía produzca. El consenso brota de la eticidad popular y la fortaleza del Estado debe existir para constituir la economía de tal modo que la proteja. Por supuesto que la forma de vida ética de un pueblo, con su libertad y autonomía, no puede separarse de la economía, pero no es solo la economía. En todo caso, lo que permite que el Estado actúe en nombre del pueblo y proponga una ley vinculante no es solo que actúe en nombre del pueblo «económico», sino que vea respetada su Lebensform, su Sittlichkeit o su Vitalsituation. Ninguno de los ordoliberales quiso derrocar teóricamente la diferencia weberiana entre fenómenos económicos sustanciales y fenómenos políticos económicamente relevantes. El Estado es un fenómeno político económico relevante, pero no sustancial. Para poder seguir existiendo como pueblo de un Estado se requiere constitución, y también la económica. Todo eso falló en 1933. Pero eso no quiere decir que en 1948 solo se buscase el consenso económico como fundamento de legitimidad. Eso es inviable. El consenso ético tras la tragedia nazi hizo posible la legitimidad de un Estado suficientemente fuerte como para forjar una Wirtschafsverfassung. La neutralización que no fue posible en 1932, se hizo posible en 1948.
Insensible a estos elementos, hemos visto cómo Foucault dibuja la «institución neoliberal alemana» (Foucault, 2007: 107). Ese dibujo se remonta a Max Weber. De la misma manera que el enriquecimiento particular fue signo de elección divina, ahora el enriquecimiento es signo «de la adhesión de los individuos al Estado» (Foucault, 2007: 107). La riqueza del particular justificó a Dios y ahora justifica al Estado. En un caso y otro sigue siendo la palanca de una teodicea histórica que cumple la misma función, borrar la historia del sufrimiento y la culpa. Aunque era consciente de que estaba haciendo «simetrías un poco artificiales», Foucault asumió que Alemania era el primer ejemplo en la historia de un «Estado económico, radicalmente económico» (Foucault, 2007: 108). Se trataba de una novedad única. Para Foucault, de forma inconsciente, los alemanes pasaron de creer en la providencia de Dios y en la predestinación, a creer en la providencia del mercado, que por fin les daba un Estado.
Pero aquí la clave era un dilema que Foucault no parecía detectar: o bien la economía sana es efecto de un Estado ético fuerte que produce orden y constitución, y gobierna las fuerzas naturales que intervienen en el proceso económico; o bien el Estado es el efecto de una economía fuerte del mercado regido por la mano invisible. Foucault sugiere que los ordoliberales entendieron el Estado fuerte como efecto de la mano invisible del mercado. En suma, que dominó la providencia del deus absconditus del mercado. Pero esto es incompatible con la prioridad del Estado del pueblo como premisa constituyente. En suma, para los ordoliberales el Estado es el a priori del mercado18. No al revés. Para mostrar su fuerza el Estado debe neutralizar la economía respecto de la batalla política y entregarle una constitución propia. Eso es éticamente posible porque la ciencia de la economía política,