Para una crítica del neoliberalismo. Rodrigo Castro
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Tal y como lo expone Foucault, lo que queda cortocircuitado es el pueblo como fundamento ético del Estado. Así se daría paso al pensamiento neoliberal: el fundamento del Estado es el mercado. Pero esto no es lo que pensaban los hombres como Erhard. Ellos deseaban usar el poder del Estado, derivado del hecho de hablar en nombre del pueblo, para impulsar unas reformas de estabilización de la moneda, de liberar precios, de regular el mercado con medidas antimonopolios, de configurar la competencia, porque la libertad económica y la competencia formaban parte de esta eticidad. Solo sobre un marco estable tenían sentido las medidas de liberalización de precios. Solo así habría competencia. Y para mantener esa competencia se debería disponer de una legislación antimonopolio, algo que solo un Estado fuerte podía imponer (el Estado de Weimar no lo logró). Este es el motivo por el que Carl Schmitt sea citado con aprobación por los ordoliberales. Lo que se aprobaba de él era el concepto de un Estado fuerte19 y el hecho de que su fortaleza se medía por su capacidad de neutralización. De ahí la dimensión histórica universal que apoyaba sus puntos de vista. El Estado fuerte había neutralizado la religión, la ciencia, la estética, y ahora debía neutralizar la economía como terreno de guerra civil (Rüstow, 2017b: 146).
Los ordoliberales, con una agenda temporalmente medida, que Foucault reconoce, fueron liberando sectores según avanzaba el dinamismo económico20. Todo esto lo hizo el Estado, no el mercado. Y lo hizo para evitar la anarquía y la economía de mandato estatal o economía dirigida que deseaban los socialistas. Y lo hizo antes de que el mercado funcionara. La dimensión científica de esa constitución imponía la apuesta por su verificación. Por supuesto, el Estado habría tenido problemas de legitimidad si sus medidas no hubieran funcionado. Pero el Estado no es genealógicamente efecto de esas medidas. Claro que no eran medidas socialistas. Se trataba de una socialización por vía de la creación de marcos ordenados. Pero cuando la huelga general de 1948 fracasó, los socialistas y los sindicatos se plegaron. Y lo hicieron porque, en el sentido en que hemos interpretado a Erhard, consideraron que «el ordoliberalismo era una alternativa valedera al capitalismo y al planismo» (Foucault, 2007: 111). Foucault una vez más confunde al lector al interpretar la frase como «el orden liberal». Pero no era el orden liberal el que era alternativo al capitalismo y al planismo. Era el estado social de derecho, pactado con el ordoliberalismo. Claro que aquella era una frase ingenua, pero no hipócrita, ni táctica. Porque en ella capitalismo aludía al «anarquismo» de la frase de Erhard, esto es, al capitalismo y al liberalismo antiguos.
Todo esto habría exigido interpretar las cosas de otro modo. Sin embargo, Foucault ya no puede dar marcha atrás y dice algo incomprensible desde su planteamiento; a saber, que «en ese neoliberalismo existía la promesa por fin cumplida de una síntesis o de una vía media o de un tercer orden entre capitalismo y socialismo» (Foucault, 2007: 112). No era en ese neoliberalismo, sino en el ordoliberalismo21. Por supuesto que Foucault no le concede valor alguno a la frase de la tercera vía, una constante en la retórica ordoliberal22. Para él formaba parte de la estrategia, la astucia y la táctica, por mucho que para los ordoliberales era una consecuencia de su fe en el Estado fuerte, la forma de presentar una oferta de profundo pacto social, cuya ausencia había liquidado la República de Weimar. Foucault no se pregunta jamás si no sería este el sentido en el que trabajaba la escuela ordoliberal y si no sería por eso por lo que se adhirieron a él las Iglesias católica y protestante alemanas, y por el que acabó adhiriéndose el socialismo a la divisa «tanta competencia como sea posible y tanta planificación como sea necesaria» (Foucault, 2007: 113, n. 40). Aquí una vez más Foucault se mueve en el límite23. Esta frase queda en sus manos de esta forma: «tanta competencia como sea posible y planificación en la medida justa y necesaria». Pero eso no es lo que dice la frase, que manifiesta no tenerle miedo a la planificación. En manos de Foucault parece querer decir «la mínima planificación posible», lo que no era el caso en 194824. Lo que estaba en juego aquí era la certeza de que el anarquismo desregulador llevaba a la imposibilidad de acercarse a la igualdad. La competencia reglada y compensada25, por el contrario, era beneficiosa a la totalidad del pueblo y con ello los ordoliberales defendían su profundo sentido antimonopolio.
La competencia era un bien público, porque no se podía escindir de la libertad y de la igualdad, de las fuerzas de cohesión social, pues el mayor atentado contra ella eran los monopolios. Pero no era el bien público absoluto, como quieren Dardot y Laval26. Por el contrario, era necesario compensarlo con formas de solidaridad27. Foucault presentó este movimiento como la adhesión del socialismo al neoliberalismo. Sin embargo, este planteamiento le permite ignorar la cuestión de la solidaridad en el ordoliberalismo. Nunca se explora la cuestión de si esta adhesión del socialismo a la competencia con solidaridad dotaba de coherencia su adhesión a la democracia. Se abandonaba con ello la idea de que la democracia liberal era solo un instrumento para conquistar el socialismo. Entonces se creyó que la adhesión a la democracia como fin, con sus principios ético-jurídicos superiores de libertad, igualdad y responsabilidad, vinculados a una forma de vida, implicaba adherirse a un régimen de competencia protegido, regulado y preservado por el Estado, compensado por medidas de solidaridad. Quizá solo así se podría dar el consenso suficiente para que un pueblo pudiera apoyar un Estado capaz de hablar en su voz. Foucault concluye que la práctica de la RFA tras 1948 fue una «práctica gubernamental de ese neoliberalismo» (Foucault, 2007: 115). Así entró el socialismo «por fin al juego de la gubernamentalidad». Lo que se produjo tras 1948, lo que llamamos Estado de Bienestar, era Vitalpolitik. Con ello, para Foucault, el socialismo quedaba neutralizado al entrar en el juego del neoliberalismo.
6. El valor de la intuición de Foucault
Foucault pudo concluir que el gobierno biopolítico neoliberal del presente no era un Estado de Bienestar, sino una nueva lógica del gobierno impulsada por los autores ordoliberales. Ellos habrían mantenido su Vitalpolitik sometida a la condicionalidad constituyente del mercado. De este modo, Foucault podía imputarle los dos males: intervenir en la vida y hacerlo desde el mercado como esfera absoluta. El homo economicus se elevaba a absoluto. La condición fue hacer desaparecer el Estado de su análisis. Pero el ordoliberalismo es la última manifestación del Estado continental y su lógica, cuyos orígenes se remontan al cameralismo alemán28.
La genealogía de Foucault está equivocaba. Pero lo que él veía era cierto. Ahora se condicionaba el cumplimiento de los servicios públicos a su valoración desde el mercado. Esta no era una premisa ordoliberal clásica, sino una respuesta nueva ante la intensificación del Estado de bienestar. En suma, el gobierno biopolítico neoliberal de Foucault es un acontecimiento, un episodio en la evolución del Estado de bienestar finalmente desplegado en los años 70. Obedecía al problema creciente de la deuda y respondía a la eliminación de servicios públicos impulsada por las políticas de Thatcher y Reagan. Pero para entenderlo no era necesario inventarse una genealogía ordoliberal como hace Foucault. El ordoliberalismo deseaba desvincular a las masas obreras del marxismo y del comunismo y forma parte de esa batalla civilizatoria que duró hasta la Guerra Fría. Lo sustantivo del gobierno biopolítico neoliberal es una práctica institucional del Estado de bienestar que somete los servicios públicos a una racionalidad de mercado, no a la finalidad específica de sus propios objetivos. No juega en la guerra civilizatoria clásica del siglo xx, sino en la nueva guerra del capitalismo financiero mundial y en la explotación de los pueblos que produce la deuda pública financiada en el mercado. El ordoliberalismo era, en el fondo, un comunitarismo de la eticidad, consciente de que solo sobre esa base podía organizarse un Estado fuerte protector de la forma de vida comunitaria. Para ese fin necesitaba una biopolítica.
Pero si esto es así tenemos que preguntarnos qué se entiende por neoliberalismo frente al ordoliberalismo. ¿No será que el neoliberalismo implica además la privatización de todo servicio público, la negación misma del concepto servicio público? ¿Y no sería tal por haber roto con todo aspecto comunitario?¿No parece entonces que un neoliberalismo consumado ha de dejar de ser biopolítico? ¿Cómo puede ser biopolítico el homo economicus individual y completamente autorreferencial? ¿Cuál podría ser la biopolítica sin Estado? Estas preguntas tienden a subrayar el aspecto inacabado de las lecciones de Foucault.
Foucault