Encuentro con las élites del Mediterráneo antiguo. Julián Gallego
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11 Para una versión más completa de este argumento, Bershadsky (2018b). Es probable que haya habido una división facciosa en ese período en Eretria: sabemos que las élites eretrias, o al menos una parte de ellas, prefirieron a los persas en lugar de los atenienses, y rindieron su ciudad a los persas en 490 a.C. (Heródoto, 6.101).
12 Bershadsky (2013: 237-295). Sobre las modificaciones del culto de Apolo Pitio, una figura divina que velaba sobre los combates rituales por la Tireátide a favor de la facción democrática argiva en diferentes períodos, ver Bershadsky (2013: 333-340, 366-369).
13 Traducción al inglés de Sherman (1952), modificada. (N. del tr.: la traducción al español se basa en el texto inglés, cotejado con el original en griego).
14 Stylianou (1998: 498) asume que el hecho era solamente una “revista de caballería” que se realizaba de forma recurrente en un día particular en Tebas.
Localismo y conectividad.
¿Cuán locales fueron las élites de la Grecia clásica?1
Hans Beck (Westfälische Wilhelms-Universität Münster)
Excavaciones en un edificio de almacenamiento del siglo V a.C. en el ágora de Corinto han revelado los restos de ánforas con bolsas de escamas de pescado. Un examen minucioso de las escamas mostró que el pescado –el besugo– había sido fileteado y secado con sal. Hasta aquí nada notable, porque el Golfo de Corinto demandaba, y continuaría demandando, besugo en cantidad. Sin embargo, en su análisis de las ánforas, los arqueólogos descubrieron que las vasijas se producían en el Mediterráneo occidental. La forma y el análisis petrológico apuntan a Cádiz en la costa atlántica, cerca del Estrecho de Gibraltar, famosa por su procesamiento de pescado y su industria del pescado salado desde el siglo VI a.C. La conclusión es que los besugos salados se exportaron desde dominios púnicos en el sur de España a través del Mediterráneo, para ser vendidos como un manjar en el mercado de Corinto2.
¿Quién comía este pescado y, en consecuencia, quién pagaba las importaciones desde el otro extremo del Mediterráneo, aun cuando el Golfo de Corinto fuera tan rico en suministros locales? No cometeremos un error si asumimos que los compradores provenían de un rango de la sociedad que era económicamente rico. A juzgar por las listas de precios de otros lugares, de Atenas y de Tebas por la pesca en el lago Copais, es obvio que el pescado como complemento placentero (ópson) de la dieta diaria era extraordinario y costoso. No nos equivocamos al ubicar a los consumidores en el estrato más alto de la sociedad, y en este sentido, en la élite3.
Qué clase de élite, es una pregunta diferente. Es notablemente difícil hablar de las élites de la Grecia clásica, e identificarlas. De entrada, la búsqueda de las élites en la polis se halla complicada por las nociones gemelas de ciudadanía y autogobierno, que eran contradictorias con el ejercicio del gobierno de élite. Aclaremos que hubo élites en todo el mundo griego, tanto en las democracias como en las oligarquías. Pero, en política, su papel fue frenado por la noción omnipresente (y omnipotente) de igualdad entre todos los ciudadanos –sin importar cómo se definiera el cuerpo de ciudadanos–. El acceso privilegiado, y menos aún exclusivo, a los cargos de la polis fue imposible en virtud de las prácticas de designación prevalecientes, que tenían regulaciones muy estrictas relativas a la idea de igualdad. Las élites de la Grecia clásica no eran una élite conforme al cargo. Josh Ober (1989) ha demostrado cómo las élites gobernantes atenienses recurrieron a registros que mejoraron su estatus dentro de la arena social y política, aun sin detentar necesariamente las funciones ejecutivas: esto se observa en el despliegue ostentoso de la distinción, por ejemplo, en el simposio; en su experticia retórica y su apariencia estética, incluido el gimnasio; o a través de un tipo particular de habitus.
Es notable comprobar cuán anónimas resultan las élites de la Grecia clásica en nuestras fuentes. Hacen política, por supuesto, pero no de manera explícita, y ciertamente no con mano dura; esto habría puesto en peligro la idea de igualdad. No es casualidad que virtualmente ninguna de las grandes familias aristocráticas de la era arcaica tardía sobreviva hasta el siglo IV a.C., en cualquier lugar de Grecia. Si se percibe alguna continuidad familiar, esto estuvo favorecido por la acumulación de prestigio social y, más decisivamente, de capital económico. En otras palabras, existe una gran división entre las élites de la era arcaica y las del mundo helenístico. Mientras que las élites arcaicas eran familias aristocráticas por excelencia, clanes gobernantes con los que sus comunidades como tales estaban por completo amalgamadas, las élites helenísticas eran élites cortesanas o líderes de comunidades locales que no tenían ningún poder político translocal. Intercaladas entre estos extremos, las élites de la Grecia clásica enfrentaron el desafío de situarse en un mundo gobernado por ideas de igualdad cívica. Las prácticas universales de distinción continuaron siendo formativas, como el simposio, por caso. Al mismo tiempo, sus valores e ideologías, por ejemplo, el cambiante concepto de kalokagathía, fueron constantemente sondeados y torpedeados por discursos que no solo estaban fuera de su control sino también más allá de la capacidad de las élites para dirigirlos. ¿Cómo navegaron las élites de la Grecia clásica en las corrientes del cambio (Bourriot, 1995)?
Volvamos a nuestros corintios consumidores de besugo. Su ciudad ocupaba un lugar agradable. Situado en un lugar que conectaba la ciudad con las principales rutas de tráfico por tierra y mar, el propio centro urbano de Corinto estaba ubicado en un lugar perfecto. Desde el extremo inferior de la ladera norte de Acrocorinto hacia el área del ágora emergente, el asentamiento se extendía a través de una serie de terrazas de piedra caliza que permitían un fácil acceso a las vetas de agua inferiores. El sitio no solo era rico en recursos agrícolas de las tierras circundantes, sino que tenía abundantes suministros de agua y materiales para la construcción. El desarrollo del asentamiento fue impulsado por el triángulo típico de nucleamiento urbano, permeación espacial de la khóra y politización de las estructuras de poder. Desde la era arcaica temprana, podemos rastrear la aparición de ejes de conexión entre varias concentraciones de casas y tumbas en el interior del país que facilitaron e intensificaron el intercambio. Estas rutas y caminos iniciales hablan de un crecimiento de los asentamientos a través no solo de la extensión del núcleo urbano sino también de la incorporación continua de grupos de casas que evolucionaron a lo largo de dichos caminos. Al igual que las rutas de procesión a lo largo del campo en otras ciudades, esas arterias de tráfico expresaron y, a la vez, inspiraron un robusto sentido de territorialidad entre los viajeros cotidianos4.
Se desconoce cuándo este sentido de apego a la tierra se tradujo en una nueva organización integral del territorio de la polis de Corinto, pero no estaríamos mal orientados si ubicáramos el proceso general en algún momento entre fines del siglo VIII y comienzos del VII a.C., cuando Corinto estuvo bajo el gobierno de la célebre familia de los Baquíadas y, posteriormente, de Cipselo y su dinastía. Durante el predominio de las Baquíadas (ca. 747 a 657 a.C.), los arqueólogos pudieron rastrear tanto una separación notoria de espacios de la polis como una concentración creciente de estructuras monumentales. En la estrecha meseta al oeste del centro urbano tardío, un creciente distrito industrial, el llamado Barrio de los Alfareros, señala el comienzo de una especialización artesanal;