Un puñado de esperanzas. Irene Mendoza
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Un puñado de esperanzas - Irene Mendoza страница 23
—No tienes por qué escoltarme —espetó Frank.
—Lo sé, pero me da la gana.
«Me da igual cómo te pongas, princesa», pensé entrando en el ascensor tras ella. «Para orgulloso yo».
Pero lo más jodido de todo era que estaba preciosa y que yo la deseaba muchísimo.
El edificio de apartamentos de superlujo tenía infinitas plantas y Frank y su padre vivían en los áticos, así que tenía unos cuantos pisos por delante hasta llegar a su casa. Necesitaba esos escasos segundos en el ascensor para preparar mi disculpa y salvar la noche.
«Me he portado como un jodido crío celoso», pensé enfadado.
La miré de reojo, ya no fruncía el ceño y parecía tranquila. Estaba tan hermosa… Se había quitado el abrigo amarillo y llevaba un traje de chaqueta que dejaba a la vista su escote con una falda corta. Enseguida fantaseé con ese escote y con meter mis manos bajo aquella faldita.
Volví la vista un instante y me topé con la suya. Los dos apartamos la mirada enseguida. Respiré hondo y me aflojé un poco la corbata. Frank carraspeó y taconeó con el zapato. El ruidito de su zapato me estaba poniendo nervioso y me recoloqué los pantalones subiéndolos con un par de recios tirones.
Lo peor de todo era que no se me ocurría nada de nada. Estaba en blanco. Me pasé la mano por el pelo, señal de que mi malestar estaba llegando al límite, y entonces la miré. Ella me miró también y creí ver tristeza en sus ojos. Frank exhaló un suspiro casi inaudible y se quedó con los labios entreabiertos, mirándome fijamente.
Y no pude más, me giré hacia ella sin voluntad, obligado por un impulso irracional e irrefrenable. Ella también lo hizo. Ambos nos acercábamos el uno al otro como movidos por dos cargas magnéticas opuestas que se atraían irresistiblemente. Los dos cuerpos dirigiéndose a un mismo punto, con una misma intención.
El abrigo amarillo cayó al suelo. Nuestros cuerpos chocaron seguidos de nuestras bocas. Tomé su cabeza con una mano y con la otra la agarré con fuerza por la cintura, bruscamente. Frank apretó sus labios contra los míos, sus pechos contra mi pecho, su cuerpo entero, y yo la acorralé contra la pared metálica del ascensor para no dejarla hablar, metiendo mi lengua en su boca y acallando sus suspiros.
Mi boca le devoraba los labios, mis manos recorrían su cuerpo, posesivas y urgentes, y ella me correspondía jadeando de gusto. Mi mano libre levantó su falda para comprobar con regocijo que se había puesto medias con liguero. Tiré del liguero suavemente y gruñí de satisfacción. Estaba seguro de que se había vestido así para mí y mi erección, crecida y ávida, se apretó contra el hueco entre sus muslos mientras sus caderas se impulsaban contra ella. Gemí de ganas al sentir la presión de su pubis sobre mi polla. Ella se dejó acariciar el cuello, los pechos, la cintura, los muslos, sin que nuestras bocas se separaran ni un instante. Frank respiraba con jadeos entrecortados mientras, con los ojos cerrados, se dejaba llevar por el deseo.
Volví a aprisionar su cabeza entre mis manos y ella jadeó elevando los brazos, rindiéndose, a la vez que yo me frotaba con fuerza para conseguir algo de alivio a mis deseos de desnudarla allí mismo y follarla como un animal en celo.
—Quédate… No te vayas —gimió con voz sensual.
Gruñí de deseo y mi erección palpitó contra su vientre en toda su gruesa y dura plenitud en señal de aprobación, mientras ella se iba entregando cada vez más entre mis manos, que no paraban de acariciarla. Lo notaba en sus miembros, que se aflojaban adaptándose a la dureza y la tensión de los míos. Frank agarró mi cabeza y mordiendo mis labios suspiró de placer.
Sabía que, si seguía apretándola así, frotándome con tanta intensidad, la haría llegar. Ella era la mujer más rápida en alcanzar el orgasmo que había conocido en toda mi vida.
Pero el ascensor paró obligándonos a hacer lo mismo. Así que completamente duro y sofocado salí del ascensor mientras ella iba delante de mí, acariciando mi erección, con medio pecho fuera de la chaqueta y la falda subida, mostrándome sus nalgas y el liguero.
Yo metí mi mano bajo su falda y apreté su sexo tapado por apenas unas tiras y un trocito de suave tela empapada que ya fantaseé con romper en cuanto entrase por la puerta. Emití un salvaje gruñido de satisfacción y mientras ella sacaba las llaves del bolsillo de su abrigo metí un dedo en sus bragas para introducirlo en su interior. Frank jadeó sorprendida y se tensó arqueándose a punto del orgasmo.
«No vamos a llegar a la cama», pensé sonriendo, sacando mi dedo de ella con lentitud.
Justo acabábamos de entrar por la puerta. Ya me había abalanzado sobre ella sujetándola por el vientre, apretándome contra sus nalgas y mordisqueando su cuello cuando escuché una voz masculina que venía del interior de la casa y que llamó a Frank.
—¡Es mi padre! —susurró Frank separándose de mi al instante para recolocarse la ropa e intentar arreglar el desastre que mis manos habían hecho en su pelo.
—¡Joder! —exclamé.
—¡Shsssss! —me pidió tapándome la boca con su mano.
Yo se la chupé con mi lengua, riendo bajito y ella me empujó hacia la puerta.
—¡Sí, papá! ¡Hola! —gritó sacándome al descansillo del ascensor.
—Lástima —susurré dándole un rápido beso.
Ella me correspondió con su lengua y tras eso asintió sonriendo y haciéndome gestos me apremió para que me fuera.
Me metí al ascensor aún excitado, con las manos en los bolsillos para poder disimular el bulto aún visible en mis pantalones, salí del edificio de camino a casa, dispuesto a darme una ducha caliente mientras me masturbaba.
Sonreí al salir a la calle imaginado a Frank haciendo lo mismo.
«¿Lo hará?». Y pensé que me encantaría verla en esos menesteres solitarios.
«Mañana se lo preguntaré. O mejor aún, la llamaré luego para salir de dudas».
Capítulo 13
Nights of White Satin
Pocket no estaba cuando llegué a casa, así que aproveché para meterme en la ducha. Pero ya me había tranquilizado en el largo camino desde Manhattan hasta Forest Hills, así que desistí en mi primer propósito de aliviarme bajo el agua caliente. En vez de eso me consolé con un sándwich y un vaso de leche.
«Debo de estar envejeciendo», recuerdo que pensé.
Me tumbé en la cama con el estómago lleno y pagué los excesos sexuales de la noche anterior y mi sesión de boxeo de la mañana porque me quedé como un tronco y ni me di cuenta de cuándo llegó mi amigo.
Cuando llamaron a la puerta pensé que era Pocket, pero percibí su voz dentro de casa, aún con