Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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y, más tarde, bajo la dictadura, participa en el Ceneca, un centro de estudios sobre cultura y comunicación, dirigido por Carlos Catalán, quien antes también había estado en Flacso.

      Alrededor de 1972, Fernando Castillo Velasco, en sus exploraciones creativas como arquitecto, inició la construcción de conjuntos habitacionales, que fueron llamados “comunidades”, un tipo de condominio pensado para gente que compartía cierto estilo de vida y que deseaba tener una vida en conjunto, compartiendo espacios, lo cual, en esa época, era una idea novedosa. Esto lo pensó Castillo Velasco para grupos de profesionales y, a la primera comunidad, construida en terrenos de su familia y donde él mismo hizo su casa, invitó a profesores de la Universidad Católica, entre los que estaban sus cercanos compañeros de travesía en la reforma y en los primeros pasos de la universidad reformada. A esta primera comunidad, la Quinta Michita, llegarán, así, a partir de 1974, Brunner, Garretón, Moulian, Julieta Kirkwood, Jorge Chateau e Isabel Gannon, entre otros36.

      Durante la dictadura, estas comunidades serán no solo lugar de convivencia, sino también un lugar de protección. Como cuenta una de las hijas de estos profesores, “siempre tenía la sensación de que en cualquier minuto podía pasar algo terrible […]. Yo era amiga de […] que le habían matado al tío y a los abuelos. En los años que me acuerdo, que yo estaba en la enseñanza media, todavía había una sensación de que el trabajo que se hacía era peligroso. Por eso también se vivía en estas comunidades, que eran un ambiente de protección, de seguridad”37. También invitarán a ellas, más adelante, a estudiantes de la Flacso.

      Además de esa convivencia cotidiana, varios de ellos pasaban vacaciones juntos. Acostumbraban ir a una gran casa de campo en Melipilla, de la familia de Giselle Munizaga, donde ella y Moulian compartían con la familia de Brunner, Lechner y otros. Antes del golpe también iban a ese lugar con Rodrigo Ambrosio, Juan Enrique Vega y sus parejas38.

      En este grupo de la Flacso se fue cultivando, de tal modo, una fuerte sociabilidad, dando forma a un grupo de amigos, pero en los cuales estaba la particularidad del común interés intelectual y político, que era el centro y motor de sus discusiones, en las cuales, como señala una observadora de la época, “era como que competían quién era más inteligente, quién era capaz de tener los mejores argumentos”39. Tienen en común, al mismo tiempo, cierto estilo de vida, con desapego del dinero y aspectos mundanos, pese a que vivían bien, y una trayectoria compartida, en mayor o menor grado, con una juventud vinculada a la Iglesia Católica, estudios o trabajo en la Universidad Católica, trabajo en el Ceren y militancia en el MAPU. Esas características forjaron un cierto ethos grupal, que se mantuvo buena parte del período de la dictadura.

      La forma en que Moulian se vincula con el partido, con el MAPU, será muy diferente en los períodos previo y posterior al golpe militar. Luego del golpe, una de las materias que justamente hará objeto de su reflexión y crítica será la vinculación entre el trabajo intelectual y la actividad política partidaria.

      Durante el período de la Unidad Popular, Moulian era miembro del Comité Central del MAPU. Su trabajo como intelectual, según él mismo lo relata, era dependiente de las definiciones del partido, sin efectiva independencia crítica. “El partido ordenaba tu agenda intelectual y tú pensabas al ritmo del partido. En mi caso por lo menos fue así […]. En la Unidad Popular nosotros pensamos lo que los partidos piensan. Yo pienso lo que mi partido piensa. Le escribo a Jaime Gazmuri sus informes según los lineamientos nuestros […]”. Por petición del secretario del partido “yo redacté todos los diarios murales del paro de octubre [de 1972] que sacamos, y bueno, eso significaba ir al partido, saber cuál era la política de la dirección y transformarla en un lenguaje de calle”40. “No nos ufanábamos […] de nuestra capacidad de elaboración sistemática de la práctica colectiva, de lo que escribíamos. Nuestro orgullo era constituir un engranaje en el trabajo de la organización. Ser verdaderos militantes era salir a pintar con las brigadas de propaganda, hablar en los mitines, ser capaces de una constante disciplina” (Moulian, 1983a: 8).

      El mismo Gazmuri, al ser entrevistado, ratifica esa concepción del intelectual militante, como alguien en quien no prima la actividad intelectual41. “Los intelectuales militaban, salían a pintar las murallas, y después hacían clases […]. Hacen una clase sobre Hegel en la mañana y se van a pegar panfletos en la noche”. Gazmuri asumía, en esa época, según él cuenta, que todos los cuadros del partido deberían incorporar un contenido intelectual en su labor, ser “cuadros integrales”. En cada célula se debía hacer análisis de la realidad, de la composición social de la comuna, de sus fuentes productivas principales, de sus organizaciones, etc. Esta forma, claro, tiene el inconveniente, al cual después se referirá Moulian en sus trabajos luego del golpe militar, de que desaparece la función reflexiva intelectual de pensar la totalidad, quedando limitada la reflexión al encuadre proporcionado por el partido. Con esta sujeción a las rutinas partidarias, tal función de desarrollar una meta perspectiva no tiene lugar y no es valorada. Esto, en ese período, Moulian no lo cuestionaba. Supeditaba sus habilidades intelectuales a las demandas del partido. “El requisito [para el intelectual] era la fidelidad, no solamente la menor, la disponibilidad para las pequeñas tareas, sino la mayor, la del pensamiento. El intelectual debía dejar personalmente pruebas de su transformación, debía exigírsele el máximo porque en su interior vivía agazapado el pequeño burgués”. Todo eso se justificaba dado que “teníamos la nítida y alegre conciencia de haber elegido el lado bueno de la historia” (Moulian, 1983a: 8). Es el gesto de entrega a la voluntad de la entidad que administra el conocimiento verdadero, renunciando a su propensión intelectual, la cual reflejaría un sesgo pequeño burgués. Parece operar ahí una mezcla entre la valoración leninista del partido, producto de sus muchas lecturas y conversaciones políticas, y un sentido de culpa con raíces en su formación católica. Solo el golpe militar le permitirá desprenderse de ello, pero será fruto de mucha reflexión y escritura justificatoria (y autojustificatoria)42.

      Por esa dedicación a las muchas tareas prácticas del militante y a las labores de agitación y propaganda, es que en ese período las publicaciones académicas de Moulian son reducidas. Está escribiendo para el partido. No obstante, en el período de la Unidad Popular, aunque hubiera una dependencia intelectual de la política, hubo una abundante producción de ciencia social. Tanto el Ceren, de la Universidad Católica, como el CESO, su análogo de la Universidad de Chile, produjeron diversidad de obras que fueron ampliamente divulgadas y discutidas. Aparecen obras como la Dialéctica del desarrollo desigual, de Hinkelammert; Imperialismo, dependencia y relaciones económicas internacionales, de Caputo y Pizarro; Chile, hoy, de Aníbal Pinto et al.; Transición al socialismo y experiencia chilena, de varios autores. El mismo Moulian saca un par de textos en los cuadernos del Ceren que hacen planteamientos inquisitivos, uno sobre Lenin y otro sobre el camino hacia el socialismo. ¿Qué ocurre entonces? Moulian dice que los partidos “no nos preguntaban nada, nos daban órdenes”. O sea, habría una disociación entre reflexiones, como las de Moulian, y lo que los partidos estaban buscando o demandando. Norbert Lechner (2007 [2004]: 14) tiene una apreciación coincidente con la de Moulian: “en aquel momento la discusión teórica aparece subordinada a la posición político-ideológica de los autores. Su autoidentificación político-partidista suele definir el punto de vista a partir del cual abordan los fenómenos sociales. Tales presuposiciones valóricas son premisas (tácitas o explícitas) de todo análisis social. Pero en los años sesenta, la polarización política agudiza y rigidiza tales presuposiciones. Se conforma una especie de ‘academia militante’ donde los intelectuales tienden a racionalizar y justificar las posiciones políticas tomadas de antemano”.

      El gran debate dentro de la Unidad Popular, cuya polarización se va agudizando hacia el final, se dio entre la postura de no apresurar el proceso de cambio, sino que primero consolidar lo logrado, “consolidar para avanzar”, sostenida por el sector allendista del Partido Socialista, el Partido Comunista y un sector del MAPU, y la postura revolucionaria de “avanzar sin transar” y “crear poder popular”, lo que implicaba robustecer los cordones industriales y prepararse militarmente,

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