Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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la industrialización y transformando al Estado en un agente económico activo; (2) desarrollaron una política de democratización económica, social y política que le aseguró la lealtad de los sectores medios; (3) tuvieron, hasta el gobierno de Frei Montalva, una gran flexibilidad en materia de compromisos y alianzas, permitiendo una significativa agregación de intereses, y (4) permitieron el acomodo de los grupos capitalistas (Moulian y Garretón 1983 [1977]: 136)48.

      Esta situación se ve alterada por las líneas de acción del gobierno de la Democracia Cristiana (1964-1970). La modernización industrial, la Reforma Agraria y la ley de sindicalización campesina enajenan a ciertos sectores de la burguesía industrial y de la oligarquía agraria, cuyos intereses hasta ese momento se habían visto protegidos por los acuerdos del Estado de compromiso. Esto lleva a una mayor combatividad de clase y a un reagrupamiento político de la derecha, bajo el nuevo Partido Nacional. Hasta antes del gobierno de Frei, la iniciativa política había estado en un centro político expresado en el Partido Radical, que pragmáticamente había contribuido a un entendimiento entre burguesía, clase obrera sindicalizada y sectores medios, negociando sus intereses, sin modificar las relaciones sociales campesinas. El Estado de compromiso respondía a los intereses de la oligarquía agraria, que socialmente se entrecruzaba con la burguesía, y dejaba fuera de la mesa a un sector sin fuerza política para presionar: el campesinado.

      La Democracia Cristiana con su proyecto de reformas, con su sentido de misión histórica y con su “Revolución en libertad”, rompe el esquema que había facilitado la estabilidad del Estado de compromiso. Por otra parte, para realizar su proyecto político carecía de una estrategia razonable que se lo permitiera, dada la institucionalización del sistema partidario, con una gran estabilidad del voto de la derecha y de la izquierda. Sin quebrar el esquema de tres fuerzas, no podía avanzar por sí sola. De allí sus grandes dificultades después de 1967 (Moulian y Garretón 1983 [1977]: 135).

      En todo ese período, las políticas de ese Estado, en el que el Partido Radical juega un papel clave y el apoyo a la educación es privilegiado, contribuyen al desarrollo cuantitativo de las capas medias. Tal crecimiento cuantitativo se ve acompañado del aumento de su relevancia política.

      En ese panorama, en 1970, dos son las alternativas que se muestran viables: (1) Frenar el proceso de democratización y darle más impulso a las dinámicas de acumulación capitalista, sin interferencias de participación o redistribución. Este es el proyecto de la derecha, frenado por el triunfo de Allende, pero que luego podrá imponerse bajo la dictadura. (2) Alterar el esquema de desarrollo capitalista, cambiando la composición de clase de la conducción del Estado, pero manteniendo el desarrollo del proceso de democratización. Este es el proyecto de la UP asumido como “vía chilena al socialismo”.

      En cuanto a la “racionalidad” de los bloques políticos entre 1970-1973, algunos aspectos que destacan Moulian y Garretón (1983 [1977]: 57-63) son los apuntados a continuación.

      El comportamiento de la Democracia Cristiana es de gran importancia en la evolución del proceso político del período. Su defensa identitaria, con su núcleo ideológico católico y su alternativismo ideológico, le dificultan avanzar hacia un compromiso con la Unidad Popular, pese a las convergencias existentes. Menos aún es proclive a una alianza con la derecha. Será la aguda polarización del fin del período y la capacidad de la derecha de movilizar a sus bases lo que la forzará a terminar facilitando el camino de la estrategia de la derecha.

      La derecha, desde 1938, con un poder limitado, lleva a cabo una política más bien defensiva. Hasta 1964 es muy significativo en ella el peso de la fracción latifundista, que mantiene vinculaciones con los capitales financiero, comercial e industrial. El latifundio, dicen estos autores, era un espacio común a todos los sectores capitalistas, e imponía su sello en la conducta de las clases dominantes. La Reforma Agraria y la sindicalización campesina son un ataque frontal a este sector social tradicional. Con ello, este sector se ve debilitado socioeconómicamente, pero también induce una “resurrección” política de la derecha, fusionándose los partidos Conservador y Liberal, dando forma al Partido Nacional, que será activo agente en las luchas políticas de años siguientes.

      Durante el período 1970-1973, la derecha lleva a cabo una ofensiva política continua, y juega cartas más allá de la institucionalidad política. “A través de los gremios patronales de grandes industriales y comerciantes y a través de la coordinación de la Confederación de la Producción y del Comercio, dirigida por personeros ligados al gran capitalismo, la derecha logra dirigir políticamente a las organizacionales gremiales patronales o profesionales de capas medias” (Moulian y Garretón, 1983 [1977]: 63). En su accionar pone netamente sus intereses de clase por sobre sus intereses políticos. La disolución de los partidos que acompañará al régimen militar no le preocupa en la medida que ello favorece sus intereses de clase. Desde 1971 su foco es definidamente el derrocamiento de Allende y obtiene un gran éxito con el paro de octubre de 1972, que irá preparando el terreno para una salida extrainstitucional.

      La izquierda también se mueve, declaradamente, en una lógica de clases, pero prima la orientación de preservar el orden político institucional. El programa de la Unidad Popular, en el cual a la izquierda se suma el Partido Radical, tiene un contenido de “preparación de las condiciones del socialismo”. Lo que ya veíamos que era enfatizado por Moulian en su publicación de 1971. No obstante, esto se ve combatido internamente por el Partido Socialista, que juega un papel crítico sosteniendo la idea de una rápida transformación socialista, avalada en interpretaciones de la teoría marxista y con el apoyo emocional de la revolución cubana. Esta alternativa rupturista se plantea, dicen Garretón y Moulian (1983 [1977]), sin un suficiente análisis de la dinámica de las clases sociales, del universo ideológico cultural y de la naturaleza del Estado chileno. Así, contribuirán al desenlace final, con un resultado totalmente opuesto al buscado. Por un lado, llevarán a la polarización ideológica interna de la izquierda, obstaculizando una acción coherente del gobierno; por otra, alentarán la vía extrainstitucional, también rupturista, de la derecha.

      En esta dinámica interna de la izquierda, Garretón y Moulian identifican y destacan un factor explicativo que llaman el “problema del vacío teórico-ideológico de la izquierda”. En la evolución que tuvo el régimen político de la Unidad Popular, con sus dinámicas de polarización, desinstitucionalización y degradación de la legitimidad, “es evidente que tuvo un papel importante el modo como la UP concibió, semantizó y realizó ese proyecto [el programa de la UP]” (Moulian y Garretón, 1983 [1977]): 70). Hubo una importante debilidad en la construcción teórico-discursiva que diera cuenta de lo objetivamente posible y guiara la práctica. En las polémicas internas de la UP durante el período, destacadas aproximaciones cognitivas provenían directamente de una teoría marxista consagrada y eran aplicadas sin mayor criticidad, para el análisis del proceso en marcha. “Se trata de un fenómeno de ‘fetichización’ de la teoría”. Faltó una teoría adecuada a las características del proceso49. De tal modo, los problemas de las alianzas, de los compromisos y del carácter mismo del gobierno y del proceso fueron analizados desde “una perspectiva muy insuficiente” (Moulian y Garretón, 1983 [1977]): 71, 72). Eso lleva a que, desde mediados de 1972, no se cuente con un discurso coherente que responda a los problemas necesarios de abordar y la conducción se haga errática. A ello se suma el proceso de polarización ideológica interna de la izquierda. A su vez, la propia semantización del proceso, por parte de la Unidad Popular, como socialismo y revolución dirigida por la clase obrera apartó a la clase media y fue un factor de polarización con resultados negativos (Moulian y Garretón, 1983 [1977]): 152).

      Conjuntamente, hay una incapacidad teórica y práctica para entender las dinámicas autónomas del movimiento popular. No se produce un adecuado procesamiento partidario, político institucional, de los intereses y aspiraciones presentes en la base social. En consecuencia, la conducción política no logra ajustarse bien con tales dinámicas (74, 75). Como señalan en su texto, “la crisis o frustración de un proceso social es también la crisis de las categorías con que fue analizado” (Moulian

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