Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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mercado. Inicialmente, los integrantes del gobierno autoritario buscaron su justificación en el catolicismo y en la ideología de seguridad nacional, pero a fines de la década de 1970, la principal lógica de justificación ética presente en el discurso y mayormente difundida era la del discurso neoliberal, que de ideología del sector económico había pasado a convertirse en ideología global (Moulian, 1981d: 8-12).

      Frente a esa consolidación de la dictadura, con su efectividad hegemónica y ya no solo coactiva, Moulian evalúa las “alternativas populares”. Rechaza las concepciones militaristas, “presas del espejismo de que el autoritarismo se condensa en el Estado” (Moulian, 1981d: 25). Esas son estrategias con una concepción elitaria de la política, que apelan a organizar un aparato especializado en la violencia, que tiene el peligro de reproducir las prácticas de represión e impiedad, siendo el terrorismo una “fuerza degeneradora de la política”, además de ser predeciblemente ineficiente, Rechaza también las concepciones “cupular-agitativas” de la política, sin suficiente capacidad articuladora y expansiva.

      El enfrentamiento de esta dictadura con capacidad hegemonizante, requiere recomponer la capacidad hegemónica popular. Ella necesita, dice Moulian, un “sujeto históricamente constituido”, pero esto es dificultado por las condiciones de estrechamiento del espacio político. Por tanto, la tarea fundamental es la reconstitución de tal sujeto. Junto con el trabajo de reconstitución del tejido social y el trabajo cultural, esto involucra la necesidad de redefinir el concepto de pueblo, superando los reduccionismos que, en nombre de las condenas al reformismo o al populismo, o asumiendo un estrecho obrerismo, han excluido sectores sociales, y han impedido la constitución de un bloque popular amplio (Moulian, 1981d: 16-20). Esto involucra un desplazamiento a una convocatoria primariamente democrática, buscando una “constelación diversificada de oposiciones antiautoritarias” (Moulian, 1981d: 22). Vale decir, lograr la unidad inicial por negación antiautoritaria. Después vendrá el momento de la lucha interna por la hegemonía, entendida en términos democráticos.

      En el documento publicado por la Flacso, “Violencia y política: reflexiones preliminares” (Moulian, 1981e), aborda específicamente uno de los componentes de las opciones políticas en juego para luchar contra la dictadura: la violencia. El tema es de gran relevancia contingente, pues al sumarse el Partido Comunista a la opción militarista, le ha dado nuevo vigor.

      La argumentación de Moulian revisa los planteamientos teóricos en la materia. En Lenin, la reflexión sobre la violencia remite esta a condiciones particulares y restringidas en que ella es eficiente y aparece solo como una opción extrema. En el marxismo no está presente el misticismo de la violencia que exhibe Fanon.

      De cualquier forma, “el marxismo se desarrolló muy imperfectamente como teoría de la lucha de clases”. Privilegió el análisis de las estructuras antes que los procesos sociales, culturales y políticos. Es muy limitado su desarrollo teórico sobre la acción histórica abordando la política como vía de conexión entre estructuras y sujetos (Moulian, 1981e: 2). Será con Gramsci que estos procesos obtengan mayor atención.

      La visión simplificadora del Estado, y de la transformación social, reducida a la toma del Estado, también lleva a una visión estrecha de la revolución, que no considera los efectos de la violencia en cuanto a destrucción de sociabilidad política. Involucra una lógica pragmática, de cálculo medios-fines, para la obtención del poder, sin consideraciones morales. Vale decir, no atiende a la dimensión ético-cultural (Moulian, 1981e: 7, 16).

      De tal modo, más allá de su potencial inefectividad instrumental, la violencia militar revolucionaria disemina tendencias autoritarias, genera un retroceso en el terreno cultural, crea crisis en el discurso y debilita sus posibilidades legitimadoras, aparta a los sectores medios, y, en general, destruye la credibilidad necesaria para construir hegemonía (Moulian, 1981e: 24, 25). Es un factor de aislamiento del sector militar revolucionario, en lugar de ayudar a construir hegemonía en el terreno político cultural. Conlleva una lógica elitista estatizante estrecha.

      En sus palabras finales, Moulian afirma que “una política popular nunca debería desligar el problema de los medios del de los fines”. Esto involucra “condenar la concepción de la política como guerra […]”. “El gran drama de la violencia política es que sobrepasa las buenas intenciones, actúa como partera de sí misma, se reengendra”, permanece siempre amenazada por una violencia de réplica (Moulian, 1981e: 25, 26).

      La indagación crítica sobre el sustento teórico tras el pensamiento de la izquierda, desde la propia izquierda, es escasa hasta los años del golpe del 1973. Hay algunos desarrollos en el trabajo inicial de Lechner, La democracia en Chile (1970). Hay también, por cierto, algunos otros elementos entre quienes escriben desde fuera de la izquierda, como Claudio Orrego, en Chile, el costo social de la dependencia ideológica o el libro de Álvarez et al., Ciencia y mito en el análisis social. Una crítica a las categorías marxistas de análisis (1972). Pero no hay un análisis sistemático que rastree históricamente el tejido discursivo de la izquierda y sus usos y derivaciones. Cuando menos, no hay ninguna investigación con la consistencia y con la fuerza de los planteamientos de Moulian. Estos, por otra parte, tienen interacciones múltiples con las obras de Lechner y Manuel Antonio Garretón de la misma época, y con quienes compartía lugar de trabajo y conversaciones frecuentes. En estos, se encuentran algunos contenidos relacionados, aunque no basados en un trabajo histórico sistemático como el de Moulian. Luego de sus obras, en cambio, estas indagaciones se multiplican y son numerosos los autores que escriben sobre tales temáticas. Él contribuye a posicionar el tema en el campo nacional, como foco de estudios académicos con relevancia sociopolítica.

      Entre dichas investigaciones de continuación o profundización se encuentran los trabajos de Augusto Varas (1988), de la misma Flacso, quien explora las relaciones entre ideales socialistas y teoría marxista en Chile, atendiendo de manera especial a Recabarren y el Comintern, y de Jorge Vergara E. (1988), con su estudio sobre la teoría política de la izquierda en los años 1960. Las obras de Moulian en la materia, y las discusiones suscitadas por ellas, son evidentes inspiradoras y facilitadoras de estas nuevas obras, así como de muchas más escritas posteriormente. La influencia de Moulian, como hemos dicho, se expande en reiteraciones de sus ideas que van más allá de la lectura de sus libros. En cuanto a publicaciones específicas, sobre todo citan Democracia y socialismo en Chile, libro que congrega un conjunto de textos previos de Moulian.

      Por otro lado, las críticas de Moulian al pensamiento de la izquierda son contemporáneas a otras que surgen en América Latina por la misma época. Destacable al respecto es la obra de José Aricó, de temprana participación en el Partido Comunista hasta su expulsión. Su obra Marx y América Latina (1982), explora los desajustes del pensamiento marxista en su imposición forzada en América Latina. Tal como Moulian, Aricó recibe la influencia de Gramsci. Aricó es uno de los fundadores de la revista Pasado y Presente, continuada luego en Cuadernos de Pasado y Presente que divulgará obras de un pensamiento marxista de amplia gama, con textos sobre el partido político, la revolución cultural china, la división capitalista del trabajo, la teoría del imperialismo, etc. (esto a fines de los años 1960 y durante los 1970).

      Jaime Gazmuri, basado en su experiencia en la dirección del MAPU, señala que “Tomás tuvo una importancia grande en nuestros primeros debates sobre la Unidad Popular, sobre las causas de la derrota, en el debate post golpe que vive toda la izquierda”. Lo ve como “una de las figuras que más influyeron en el pensamiento de la revisión, de la crítica al leninismo, lo que Tomás hizo de manera brillante y que era muy difícil hacer, porque el peso del leninismo en la izquierda chilena desde los sesenta era abrumador. Entonces, no era un asunto simple y afectaba a uno de los elementos de identidad de la izquierda revolucionaria chilena. Éramos todos leninistas; de izquierda o de derecha da lo mismo, porque el pensamiento de Lenin lo permitía, es muy dúctil […]. Tomás fue de los

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