Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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style="font-size:15px;">      En este trabajo de rediseño de la universidad, Brunner ya revela la gran eficiencia que lo va a caracterizar durante toda su trayectoria institucional. Como cuenta un testigo de esos momentos: “Fiori pensaba, daba ideas, y Brunner, al día siguiente en la mañana, aparecía con un texto redactado, totalmente listo”69.

      Un notorio resultado de estos cambios organizacionales, en el espíritu de vincular la academia a la sociedad, fue la creación, en 1968, del Centro de Estudios de la Realidad Nacional (Ceren), destinado a ser un espacio de reflexión social y conciencia crítica sobre la sociedad. Su primer director será alguien precisamente vinculado a los procesos de cambio en marcha en la sociedad y cercano a grupo de intelectuales brasileños exiliados: Jacques Chonchol.

      En años siguientes se crearán otros centros interdisciplinarios de investigación, en similar perspectiva: el Centro de Estudios de la Planificación (Ceplan), el Programa Interdisciplinario de Investigación en Educación (PIIE), el Centro de Investigación en Desarrollo Urbano (CIDU) y el Centro de Estudios Agrarios (CEA).

      Por su parte, desde 1969, Fiori se incorpora al Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad Católica, nueva unidad nacida en la reforma, donde trabajará con Norbert Lechner, con quien habría tenido gran afinidad (Beca, Richards y Bianchetti, 2013: 1029).

      No cabe duda que la involucración de Brunner en las reflexiones dentro del movimiento estudiantil y luego en torno al trabajo de rectoría buscando dar forma a la “nueva universidad” tiene gran fuerza formativa en él y marcará buena parte de las búsquedas e investigaciones que emprenderá en el futuro: universidades, trabajo intelectual, campo científico, lucha cultural, sistema educacional, etc. Estos años le proveen un inigualable conocimiento sobre la realidad universitaria, que comenzará a aprovechar en sus investigaciones desde fines de los años 1970.

      Fue una experiencia privilegiada, viendo desde dentro, como observador participante, como actor destacado, un complejo proceso de cambio sociocultural y político. Los cambios que estaba experimentando la sociedad en su conjunto los pudo examinar en ese microcosmos, en ese modelo a pequeña escala, que era la Universidad Católica. Tiene además la peculiaridad de ser una experiencia de transformación institucional que resulta exitosa y emocionalmente satisfactoria; a diferencia, como veremos más adelante, de la experiencia vivida por Pedro Morandé.

      Para Brunner, es la experiencia, simultáneamente, de las propias potencialidades. Sus capacidades reflexivas, así como sus habilidades expositivas y escriturales, son reconocidas y valoradas, tanto por los otros dirigentes estudiantiles como por académicos y directivos, desde el propio Rector, Castillo Velasco, y el Vicerrector Académico, Fiori. Es la validación de una forma de trabajo intelectual en que está fuertemente entrelazada una orientación normativa, valórica, con ideales de sociedad y de institucionalidad, que sirven de guía de la reflexión. Se podría pensar que aquí se forja su carácter de intelectual público. En términos de Bourdieu, son experiencias que marcan decisivamente su habitus intelectual, su sentido práctico como intelectual, con una fuerte conexión entre lo político, lo cultural y la reflexión intelectual. Es, además, una experiencia que probablemente influya en su disposición, cuando se recupera la democracia, a principios de los 1990, a integrarse al gobierno y asumir diversas labores públicas, pese a los costos académicos y personales involucrados.

      En esto se asemeja a Moulian y a Garretón. Los tres participan en un proceso de transformación institucional exitoso, en el cual han aportado un trabajo intelectual y han probado su efectividad. Antes de leer a Gramsci, ya tienen la vivencia de lo que es el intelectual orgánico. Antes de las elaboraciones de Burawoy, ya practican una sociología pública. Se diferencian, en cambio, de Pedro Morandé, quien más bien tiene experiencias entre ambivalentes y negativas en esta participación, y de Norbert Lechner, quien no tiene el mismo tipo de involucración activa y comienza, por el contrario, con una experiencia netamente académica, dedicado a su investigación de doctorado, iniciada de inmediato que termina sus estudios de pregrado en Derecho en Freiburg.

      Tal experiencia de cambio experimentó, no obstante, grandes turbulencias en los años siguientes, antes de su término abrupto con el golpe militar. En 1968 se produce un quiebre entre los dirigentes que representaban el movimiento de reforma. Un grupo está vinculado a la rectoría y es liderado por Miguel Ángel Solar. Ellos le dan forma al “Movimiento 11 de agosto”, que busca movilizar nuevamente a los estudiantes con nuevos objetivos que trascienden la universidad, que involucran mayor radicalización y politización. Entre ellos y el grupo directivo de la FEUC, presidida por Rafael Echeverría, se producen confrontaciones. El grupo de Echeverría, donde también está Morandé, manifiesta afinidades con los directivos del MIR y cuestionan a quienes tienen la posición institucional. Pese a que los planteamientos discursivos de unos y otros no son tan diferentes, se produce entre ellos una lucha de poder, en que cada uno busca ser el más radical y revolucionario, posturas con las que finalmente terminarán distanciándose de las masas estudiantiles. El discurso de este grupo es que el movimiento estudiantil debe politizarse, volcarse al campo social externo, comprometerse con la lucha de obreros y campesinos para transformar la sociedad capitalista. Pero esto “trascendía absolutamente […] a la conciencia posible de un estudiantado de clase media alta, católico, abocado a aprender una profesión y esperando desempeñarse en las mejores posiciones de una estructura social de clase” (Cox, 1985: 43). Este discurso era capaz de convocar a algún sector del estudiantado, particularmente de las ciencias sociales, pero era ajeno a una gran parte de él. Esta pérdida de realismo político de estos dirigentes los enajenó del conjunto de los estudiantes y llevó a perder la dirección de la FEUC, no solamente en las elecciones de fines de ese año 1968, sino también los siguientes, quedando ella en manos del Movimiento Gremial. La dictadura después reforzará este predominio, que se extenderá hasta 1985.

      Ese discurso más radical es, en ese momento, un fenómeno extendido en la sociedad. En diferentes centros de reflexión sociopolítica, tales como la Escuela de Sociología y el Ceren de la Universidad Católica, el CESO de la Universidad de Chile, el IDEP y muchos otros, se comienzan a imponer los modelos que apelan a las categorías marxistas de análisis (Cox, 1985: 40). El discurso marxista que opone revolución a reforma se generaliza. Es ilustrativo de esto el discurso de la candidatura perdedora en la FEUC: “El Movimiento 11 de Agosto ha optado por encontrar su lugar junto a los explotados en su lucha contra los explotadores; ha optado por entrar a participar junto al proletariado en la construcción de la nueva sociedad socialista, ha optado por sumarse a la lucha de los grupos que hoy gestan la revolución en Chile y América Latina” (Cox, 1985: 44-45).

      El gremialismo triunfante emprenderá una sostenida campaña de ataque a la rectoría y a la labor de centros como el Ceren, acusándolos de utilización política de la universidad. Esto llevará a numerosas escaramuzas, con declaraciones en la prensa, denuncias, etc. En 1970 el rector renuncia, para de inmediato repostularse y ser nuevamente elegido. Se producen choques internos entre autoridades de la Universidad Católica, que llevan a que, en marzo de 1971, el Rector opte por pedir la renuncia general a todos sus colaboradores, entre quienes se incluye Brunner.

      Paralelamente a sus actividades como dirigente estudiantil y luego como parte del staff de la rectoría de la Universidad Católica, en este período la labor intelectual de Brunner tiene además otra expresión. Recién iniciando sus estudios, en 1964 o 1965, le solicitan colaborar como redactor político en el diario La Nación. Comienza con ello la elaboración de escritos de contingencia que involucran un esfuerzo de análisis, en el marco de las condiciones de la labor periodística, que exigen prontitud y claridad expositiva. También escribe adicionalmente en el Diario Ilustrado.

      Por esos mismos años, sus inquietudes sobre la universidad y sobre la transformación social lo llevan a establecer un vínculo intelectual y de amistad con Hernán Larraín (1921-1974), sacerdote jesuita, quien desde 1957 era director de Mensaje, la revista fundada en 1951 por Alberto Hurtado, otro jesuita preocupado

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