Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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con lecturas sobre la realidad del país y debates con interlocutores locales, entre los cuales cita a Lechner y Faletto, de tradiciones muy diferentes: Lechner con afinidades a la Escuela Crítica de Frankfurt y Faletto destacado en el enfoque dependentista.

      Esta es una publicación académica, para público académico. Aunque tiene una orientación subyacente hacia la contingencia política, ella no es elaborada en este texto. No hay tampoco una aplicación a la realidad chilena. Los ejemplos que elige son literarios: de Robert Musil, Saul Bellow, Mario Vargas Llosa. Hay algo de virtuosismo en la escritura, mostrando un suelto manejo de diversidad de fuentes académicas y literarias.

      El carácter y destinatario académico es sello de estos primeros textos. Aunque está produciendo una sociología que sería bien recibida en los circuitos internacionales centrales, son publicaciones que no llegan allá y Brunner tampoco busca hacerlo, en este primer momento. Estos documentos, de hecho, en los primeros años de la dictadura tienen circulación muy restringida. La principal audiencia, por ahora, son los propios colegas de Flacso y el circuito académico cercano.

      La siguiente publicación de Brunner –“Consenso de orden y poder” (1976c)–, un mes después, continúa estos análisis, focalizándose en el problema del “consenso de orden” y su relación con el poder. La publicación reúne este texto con uno de Lechner sobre el concepto de crisis y ambos se vinculan con debates tenidos en torno a un seminario, que realizan los integrantes de Flacso, en el segundo semestre de 1976, sobre los escritos de Gramsci, con la participación de Juan Eduardo García-Huidobro, quien regresaba de Bélgica luego de haber hecho su tesis de doctorado sobre este autor. En este primer período se consolida la incorporación de Gramsci al debate académico político.

      La atención tanto de Brunner como de Lechner está puesta en el problema del orden social en un contexto autoritario: la compleja combinación entre coacción y logro del consentimiento (la hegemonía, en los términos de Gramsci). Dicho en términos llanos, la inquietud es por cómo se las está arreglando la dictadura para mantenerse luego de ya tres años, sin dar todavía visos de debilitarse, como esperaba la gente de izquierda, sino que más bien pareciendo robustecida. Estos científicos sociales están buscando las herramientas interpretativas que les permitan hacer sentido sobre lo que ocurre.

      En su texto, Brunner continúa revisando el enfoque de Parsons sobre el control normativo de la acción y el de Durkheim sobre distribución del trabajo y solidaridad, pero integrando ahora la concepción gramsciana de hegemonía, la cual será decisiva para su construcción teórica futura. Gramsci es un autor que ya Lechner, Moulian y otros habían comenzado a leer luego del golpe o a leerlo con otra mirada interpretativa. El seminario que realizaron ese año 1976 sobre el pensamiento de este autor potenció el interés del grupo de la Flacso en la obra gramsciana.

      En cierta forma, Brunner está reiterando la crítica que en años previos se ha hecho, internacionalmente, a la teoría funcionalista parsoniana, por su a-historicismo y por dejar fuera el poder y el conflicto. Tal crítica ya ha aparecido en autores como Dahrendorf, Gouldner, Lockwood, durante los años 1960. Es una discusión también emprendida por su ex compañero de Oxford José María Maravall, a quien cita varias veces en este texto. Pero Brunner busca ir más allá que esos autores en el camino de clarificación e integración teórica. Para ello se apoya de manera importante en Habermas (Habermas y Luhmann, 1972; Habermas, 1975) y comienza a incorporar a Gramsci.

      El foco central del artículo es mostrar que la integración involucra tanto instancias culturales (estructuras normativas, transmisión cultural, socialización, interacción comunicativa, etc.) como instancias económico-sociales (división del trabajo, clases, intereses materiales, poder). Así, simultáneamente remite a consenso y disenso, integración normativa y conflicto entre fuerzas antagónicas, estabilidad y crisis.

      En Lockwood (1964) y Habermas (1975) se encuentra la distinción entre integración social e integración sistémica, pero una mayor fertilidad interpretativa la proporcionaría el concepto de hegemonía de Gramsci, que provee una dirección para conectar integración, poder e historia.

      La hegemonía tiene la particularidad de traducir un interés de clase en un principio ordenador general de la sociedad y lograr el consentimiento de otros grupos. De tal modo, la integración “expresa, directamente, el momento de la hegemonía en cuanto consenso de orden (por tanto, referencia a estructuras de poder y a estructuras de comunicación que hagan posible el control social de orden)” (Brunner, 1976c: 21). “[La] integración social como momento en la construcción de hegemonía por actores sociales específicos significa siempre la capacidad de ciertos grupos para inculcar en otros un cierto sentido del orden como organización de la vida cotidiana. Desde el punto de vista de los individuos, esto significa apropiarse (y ser expropiados) por una forma particular de orden que así deviene en orden interior expresado como identidad individual. [Un ejemplo sería] la ‘ética protestante’ tal como Weber la introduce en su estudio sobre la formación del capitalismo” (Brunner, 1976c: 23).

      Tal consenso de orden no dice relación primordialmente con el sistema político, sino que posee una proyección mayor como motivación para actuar en conformidad con un orden “que regula desde los actos menores de la vida diaria, a través de los encuentros ocasionales que determinan situaciones de interacción, hasta las formas culturales socialmente validadas por el orden y los aspectos políticos de su organización en cuanto a ejercicio de poder” (Brunner, 1976c: 22). Dicho consenso, por otra parte, no es un consenso racional, aunque incluya procesos de argumentación, y es siempre refutable y alterable.

      Las relaciones de hegemonía no son unidireccionales. “No solo son ejercidas de dominante a dominado, de poseedores a desposeídos. Son, o pueden ser, relaciones conflictivas; formas de expresión, por lo tanto, del orden que existe pero también de las alternativas de orden que pugnan por imponerse como momento de una nueva hegemonía social”. Cabe, entonces, pensar en “pedagogías para la hegemonía en grupos en pugna en torno a sentidos diversos del orden” (Brunner, 1976c: 24, 25).

      En este marco, Brunner retoma su crítica a Goffman, iniciada en su publicación anterior: “El ‘pequeño orden’ que Goffman estudia minuciosamente en sus escritos es […] tan solo una expresión concelebrada del consenso de orden prevaleciente en una sociedad determinada y [, más aún,] del modo como unos grupos determinados reviven ese orden a través de ritos de interacción, encuentros sociales, presentación de sí mismos en público, etc.” (Brunner, 1976c: 27).

      Concluye diciendo que “hay elementos (todavía dispersos) en la perspectiva de análisis que aquí se ha avanzado que debieran permitir un estudio más comprensivo del fenómeno autoritario, sobre todo como sistema de orden con sus propios dispositivos para asegurar una organización coercitiva del cotidiano”. Y se plantea algunas interrogantes, conceptuales y empíricas: “¿Qué significa, en este contexto, sistema de orden por oposición a consenso de orden? ¿Cómo, concretamente, se mantiene un orden sin integración? ¿Cómo opera y se manifiesta la coerción en la organización autoritaria del cotidiano? ¿Cuáles son sus efectos sobre la socialización? ¿Cómo se constituye la matriz social de procesos de comunicación en una situación de esa naturaleza?” (Brunner, 1976c: 30).

      Con un ritmo de producción de una publicación mensual, al mes siguiente aparece otra: De las experiencias de control social (Brunner, 1977b). Es una continuación de la anterior y en la cual procura precisar lo que está envuelto en la experiencia de orden. Considera los límites simbólicos (como los del pudor), que involucran un orden que nos limita. En esa perspectiva, entonces, la experiencia del orden es una experiencia de los límites simbólicos que regulan nuestra acción, comprensión y comunicación. “Orden es la disposición de esos límites […]; una red de clasificaciones entretejidas que demarcan un mapa cognitivo y moral de acuerdo con el cual transitamos, conversamos, definimos situaciones y negociamos sentidos” (Brunner, 1977b: 2).

      Para

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