Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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Ambos son autores británicos cuya obra frecuentó en Inglaterra. Ambos eran profesores, en esa época, en la University College of London. Mary Douglas es una antropóloga formada en Oxford y seguidora de Durkheim, el de Las formas elementales de la vida religiosa.

      Parte central del trabajo es la construcción de una tipología de situaciones de orden y control, lo cual hace cruzando la fortaleza de los sistemas de clasificación (fuertes con límites impermeables vs. débiles con límites permeables) con formas de control (mediante sistema internalizado de límites simbólicos vs. control a través de personas, con influencia directa).

      Aquí comienza Brunner a hacer uso, en sus publicaciones, de las construcciones tipológicas a partir del cruce de ejes, procedimiento al que recurrirá con frecuencia en sus trabajos posteriores. Es un recurso visual, organizador del pensamiento y de la presentación. Como él reconoce (Brunner, 1977b: 21), los tipos ideales, en la práctica, siempre aparecen mezclados, pero son necesarios o, cuando menos, útiles para moverse dentro de los límites del discurso académico en la corriente interpretativa. El uso de tal código clasificatorio genera identidad y reconocimiento –de lo así ordenado y de su autor– y contribuye a la legitimidad y crédito científico.

      Estos cuatro artículos previamente mencionados, con un total de 214 páginas, escritos en seis meses, dan cuenta del ímpetu creador con que Brunner se instala en su nuevo lugar de trabajo. Si ello ocurriera en la actualidad, segunda década del siglo XXI, en Chile, ellos habrían sido considerados artículos con potencialidad ISI y enviados a revistas internacionales, de países centrales del norte. En el espacio institucional y red de producción donde Brunner estaba, eso carecía completamente de importancia. En términos de audiencia, estos textos estaban fundamentalmente dirigidos al círculo cercano, de Flacso y otros centros académicos independientes, y en todas estas obras hay un doble vector, uno hacia la discusión intelectual de la producción internacional, y otro hacia la realidad nacional, hacia el esclarecimiento de la situación de la dictadura.

      Durante el resto del año 1977, Brunner continúa armando su instrumental teórico de observación y análisis. De los siete textos que publica este año, cinco serán de carácter teórico. Este año suma a su análisis, de modo sustantivo, la obra de Foucault, particularmente Vigilar y castigar, libro que aparece originalmente, en Francia, en 1975, siendo traducida al castellano en 1976.

      Son textos abstractos que se despliegan en un espacio de referencias y debates teóricos que los hacen difíciles de aprehender. En ellos está escribiendo para su grupo de referencia académica y para sí mismo. Reconoce estar revisando su propio enfoque, tal como lo había expuesto en “Formación de orden e integración social” (Brunner, 1976a), y menciona los aportes críticos de Faletto, Flisfisch y Lechner (Brunner, 1977c: 21). Al mismo tiempo, sin embargo, estos escritos están siendo pensados con respecto a la realidad chilena, bajo la preocupación por entender la contingencia autoritaria del país, con tres años de una dictadura que se va asentando en lugar de debilitarse como se esperaba en los círculos de oposición.

      En “De la cultura liberal a la sociedad disciplinaria” (1977c), Brunner inicia su incursión foucaultiana. En el texto se pregunta por lo que caracteriza a la cultura en el contexto de una sociedad autoritaria. A ello subyace la pregunta sobre cómo la dictadura está manejando el orden social, en contraste a cómo se hace en una cultura liberal.

      En la concepción liberal de cultura –dice Brunner– hay una apelación a competencias de interacción comunicativa, adquiere relevancia un discurso sobre el ciudadano y sus deberes y la cultura pone contenidos afirmativos como ideales de plenitud y felicidad individuales. Esta cultura, con sus idealidades y promesas, media entre la organización económica, el poder, la facticidad de la vida social, el orden real y los motivos para la acción. Eso es lo que lleva al “consenso de orden”.

      En la concepción autoritaria del Estado y la sociedad, se rompe con esas “pretensiones de orden y felicidad”. “La cultura ya no sirve la función de mediar un consenso de orden, pues el orden deviene en objeto de las estrategias inmediatas del poder” (Brunner, 1977c: 9). El autoritarismo no es un mero fenómeno estatal, sino que constituye un proyecto orgánico de sociedad y, como tal, “cambia radicalmente la función de la cultura, y su relación con el orden que encauza el cotidiano”. Así, el orden autoritario se sostiene “a través del despliegue del poder como formas de disciplina” (Brunner, 1977c: 10), en una multiplicidad reticular de prácticas disciplinantes que se expresan “en la organización de la familia, en las instituciones pedagógicas, en la compleja estructura de las jerarquías y subordinaciones, en los ritos de la interacción social, en las menudas imposiciones del trato y las sutiles dominaciones de la comunicación diaria. De este disímil material es que se aprovechan las disciplinas para encauzar la obediencia y utilidad de los individuos: es en este nivel microsocial donde el poder asegura la efectividad de su imperio […]. Al mismo tiempo, el orden autoritario emergente suprimirá todos aquellos aspectos de la cultura liberal que, de una manera u otra, pueden entorpecer el advenimiento de esa sociedad disciplinaria (Brunner, 1977c: 18).

      Brunner termina este artículo con una proyección investigativa: “Si se desea comprender el funcionamiento del orden autoritario habrá pues que ‘descender’ a ese nivel donde el poder se expresa en una aparente insignificancia, estudiar sus expresiones y desplazamientos, su articulación con la economía y la cultura, su capacidad estructuradora del cotidiano y los ritmos de su transformación” (Brunner, 1977c: 19). Ese será el programa de investigación en que él mismo se embarcará en los años siguientes.

      Paralelamente al trabajo anterior, Brunner junto con Ángel Flisfisch, durante un período de aproximadamente siete meses, elabora otro documento: “Los intelectuales: razón, astucia y fuerza” (1977). Es también una discusión teórica, en este caso sobre los intelectuales. En un inicio, la motivación provino de “problemas muy concretos, que apuntaban hacia las difíciles relaciones que parecen establecerse siempre en los contextos académicos entre el trabajo intelectual y la ‘autoridad’” (Brunner y Flisfisch, 1977: i). En estas reflexiones rondan las preocupaciones sobre el propio rol, como científicos sociales, en momentos en que la relación con el poder es ostensible y cotidiana. Las interrogantes sobre los intelectuales y el uso de sus conocimientos guiaron, durante estos años, reflexiones y publicaciones no solo de Brunner, sino también, de Moulian, como ya vimos, y de otros. En tal temática, sin embargo, este es un ensayo todavía muy preliminar.

      Los autores dicen que su fin es abordar las “ideologías sobre los intelectuales”, refiriéndose con ello a los “modos en que los intelectuales se conciben a sí mismos” (Brunner y Flisfisch, 1977: 1)96. Precisan que su reflexión partió de una situación particular, la del “intelectual que se ve a sí mismo como un marginal que asume conscientemente su marginalidad”. Esto les hace plantear preguntas sobre las peculiaridades del “ser social” que determina esa conciencia, lo cual remite a las relaciones entre sus producciones intelectuales y la sociedad que habitan. Eso los lleva a distinguir entre un intelectual reflexivo-opositor, en una dinámica de contradicción con la sociedad, y un intelectual como custodio de un saber superior en progreso acumulativo, en armonía, sin rupturas o discontinuidades, con la sociedad o mundo. Ellos corresponderían a grupos de intelectuales en posiciones diferentes (Brunner y Flisfisch, 1977: 1-8).

      La dinámica fundamental en que se mueve el intelectual, y que lo define –dicen ellos–, es la del debate; es un especialista en la materia. Sus restantes actividades –lectura, investigación, escritura, conversación, etc.– están referidas, habitualmente, explícita o implícitamente, a un debate. El discurso intelectual procura separar la lógica del debate de otras dos dinámicas que se le contraponen: las de la astucia y de la fuerza. En el debate se procura el convencimiento del otro, es el reino de la razón; la astucia o juego es el reino del cálculo estratégico; en la lucha se busca someter, eliminar o expulsar al oponente, es el reino de la fuerza. Son tres tipos de dinámica y de conflicto. Pese a ello, de una u otra forma,

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