Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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de tal enfoque y que Brunner –según declara– se proponía complementar, en futuros trabajos, con la perspectiva de Gramsci.

      El punto de partida es que “para el marxismo no hay probablemente otra cuestión que dé lugar a tanta confusión y polémicas como lo es la cuestión de la conciencia de clase” (Brunner, 1980n: 1). En el marxismo inicial, hay una oscilación entre asumir clase y conciencia, con carácter ontológico y definidas abstractamente en cuanto realidades transhistóricas, y entenderlas con una existencia empírica, histórica. Con frecuencia, en estos primeros análisis, la lucha de clases parece ocurrir entre esas clases “puras, abstractas”, lógicas, pero ontologizadas. Se requería, así, una reconexión con la clase y conciencia empíricas.

      El problema es precisado por Lukács, quien aporta una línea de solución con grandes repercusiones prácticas. El ser de la clase (obrera), determinada por su posición en la relación de producción, con su subordinación al capital, conlleva una conciencia de clase verdadera, consciente de su situación y de la necesidad de su liberación. Tal conciencia, sin embargo, es atribuida o imputada; es una posibilidad objetiva. Es una conciencia que percibe los objetivos finales, de largo plazo, que da cuenta de la totalidad social. La conciencia empírica o psicológica, por su parte, está sometida a determinantes históricos y se orienta a intereses momentáneos. Es el tipo de conciencia que conduce habitualmente a una orientación sindicalista, de reivindicaciones puntuales. Lukács es quien precisa el papel interconector del partido y sustenta, de tal modo, los planteamientos de Lenin. El partido es el medio que conecta la lectura del momento histórico y, por ende, la conciencia psicológica o empírica de clase con la visión del conjunto de la sociedad y con el tiempo largo; es decir, conecta con la ontología social, con la clase “objetiva” y con esa conciencia “verdadera” o atribuida. El partido es la entidad social que puede transportar e importar tal conciencia al proletariado.

      El partido, a través de la teoría marxista, logra esa visión racional, totalizante, accede a esa captación del ser efectivo de las cosas, prefigura esa “conciencia verdadera”, y la lleva a la clase trabajadora, permitiéndole a esta superar su visión de corto plazo, meramente reivindicacionista. El partido, de tal modo, se convierte en portador de la teoría y de la racionalidad finalista de la clase (Brunner, 1980n: 25). Sobre esa base, puede asumir el rol de dirigir a esa clase y educar su conciencia. Se tiene así un fundamento ontológico del centralismo y disciplina del partido. Por su parte, otras clases (como las capas medias) no cuentan con el equivalente de la conciencia atribuida del proletariado. El supuesto teórico al respecto es que solo desde ciertas posiciones en el proceso de producción puede una clase tener conciencia de la totalidad y asumir una perspectiva de transformación de la sociedad entera (Brunner, 1980n: 24). Más allá de tal afirmación, este enfoque no agrega más: hay un vacío teórico respecto a la conciencia de otras clases.

      Brunner cuestiona, sin extenderse, esta ontologización del ser de la clase, basada en una construcción teórica, que lleva a concebir la conciencia de clase como una derivación de ese ser y que le asigna al partido la propiedad y transporte de su conocimiento “verdadero”, con lo cual se constituye como intelectual colectivo, enunciador de la conciencia de clase y capaz de realizar un socialismo científico que supera el empirismo y el utopismo.

      El recorrido de Brunner en esta materia muestra las insuficiencias de este pensamiento marxista con su reificación de planteamientos teóricos, supuestos de conocimiento verdadero, y consagración de una vanguardia iluminista. Podemos ver que tiene similitudes con los planteamientos que hace, por esta época, Moulian. Seguramente que este tema fue materia de conversaciones y discusiones entre ellos y otros integrantes de la Flacso, como Lechner. Moulian, en todo caso, lleva las reflexiones hacia la discusión sobre el marxismo y los partidos de izquierda en Chile. Brunner, por su parte, está elaborando una formulación teórica sobre cultura, poder, orden y comportamientos cotidianos.

      Paralelamente a los trabajos de carácter exclusivamente teórico, comienza Brunner sus indagaciones específicas sobre la educación, las cuales producirán variedad de publicaciones durante los próximos años. En una obra de 1977 –“Educación y cultura en una sociedad disciplinaria”– hace un análisis sobre la educación bajo la dictadura y, conjuntamente, “ofrece un esquema teórico de interpretación que en tal sentido aspira […] a un grado relativo de generalización” (Brunner, 1977e: 5).

      Comienza analizando los enfoques prevalecientes sobre la relación entre educación y desarrollo, particularmente el enfoque funcionalista y el modelo de capital humano. Ellos habían sustentado la noción “de sentido común entre muy diversos grupos e instituciones del continente […] que la educación podía ser una importante palanca para promover la modernización de nuestras sociedades y ampliar o fortalecer procedimientos democráticos de gobierno” (Brunner, 1977e: 3). “Ese relativo consenso que existió durante la década del 60 […] fue sin embargo efímero”. Cambiaron los enfoques teóricos y cambió la situación en el continente. Para exponer tal cambio analiza el caso chileno durante el régimen militar.

      Primero, muestra la expansión del control administrativo de la cultura y la educación, que busca la depuración ideológica y elimina el pluralismo. Para sustentar tal descripción proporciona numerosos ejemplos de documentos, circulares, reglamentaciones y bandos, en que se manifiestan medidas de tal tipo. Segundo, explica que detrás de esto hay procesos de fondo que afectan a la cultura y educación. Brunner los sintetiza en dos tesis, que luego explica y fundamenta en el resto del artículo.

      Primera tesis: “El paso de un régimen político abierto –con presencia por lo tanto de un grado relativamente alto y sostenido de conflicto social y político institucionalizado en términos de la creación, mantención y transformación de un consenso de orden que permita reproducir la integración de la sociedad nacional– a un régimen político cerrado, donde ese orden es impuesto por virtud de mecanismos de control y disciplinamiento de la sociedad, produce un cambio radical en la función que desempeña la cultura en esa sociedad” (Brunner, 1977e: 13).

      Se trata del relato sobre el paso a la sociedad disciplinaria, que ha estado elaborando en sus trabajos previos. En el régimen político abierto, la cultura es el ámbito de expresión de sus conflictos. Es en la cultura y por medio de ella que clases y grupos logran establecer su hegemonía sobre el conjunto de la sociedad. En un régimen político cerrado, en cambio, “el predominio ejercido por ciertas clases y grupos se funda […] en su capacidad de control del todo social a través de su disciplinamiento, sometiéndolo para ello a una política de Estado”. El Estado “invade la sociedad […] a través de una vasta, compleja y apretada red de disciplinas que controla –hasta el nivel más microscópico– la actividad de los individuos, de los grupos, instituciones, etc.”. Por tanto, “lo que caracteriza a un régimen autoritario es justamente esto: que el orden es obtenido no por un consenso expresado a través de una hegemonía cultural, sino que lo es por medio de una envolvente operación de poder”. Así, “la cultura es arrancada en buena medida de la esfera pública, y experimenta con ello una transformación mucho más honda que aquella que le viene impuesta por los controles administrativos a que se le sujeta” (Brunner, 1977e: 14, 15).

      La segunda tesis es que, paralelamente, “la educación cambia también su función social: básicamente le corresponde cumplir con el papel de socializar en un mundo disciplinario a las nuevas generaciones; a la vez debe validar en términos de capacidades y talentos la desigualdad social que se genera por las posiciones diferentes que las familias y los individuos ocupan en la economía y la sociedad” (Brunner, 1977e: 18).

      Por una parte, entonces, la educación socializa para el logro de “máxima obediencia y máxima utilidad”, para lo cual “le basta adaptarse a las formas que adquiere la comunicación social en un régimen político cerrado”. Por otra parte, la mercantilización de la educación oculta las relaciones de desigual distribución del capital humano, cultural y económico preexistente y las reproduce.

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