Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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–que hace diez años se promovía en América Latina como un factor potencial de cambio social, modernización de las sociedades y de su democratización– hoy se encuentra afectada por un profundo cambio en la función que la cultura cumple dentro de regímenes políticos determinados. En esta nueva situación, el sistema educacional asume también otro papel: debe valorizar la educación como mercancía, sirviendo de esta manera a la reproducción del capital cultural, al mismo tiempo que recrea las condiciones de un orden que se expresa a través del movimiento de disciplinamiento total de la sociedad” (Brunner, 1977e: 30).

      Este texto, junto con marcar el inicio de los estudios sociológicos de Brunner sobre la educación en la dictadura, es también el primer texto suyo publicado fuera del país. Con el título “La miseria de la educación y la cultura en una sociedad disciplinaria” aparece, en el mismo año 1977, en la revista venezolana Nueva Sociedad, en la cual seguirá publicando en los años venideros. Nueva Sociedad es una revista política fundada en 1976 en Costa Rica, como proyecto de la Fundación Friedrich Ebert, y desde 1976 radicada en Venezuela. Esta revista, “con los años llegó a convertirse en una de las referencias más estables de las ciencias sociales latinoamericanas” (Aranguren, 2010: 7). Entre 1976 y 1992, estuvo muy centralmente orientada a la izquierda que luchaba con las dictaduras de la región y que buscaba, luego, la consolidación democrática.

      En términos de cantidad de publicaciones, la productividad de Brunner en 1978 es inusualmente reducida. En los 10 años siguientes publicará un promedio de 15,4 textos por año. No obstante, en 1978 publica solo uno de carácter académico: “Apuntes sobre la figura cultural del pobre” (1978a). El tópico podría parecer que se aparta de los que venía trabajando, pero esto no es del todo así. Su objeto es la pobreza como “hecho cultural”, en su constitución discursiva. Es una indagación profundamente foucaultiana. Ahora, sin embargo, ya no es solo el Foucault de Vigilar y castigar, sino también el de Historia de la locura (1976 [1964]), de la Arqueología del saber (1970 [1969]), de El nacimiento de la clínica (1973 [1963]) y de la recientemente publicada Historia de la sexualidad: La voluntad de saber (1977 [1976])100.

      Es un texto de 99 páginas, escrito en diálogo con Foucault, pero también con Marx, revisando extensamente la obra de Braudel, Capitalism and Material Life, 1400-1800, obras de Hobsbawn y diversos otros autores que aportan al estudio de la pobreza.

      Constituye otro original trabajo de Brunner que, de manera ambiciosa, se plantea una indagación histórica, en una perspectiva amplia, que cruza Europa, EE.UU. y América Latina, sobre la configuración discursiva de la pobreza. En cierta forma, anticipa lo que será la perspectiva del Análisis de Discurso Crítico, de los años 1990, pero incluso con mayor complejidad y riqueza analítica que muchos de los trabajos que usarán tal aproximación.

      Contiene una construcción teórica sugerente y bien elaborada, aunque parte de ella debe leerse en largas notas al final del texto. Denotando su carácter de obra en proceso la llama “apuntes” y además especifica que es la “parte I”, aunque no llegó a existir la proyectada “parte II”. De hecho, el texto no incluye conclusiones y el término ocurre de modo abrupto. La enorme amplitud del objeto de estudio cabe pensar que dificultó la empresa. Por otra parte, sus objetos más habituales de indagación volverán a retener su atención y esta particular línea de investigación no la continuará. La elaboración teórica, sin embargo, seguramente le fue de provecho para clarificar su pensamiento. Así como textos anteriores representaron su confrontación con Goffman, este lo es con Foucault. En especial, le cuestiona asumir el discurso como un hecho meramente discursivo, inmanente a la práctica que lo produce. A ello, Brunner le contrapone abordar el discurso como resultado de prácticas discursivas al interior de una organización de la cultura (plano 1), situadas en un campo de relaciones de fuerza (plano 2), que a su vez expresan grandes movimientos estratégicos de esa organización cultural. Así, a través de esas prácticas discursivas, la sociedad produce y reproduce su orden social, sobre la base de unas relaciones de producción de la vida material de sus miembros (Brunner, 1978a: 86)101.

      Cuánto de este planteamiento efectivamente difiera o no del de Foucault, tal como aparece desplegado, por ejemplo, en los Dits et Ecrits, que contienen el conjunto de la obra de este autor, probablemente no tenga mayor importancia. Lo importante es que Brunner logra una interpretación personal y coherente, que se apropia de las elaboraciones de Foucault, adaptándolas y, en algún grado alterándolas, haciéndolas adecuadas para los fines propios.

      El argumento de Brunner, pues, es que la figura de la pobreza y del pobre se constituye como acontecimiento en el plano del discurso, “donde ciertas relaciones de poder y de saber se organizan y expresan a través de esa figura, que a su vez cumple unas ciertas funciones en la economía del orden de una sociedad” (Brunner, 1978a: 83). De este modo, en tal discurso, poder, sentido y orden se combinan. Discernibles en un segundo plano, diversas fuerzas, combinaciones de poder-saber, delimitan y demarcan esa figura: acciones legales, médicas, asistenciales, jurídicas, policiales, de difusión masiva. Estas, a su vez, históricamente adquieren configuraciones particulares, de carácter táctico o estratégico.

      Entre estas configuraciones, o movimientos configuradores que han moldeado de una u otra forma la figura del pobre, alcanzando efectividad productiva (o performativa, como diríamos ahora), Brunner distingue cuatro: (1) La configuración de la pobreza como marginal a la sociedad, tal como la ha constituido la Desal en América Latina, derivándose de ello, por tanto, la tarea de re-inclusión de los pobres (o de mantenerlos a distancia). (2) La pobreza configurada como conducta individual desviada, peligrosa, constituyendo el desorden dentro del orden, frente a la cual se plantean acciones que pueden ser policiales o de re-socialización; en este último caso, el pobre es asumido como objeto de acción correctiva, preventiva o pedagógica. (3) La pobreza configurada como un tipo de carencia que constituye un problema objeto de políticas públicas (prácticas económicas, educacionales, judiciales, etc.). Esto involucra establecer relaciones asistenciales, ofreciéndoles algún tipo de ayuda concordante con cómo se definan las carencias de base que son problemáticas. (4) La pobreza como una particular cultura, como conjunto de orientaciones cognitivas, valóricas y de acción que impiden mejorar las propias condiciones de vida. Esta constituye una pobreza subjetivizada frente a la cual no basta la ayuda material y que es resistente al cambio.

      La constitución de tales configuraciones es abordada empíricamente, por Brunner, en referencia a la historia de la pobreza en Europa y algo en EE.UU. y América Latina. Las referencias europeas son principalmente a Inglaterra, con abundantes citas de Marx, Engels, Hobsbawn y otros, sobre el período temprano del capitalismo. En el caso de América Latina, Brunner aborda especialmente el enfoque de la marginalidad de Desal, del cual Vekemans es la figura más destacada.

      En enero de 1979 aparece publicado en Análisis, revista de izquierda, el artículo “Si solo ayer éramos dioses”, de Eugenio Tironi (1951-), joven dirigente del MAPU Garretón, que venía llegando al país después de tres años en el extranjero (octubre 1975-diciembre 1978), donde había estado dedicado a actividades políticas, aunque no exiliado102. El texto de Tironi, de breves siete páginas, tematizaba un cierto clima emocional y subjetivo de sectores de izquierda. Expresaba, en particular, los sentimientos de frustración de quienes, durante la Unidad Popular, habían experimentado sentimientos de “omnipotencia”:

      “Fuimos dioses desde siempre […]. El mundo lo sentíamos en nuestras manos. Vivíamos cual protagonistas de una historia propia”. Hacia fines de los años 60, “nuestra generación sale a la palestra. No entramos pidiendo permiso: éramos los dueños del país. […] Si nos resultaba discutible el planteo de un profesor, lo interrumpíamos sin más y le rebatíamos; […] nos tomábamos las universidades, los liceos y hasta los colegios particulares si la educación nos parecía reaccionaria; si la antes sagrada jerarquía de la Iglesia Católica nos resultaba ajena, nos tomábamos la Catedral

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