Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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siglo XX, comparte su dirección de la sociedad con otras fuerzas sociales a través del compromiso elaborado en el Estado, desarrolla conjuntamente una particular forma cultural. Esta constituye una “cultura de compromiso”, con un núcleo orientado políticamente y una “ideología distribucionista”. Esta es una lógica que “invade todas las esferas de la sociedad, todas las instituciones sociales, y, muy importantemente, la propia organización de la cultura” (Brunner, 1979c: 6, 7). El Estado, de tal modo, no es un típico organismo de racionalización (instrumental). Esta cultura de compromiso entra en crisis en el período 1970-1973. La creatividad reivindicativa desborda los mecanismos de respuesta a todo nivel. Se descompone la cultura de compromiso. Se desata un permanente enfrentamiento, degradándose los procesos de relación social. “El Estado mismo se vio impedido, en esas circunstancias, de continuar cumpliendo su rol fundamental en la construcción de los procesos de acumulación y comunicación […]”. Esto lleva a la crisis de todo un sistema de identidad nacional “que se fundaba en la integración social de la creatividad reivindicativa y en su eficacia como mecanismo de auto-formación de la sociedad” (Brunner, 1979c: 9, 10).

      Brunner va aún más allá y sostiene que la crisis experimentada por la sociedad chilena en ese período 1970-1973 más que ser un mero fenómeno político o, más en particular, un producto de la insuficiencia en la dirección del gobierno de la Unidad Popular –lo cual hemos visto es afirmado por Moulian–, o un desajuste entre los procesos de democratización y de transformación de la economía capitalista, como afirman otros, es resultado de un problema más profundo. Es resultado de una crisis que “afectó el centro vital de la sociedad: su modo histórico de producción de sí misma” (Brunner, 1979c: 10).

      La revolución capitalista autoritaria inaugurada con el golpe militar hace eso: rompe con el modelo de la cultura de compromiso, de conducción negociada de los procesos de acumulación y comunicación por medio de la intervención del Estado. Reorganiza los procesos de acumulación y creación sobre la base del disciplinamiento de la sociedad y reorienta los procesos de autoformación de la sociedad. El lugar central en la organización de la cultura, que hasta 1973 lo asumía la experiencia de creatividad reivindicativa ahora lo asume la experiencia disciplinaria.

      En tal experiencia disciplinaria, Brunner destaca tres ejes: (1) La experiencia de atomización, de enfrentamiento individual a exigencias de subordinación y pasividad política. (2) La experiencia de supeditación a estrictas estructuraciones jerárquicas de las relaciones sociales. (3) La experiencia de acceso diferencial al mercado, que opera como un mecanismo aparentemente natural y neutral para administrar la desigualdad.

      En gran medida, este modelo de organización cultural disciplinaria opera por medios de comunicación extralingüísticos, que no apelan a una argumentación persuasiva, que permita confrontación de argumentos y justificaciones, y las argumentaciones que hay son de poco espesor. Esto es lo que caracteriza la represión, la operación del mercado y la rígida imposición normativa de los que se vale el régimen. La configuración ideológico persuasiva es, en contraste, notoriamente reducida. Por otra parte, los mecanismos disciplinarios son externos al individuo. Se disocia el comportamiento del convencimiento; muchos comportamientos son meras respuestas adaptativas mientras los individuos que los efectúan preservan creencias y valoraciones acordes con pautas de acción diferentes. Esto genera un riesgo de vulnerabilidad para el orden autoritario (Brunner, 1979c: 23).

      En una siguiente publicación, “La concepción autoritaria del mundo” (1979e), Brunner sigue desarrollando el análisis de esa nueva organización de la cultura en Chile, que aquí denomina “concepción autoritaria del mundo”. Este es un documento que envía a la Revista Mexicana de Sociología, medio académico prestigioso en América Latina y de amplia difusión, donde será publicado en julio del año siguiente. Cumple en él un objetivo de reflexión y difusión respecto a la situación chilena. Si bien la presentación teórica está reducida al mínimo, el texto busca hacer afirmaciones de carácter general. Va, así, desde afirmaciones más abstractas sobre hegemonía, configuración de consenso de orden y conformidad, hasta el análisis de las transformaciones que ha ido introduciendo el régimen militar. Sin circunloquios teóricos ni metodológicos, Brunner articula un análisis sobre lo que está pasando en Chile, organizándolo teóricamente y desplegando abundancia de referencias empíricas que operan como evidencias para su argumentación. Es un relato convincente y muy bien construido, si bien con cierta densidad.

      Una nueva organización de la cultura, como la que está emergiendo en Chile en este período, dice Brunner (1979e: 1), incluye esquemas comunes de interpretación del mundo, un orden intelectual y moral; provee metas culturales; encauza la creatividad del bloque en el poder para intervenir en la sociedad y mantener la dirección del proceso de acumulación. En esta concepción, la cultura aparece vinculada “estructuralmente” a las clases sociales, a los procesos de poder, y al entramado organizacional e institucional que le da forma y la hace circular. Ella da vida a un consenso de orden.

      La reorganización cultural en Chile ha requerido, en su primera fase, la negociación del sentido del orden al interior del propio núcleo de conducción –burguesía y Fuerzas Armadas–. Entre las fracciones de la burguesía que antes compartían lugar bajo el Estado de compromiso, ahora se ha impuesto el sector financiero-industrial por sobre el ala terrateniente, encabezando la conducción político económica del proceso de transformación. La burguesía ha apoyado la política represiva, justificándola en términos de defensa del orden, bajo una ideología de seguridad nacional que sostiene una lógica de “guerra no convencional”, con uso del poder represivo. Las declaraciones oficiales y la prensa han difundido ampliamente este discurso. Por otra parte, crecientemente se ha expandido, en este núcleo, la conciencia de la necesidad de aprovechar las circunstancias para consolidar el proceso de acumulación sobre nuevas bases.

      La ideología de seguridad nacional ha ido pasando a segundo lugar y desapareciendo de escena a medida que se ha ido propagando y tomando lugar dominante la lógica e ideología de mercado. La aceptación gradual del primado del mercado libre de toda intervención del Estado requirió lograr el convencimiento dentro de la propia burguesía, acostumbrada a la protección estatal. El mercado, en su presentación ideológica, aparece poseyendo una serie de atributos: (1) Es un mecanismo de decisión eficiente y neutro vs. el sistema deliberativo democrático, conflictivo y lento, proclive a ser manejado por los intereses de los partidos. (2) Es un mecanismo asignador de recursos que opera automáticamente, libre de las arbitrariedades e ineficiencias de los funcionarios burocráticos del Estado. Es un procedimiento objetivo y universalista. (3) Permite a todos los individuos expresar libremente sus preferencias en el mercado.

      En la medida que los individuos incrementan su vinculación con el mercado, en términos de inversión monetaria y emocional, esto opera, en cierto grado, como sustituto (ilusorio) de otras formas de conexión societal. El mercado crea un pseudo espacio público, donde rige la democracia del consumo. Es un espacio sin Estado, sin debate, sin demandas sociales, sin conflicto, que sustrae a los individuos de la participación política. El poder fáctico del mercado se difunde en las prácticas y en las conciencias. “La ideología del mercado constituye el esfuerzo más sistemático de la nueva concepción autoritaria del mundo por definir un planteamiento de desarrollo capitalista para Chile en las actuales circunstancias” (Brunner, 1979e: 36; 1980b [1979e]: 1025).

      En contraste, la intelectualidad orgánica del nuevo núcleo de conducción de clase es poco densa culturalmente. Las apelaciones más significativas, en este terreno, han sido a la ciencia y técnica, que proporcionarían una “racionalidad más alta que el veredicto popular”, lo cual conduce a una visión tecnocrática del mundo (1980b [1979e]: 1023). Por otro lado, el contenido católico tradicionalista, que incide en los primeros años de la dictadura, se ha diluido. Aportó un cierto lenguaje a la retórica oficial y una particular sensibilidad trascendentalista y estamentalista, pero solo significó un aporte suplementario, no central.

      De este modo, la concepción autoritaria con tal configuración es el “nuevo mapa cultural a través del cual

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