Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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que es más bien limitado, sino que principalmente por su capacidad de materializarse en prácticas e instituciones y en la vida cotidiana.

      En este artículo hay un uso abundante de referencias empíricas al discurso circulante en el país. Este comparece en el texto a través de muchas citas a la página editorial de El Mercurio y a otras secciones de este diario (más de 30). También hay abundantes citas a lo que dicen autoridades de gobierno, a través de diferentes medios. Vías indirectas que emplea son, por ejemplo, los casos de empresarios, esforzados y exitosos, estudiados por el sociólogo Pablo Huneeus (1979) en su libro Nuestra mentalidad económica, que expresan la valoración del espíritu de empresa, concordante con las nuevas orientaciones culturales.

      En “La estructuración autoritaria del espacio creativo” (1979h), Brunner agrega nuevos elementos a su análisis de la organización cultural del autoritarismo. Insiste desde el inicio en la relación de hegemonía, en la relación entre poder y cultura: “Toda clase social o grupo social que llega al poder, que se vuelve bloque dirigente a través del Estado, formula un modelo cultural. Expresa su predominio, por tanto, como influencia en el campo de la creatividad social […]. Busca transmitir y socializar una concepción del mundo, difundir un orden intelectual y moral, establecer el significado de las cosas y los sucesos, inspirar conformismo y el asentimiento de los gobernados, movilizar las constelaciones simbólicas de la nación, […] definir el derecho, orientar el consumo de signos, en suma, canalizar las infinitas relaciones de comunicación que es la materia cotidiana de que está hecha una sociedad” (Brunner, 1979h: 1).

      Por lo anterior, “la lucha por la cultura representa la expresión más compleja de la política”. La lucha política orienta el proceso creativo que da forma al modelo cultural predominante. “Desde un punto de vista marxista, probablemente nadie ha contribuido tanto como Gramsci para precisar esta perspectiva política de la lucha cultural” (Brunner, 1979h: 3).

      Brunner postula que el modelo cultural del autoritarismo en Chile ha venido realizándose a través de cuatro grandes conjuntos de políticas:

      (1) Políticas de exclusión de los agentes disidentes. Esto involucra prácticas de eliminación, encarcelamiento, destierro, cierre de centros, exoneración, que eliminan formas de participación existentes en el pasado y, además, prohibición de actividades, censura previa, exclusión jurídica, que operan hacia futuro. Todo esto significa excluir del “espacio creativo” a clases y grupos sociales subalternos, y dificultar su organización cultural, impidiendo, así, la autodeterminación de individuos y colectivos.

      (2) Políticas de control con el fin de clausurar el espacio público. Este es, dice Brunner, un fenómeno clave para entender la organización autoritaria de la cultura, dado que la formación del espacio público está “íntimamente ligada con la emergencia de la política como actividad social encaminada a legitimar el poder mediante el consenso” (Brunner, 1979h: 10). Esto obstaculiza que las clases subalternas recojan y elaboren su experiencia colectiva para volverla comunicable y usarla para desarrollar concepciones alternativas. La esfera pública es una condición de necesidad para el desarrollo democrático y la búsqueda de hegemonías alternativas. Puede asumirse que Brunner concibe su trabajo en la perspectiva de contribuir a este esfuerzo por desarrollar una hegemonía alternativa sustentada en las clases subalternas.

      (3) Políticas de regulación por medio del mercado. “Clausurado el espacio público como espacio de representación comunicativa de la sociedad, el mercado viene a ocupar […] el lugar central como mecanismo de coordinación de los intercambios entre individuos” (Brunner, 1979h: 17). Esta supeditación de la creatividad social al mercado sustrae materias, como la educación y la salud, de la regulación política. Deja que sean reguladas por el mercado en lugar de que su regulación dependa de una comunicación abierta a la discusión, el conflicto y las demandas sociales. En el mercado solo rigen las demandas monetarias. El mercado sitúa la creatividad social al nivel del consumo; la sociedad pierde capacidad de actuación sobre sí misma. De esta manera, “su proceso de autoformación ha sido enajenado en beneficio de su clase dominante” (Brunner, 1979h: 20).

      (4) Políticas de producción ideológico-cultural. Bajo el régimen autoritario se reorganiza esta producción de un modo que conduce a la concentración monopólica de la infraestructura material de tal proceso; se concentra la propiedad o control de diarios, semanarios, radios y televisión. Por otra parte, la intelectualidad adscrita al bloque autoritario, revela incapacidad para desarrollar influencia hegemónica. No emerge ningún movimiento ideológico o cultural significativo, salvo las concepciones en torno al mercado (una ideología del mercado).

      Pese a esa relación de poder que configura la vida cotidiana, esta aparece bajo la ilusión de estar sujeta exclusivamente a las determinaciones de los individuos. Por otra parte, en concordancia con la tradición etnometodológica, Brunner sostiene que “el orden se reproduce, concretamente, a través de la actividad concreta de cada hombre. Es decir, el hombre reproduce el orden actuándolo: como ocupante de [posiciones diversas: marido, alumno, trabajador, etc.]”. En todos los momentos de la vida cotidiana, la cultura está presente como interioridad que existe en su actividad práctica, lingüística, etc. También “la conciencia es […] una producción práctica determinada por el ser cotidiano” (Brunner, 1979h: 2, 3).

      Brunner sigue elaborando sus ideas sobre el régimen autoritario en “Ideología, legitimación y disciplinamiento en la sociedad autoritaria” (1980k). Particularmente discute con respecto a nociones de ideología de autores que la conciben en cuanto contenidos discursivos específicos. Así, por ejemplo, para Garretón (1978) el “contenido” central de la ideología de la dictadura chilena sería la doctrina de seguridad nacional. El Estado autoritario, entonces, actuaría mediante represión e ideología. No obstante, según el análisis de Brunner, es muy discutible que tal concepción de seguridad nacional haya pasado a formar parte de la conciencia social y que legitime el orden autoritario. Del mismo modo, dice Brunner (1980k: 4), los estudios sobre el autoritarismo latinoamericano “son débiles en el abordamiento de la ideología autoritaria. De allí que el énfasis se ponga, reiteradamente, en la eficacia de la represión. El estudio de la ideología tiende entonces a ser sustituido por una sociología del miedo”. En lugar de esa noción de ideología como contenidos, Brunner sostiene que lo ideológico se refiere a la continua producción de sentidos que tiene lugar en una sociedad mirada desde el punto de vista de las luchas de poder o, en sus términos, “desde el punto de vista de las situaciones estratégicas que resultan de una distribución (constantemente disputada) del poder” (Brunner, 1980k: 6).

      En esa perspectiva, lo que adquiere centralidad, entonces, es la organización de la cultura que “se refiere a las condiciones sociales de producción, circulación y consumo (o reconocimiento) de esos sentidos. Ella expresa, con relativa permanencia, la distribución del poder y la conformación del Estado existente en una sociedad dada y ‘organiza’, […] lo que Verón (1978) denomina la ‘semiosis’ de la sociedad, esto es, su constante producción de sentidos. Apelando a otra terminología, se dirá que ella ‘organiza’ la dimensión comunicativa de la sociedad, es decir, aquella que se forma a partir de prácticas o interacciones situadas (situadas en cuanto ubicadas en situaciones estratégicas) que a su vez es el terreno donde molecularmente tiene lugar la producción de sentidos” (Brunner, 1980k: 6).

      La organización de la cultura, en la interpretación de Brunner, media entre las clases y la distribución del poder entre ellas, con sus derivaciones en la conformación del Estado y la producción de sentidos que se manifiesta en las interacciones situadas.

      Su análisis lleva a nuestro autor a argumentar que en la organización autoritaria de la cultura lo relevante no es la ideología, sino los mecanismos disciplinarios, dentro de los cuales el mercado es fundamental. Las disciplinas operan privadamente, atomizadamente, capilarmente, y su acción tiende a pasar desapercibida. Apelan a la desigualdad

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