Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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convertida en utopía, y contra su uso instrumental como herramienta de control.

      Así como Brunner cuestiona la razón convertida en utopía racional, que persevera obstinadamente en su verdad, también cuestiona la concepción crítica que encarna la razón en el partido como portador de la conciencia de clase, vanguardia organizada y anticipatoria de la autonomía de la clase dominada. “El partido como razón ya alcanzada reproduce […] la idea de la razón constituida al margen de la historia […]. [Representa] la idea de la razón que, habiéndose constituido histórica y socialmente, ha logrado cristalizar un código de verdades que, a su vez, habrían trascendido todo lugar y todo tiempo, restando solo aplicarlas a la situación concreta” (1977d: 33)99. La proposición de Brunner es que “las relaciones entre razón y orden no pueden ser aprehendidas al margen de su propio modo de producirse en una sociedad específica” (Brunner, 1977d: 19). La razón es entendible históricamente, como proyecto y producto socialmente situado. El camino privilegiado por él, entonces, es la interacción comunicativa en las luchas por la hegemonía. “El principio constitutivo de una razón crítica con garantía y fundamento políticos debe encontrarse partiendo del extremo opuesto de la razón instituida filosóficamente. Es decir, del análisis de la historia de la sociedad civil, dentro de la cual las clases y grupos subalternos tienen una historia disgregada y discontinua […]” (38). En ese marco, “la política no puede concebirse meramente como acción instrumental orientada hacia el poder, sino que ha de representar aquella dimensión específica de toda actividad social en que se ponen en juego los sentidos de orden a través de los cuales se busca articular una hegemonía o sustituir la existente”. En esta perspectiva, el partido representa “un mecanismo para ampliar la comunicación intersubjetiva de sentidos que se comparten, para debatirlos, para elaborarlos y reforzarlos recíprocamente a través de la capacidad de integrar a cada vez más individuos y grupos en un consenso que manifiesta la dirección del desarrollo de la sociedad” (Brunner, 1977d: 34, 35).

      Un consenso de orden logrado a través de una hegemonía de sentidos permite “‘convertir’ y ‘reducir’ al máximo el momento de fuerza o coacción que forma parte de todo proceso de integración en una sociedad dividida en clases antagónicas” (Brunner, 1977d: 37).

      El proceso por el cual las clases y grupos subalternos unifican una concepción propia y coherente de mundo, haciendo valer una alternativa propia del orden en la lucha entre hegemonías, es lo que puede, al mismo tiempo, asegurar el surgimiento de una alternativa nacional-popular. Este tránsito está marcado por el logro de la “comunicabilidad de sentidos de orden alternativo” (Brunner, 1977d: 38).

      Brunner rechaza, en cambio, “la tesis de que [el tránsito desde un orden vigente a un nuevo consenso de orden] estaría definido pura y simplemente, o aun preponderantemente, por las relaciones de fuerza que se establecen entre los grupos y las clases en pugna. Esta última visión solo puede acoger en su campo visual una definición reduccionista de la política, entendida como disputa por el poder organizado en los aparatos del Estado”. Contrariamente, esa deliberación ampliada de las clases o grupos subalternos es un proceso que va más allá de la dimensión política y que ocurre en las conciencias, en las instituciones de cualquier tipo y en el terreno de la cotidianeidad, “que es donde finalmente se resuelve el sentido de un orden” (Brunner, 1977d: 39). Esto, propugnado por Brunner, conlleva una aproximación democrática de la confrontación política, que trasciende la institucionalidad política e involucra un amplio debate entre racionalidades y orientaciones contrapuestas sobre las formas de vida colectiva. Involucra la existencia de “una arena donde ningún argumento pueda ser suprimido y donde todos los sentidos contradictorios de orden que conviven en la sociedad puedan enfrentarse, negociarse y negarse, hasta que se establezca un consenso predominante de orden” (Brunner, 1977d: 40).

      Como una de las derivaciones de estos planteamientos, Brunner cuestiona la concepción de Althusser, la cual ya hemos visto que había sido destacada inspiradora del discurso intelectual de izquierda en el Chile de la Unidad Popular, en particular de movimientos como el MAPU, en que Brunner así como Moulian en estos momentos participan.

      Rechaza así, categóricamente, “aquellas concepciones que ven en la dictadura el carácter necesario del Estado” (Brunner, 1977d: 51). En tal postura, que es la de Althusser, siguen estando, en esos años, sociólogos destacados de América Latina, como el peruano Zavaleta. Según este, “donde hay clases sociales habrá dictadura […] aunque puede manifestarse de manera democrática” (Zavaleta, 1977, citado en Brunner 1977d: 52). Así, se asume que la esencia del poder estatal es su naturaleza de clases, tal como la esencia del ser de las clases es, a su vez, su antagonismo irreductible; de ahí que su relación a través del Estado no pueda ser otra que la dictadura.

      Concepción semejante, en cuanto al carácter del Estado, es la de Althusser, aunque este distingue dentro del poder del Estado entre el aparato represivo que puede, si se requiere, funcionar mediante la violencia, y los Aparatos Ideológicos de Estado –instituciones religiosas, escolares, jurídicas, políticas, sindicales, culturales, etc.– que operan mediante ideología, siendo la ideología, para este autor, la representación imaginaria y deformada de la relación entre los individuos y sus condiciones reales de existencia (60). De tal forma, “todo es pensado desde y a partir del Estado, ya sea bajo la forma de dominación represiva, ya bien de dominación ideológica” (55). Esto aparece como una forma o estructura invariante en que los sujetos se encuentran atrapados. “Nada de real importancia existe fuera del Estado. Hay en esta visión lo que Gramsci llama ‘una desesperada búsqueda de aferrar toda la vida popular y nacional’ bajo la forma del Estado. […] Consecuente con esta concepción ‘jacobina’, Althusser pone todo su énfasis en el Estado y concibe la política como su conquista: primero del poder del Estado, luego de sus aparatos, para de ahí pasar a la destrucción del viejo aparato y crear uno nuevo, propio de la clase (o alianza) triunfante” (Brunner, 1977d: 63, 64). Este es el camino para la dictadura del proletariado, incluyendo además el control de los aparatos de comunicación, cultura, educación, organización sindical, etc. Es la figura del estalinismo.

      Brunner cuestiona tal concepción de orden como estructura formal e invariante, “construcción puramente formal y simple en sus elementos constitutivos, que pretende dar cuenta de cómo históricamente se realiza el orden en la sociedad. De esa visión hemos querido tomar distancia –dice–, pues nos parece equivocada y perniciosa en sus consecuencias. Igual como nos parece teóricamente pobre y prácticamente conducente a la parálisis el concepto althusseriano de ideología dominante que adquiere su forma en los Aparatos Ideológicos de Estado. Al final de cuentas, ese concepto excluye de la política la lucha por los sentidos posibles de orden de que son portadores clases y grupos que se enfrentan y excluye del sentido de la política la noción de una alternativa popular y nacional” (Brunner, 1977d: 64, 65).

      De este modo, Brunner desemboca en críticas parecidas a las que, siguiendo otra línea de razonamiento, hace Moulian a los planteamientos de Lenin e, implícitamente, a través suyo, a Althusser. Al mismo tiempo, Brunner está enfatizando la relevancia de una lucha social que vaya más allá de los reductos político institucionales, los cuales, por lo demás, bajo la dictadura se encuentran inaccesibles. Está argumentando la importancia de la lucha cultural por los sentidos, la cual debe orientar la acción político institucional (cuando ella sea posible), más que a la inversa.

      La postura de Brunner es contraria a tales esencialismos sobre el Estado y las clases. En sus planteamientos se va perfilando la epistemología que subyace a su construcción teórica. Es básicamente una epistemología constructivista –lo cual se evidencia en su consistente uso de las formulaciones de Foucault, Wittgenstein, Goffman y otros autores encuadrables en tal marco–, pero en la cual, por otro lado, los componentes de poder y hegemonía son fundamentales –Gramsci, Foucault y Habermas son en esto autores de influencia destacada–. El suyo es, si se quiere, un constructivismo crítico. Se diferencia de Moulian, cuya epistemología es más convencionalmente realista, en línea con el marxismo clásico; solo posteriormente, en los años 1990, puede reconocerse en Moulian un cierto giro, que acompañará

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