Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
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Читать онлайн книгу Colección de Alejandro Dumas - Alejandro Dumas страница 179
Y se hizo un silencio. Porthos no sabía qué comportamiento tener. El procurador repitió varias veces:
¡Ay señora Coquenard! Os felicito, vuestra comida era un verdadero festín. ¡Dios, cómo he comido!
Maese Coquenard había comido su sopa, las patas negras de la gallina y el único hueso de cordero en que había algo de carne.
Porthos creyó que se burlaban de él, y comenzó a retorcerse el mostacho y a fruncir el entrecejo; pero la rodilla de la señora Coquenard vino suavemente a aconsejarle paciencia.
Aquel silencio y aquella intrerrupción de servicio, que se habían vuelto ininteligibles para Porthos, tenían por el contrario una significación terrible para los pasantes: a una mirada del procurador, acompañada de una sonrisa de la señora Coquenard, se levantaron lentamente de la mesa, plegaron sus servilletas más lentamente aún, luego saludaron y se fueron.
-Id, jóvenes, id a hacer la digestión trabajando - dijo gravemente el procurador.
Una vez idos los pasantes, la señora Coquenard se levantó y sacó un trozo de queso, confitura de membrillo y un pastel que ella misma había hecho con almendras y miel.
Maese Coquenard frunció el ceño, porque veía demasiados postres; Porthos se pellizcó los labios, porque veía que no había nada que comer.
Miró si aún estaba allí el plato de habas; el plato de habas había desaparecido.
-Gran festín - exclamó maese Coquenard agitándose en su silla-, auténtico festín, epuloe epularum; Lúculo cena en casa de Lúculo.
Porthos miró la botella que estaba a su lado, y esperó que con vino, pan y queso comería; pero no había vino, la botella estaba vacía; el señor y la señora Coquenard no parecieron darse cuenta.
-Está bien - se dijo Porthos-, ya estoy avisado.
Pasó la lengua sobre una cucharilla de confituras y se dejó pegados los labios en la pasta pegajosa de la señora Coquenard.
-Ahora - se dijo-, el sacrificio está consumado. ¡Ay, si tuviera la esperanza de mirar con la señora Coquenard en el armario de su marido! Maese Coquenard, tras las delicias de semejante comida, que él llamaba exceso, sintió la necesidad de echarse la siesta. Porthos esperaba que tendría lugar a continuación y en aquel mismo lugar; pero el procurador maldito no quiso oír nada: hubo que llevarlo a su habitación y gritó hasta que estuvo delante de su armario, sobre cuyo reborde, por mayor precaución aún, posó sus pies.
La procuradora se llevó a Porthos a una habitación vecina y comenzaron a sentar las bases de la reconciliación.
-Podréis venir tres veces por semana - dijo la señora Coquenard.
-Gracias - dijo Porthos-, no me gusta abusar; además, tengo que pensar en mi equipo.
-Es cierto - dijo la procuradora gimiendo-Ese desgraciado equipo… -¡Ay, sí! - dijo Porthos-. Es por él.
-Pero ¿de qué se compone el equipo de vuestro regimiento, señor Porthos?
-¡Oh, de muchas cosas! - dijo Porthos-. Los mosqueteros, como sabéis, son soldados de elite, y necesitan muchos objetos que son inútiles para los guardias o para los Suizos.
-Pero detalládmelos…
-En total pueden llegar a… - dijo Porthos, que prefería discutir el total que el detalle.
La procuradora esperaba temblorosa.
¿A cuánto? - dijo ella-. Espero que no pase de… detuvo, le faltaba la palabra.
-¡Oh, no! - dijo Porthos-. No pasa de dos mil quinientas libras; creo incluso que, haciendo economías, con dos mil libras me arreglaré.
-¡Santo Dios, dos mil libras! - exclamó ella-. Eso es una fortuna.
Porthos hizo una mueca de las más significativas; la señora Coquenard la comprendió.
-Preguntaba por el detalle porque, teniendo muchos parientes y clientes en el comercio, estaba casi segura de obtener las cosas a la m tad del precio a que las pagaríais vos.
-¡Ah, ah - dijo Porthos-, si es eso lo que habéis querido decir!
-Sí, querido señor Porthos. ¿Así que lo primero que necesitáis es un caballo?
-Sí, un caballo.
-¡Pues bien, precisamente lo tengo!
-¡Ah! - dijo Porthos radiante-. O sea que lo del caballo está arreglado; luego me hacen falta el enjaezamiento completo, que se compone de objetos que sólo un mosquetero puede comprar, y que por otra parte no subirá de las trescientas libras.
-Trescientas libras, entonces pondremos trescientas libras - dijo la procuradora con un suspiro.
Porthos sonrió: como se recordará, tenía la silla que le venía di Buckingham: eran por tanto trescientas libras que contaba con mete astutamente en su bolsillo.
-Luego - continuó-, está el caballo de mi lacayo y mi equipaje en cuanto a las armas es inútil que os preocupéis, las tengo.
-¿Un caballo para vuestro lacayo? - contestó la procuradora. Vaya, sois un gran señor, amigo mío.
-Eh, señora - dijo orgullosamente Porthos-, ¿soy acaso un muerto de hambre?
-No, sólo decía que un bonito mulo tiene a veces tan buena pinta como un caballo, y que me parece que consiguiéndoos un buen mulo para Mosquetón…
-Bueno, dejémoslo en un buen mulo - dijo Porthos ; tenéis razón, he visto a muy grandes señores españoles cuyo séquito iba en mulo pero entonces incluid, señora Coquenard, un mulo con penachos cascabeles.
-Estad tranquilo - dijo la procuradora.
-Queda la maleta.
-Oh, en cuanto a eso no os preocupéis - exclamó la señor, Coquenard-, mi marido tiene cinco o seis maletas, escogeréis la mejor; tiene una sobre todo que le gustaba mucho para sus viajes y que, es tan grande que cabe un mundo.
-Y esa maleta, ¿está vacía? - preguntó ingenuamente Porthos.
-Claro que está vacía - respondió ingenuamente por su lado la procuradora.
-¡Ay, la maleta que yo necesito ha de ser una maleta bien provista, querida!
La señora Coquenard lanzó nuevos suspiros. Molière no había escrito aún su escena de L’Avare: la señora Coquenard precede por tanto a Harpagón.
En resumen, el resto del equipo fue debatido sucesivamente de la misma manera; y el resultado de la escena fue que la procuradora pediría a su marido un préstamo de ochocientas libras en plata, y proporcionaría el caballo y el mulo que tendrían el honor de llevar a la gloria a Porthos y a Mosquetón.
Fijadas estas condiciones, y estipulados los intereses así como la fecha de rembolso, Porthos se despidió