El pueblo en movimiento. Gloria De La Fuente

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El pueblo en movimiento - Gloria De La Fuente

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cabildos, movilizaciones para plegarse a la demanda general, al rechazo al modelo económico social, a las expresiones de malestar por desigualdad y el abuso, y al mismo tiempo para hacer ver que tales territorios forman parte del país porque viven los mismos problemas, tienen las mismas esperanzas, pero tienen que tomárseles en cuenta y ser considerados cada uno de ellos. Y entonces lo que hay, a mi juicio, en la participación y presencia en todas las regiones de este movimiento, es que están demandando una nueva forma de organización del territorio en Chile, llámesele descentralización, demanda por nueva regionalización. Lo importante, a mi juicio, en este caso, es que las demandas territoriales están vinculadas a la demanda de una nueva forma de organización y de administración de los territorios y regiones que implique participación, igualdad de condiciones entre ellos, y por lo tanto, están reclamando un nuevo orden político que, a mi juicio, debiera significar refundación de la actual forma de organización de las regiones y de la participación de estas en el crecimiento, en los recursos del país, etc. La acción de los municipios en relación con las consultas realizadas en las comunas, sobre proceso constituyente y demandas sociales, muestra la importancia de este actor no solo durante el estallido sino para el futuro.

      Insisto: aquí ha habido una demanda por el tema fundamental de la igualdad, de la dignidad, del término de los abusos, respecto de los territorios y de las regiones en el país y, por lo tanto, la demanda de un nuevo orden en materia de la organización de las ciudades, del mundo rural, de las regiones y su integración. Y este tema estará sin duda presente con mucha fuerza en la nueva Constitución.

       GDF: Con relación a la violencia; por una parte, se enfatiza en expresiones como quema del metro, saqueos durante el estallido, entre otros, y por otra, en lo violento que puede ser la desigualdad y los privilegios en Chile.

      MAG: La violencia que se ha visto tiene que ser analizada en diversos planos, en diversas dimensiones. Por un lado —en los años 60 se utilizó el concepto de violencia institucional, el movimiento feminista ha hecho un aporte acuñando el concepto de violencia simbólica—, es muy importante tener en cuenta que estos dos componentes han estado presentes en el modelo económico social chileno. Por un lado, aunque no aparezca como explícito muchos de los elementos del modelo económico social, entre ellos la desigualdad, son una forma de violencia, violentan la vida de las personas, afectan contra su voluntad, y esa situación vivida como natural poco a poco se va haciendo más clara en el imaginario, en la visión de la gente, y entonces, esa violencia, llamémosle estructural, de las desigualdades, de la injusticia, de no poder satisfacer las necesidades mínimas de una familia, por ejemplo, o de sentir que a lo que había aspirado y lo que se le había prometido no se cumplió, son formas de violencia simbólica. En la estructura de las relaciones en Chile generadas por el modelo neoliberal, por ejemplo, en las relaciones de trabajo, por pacíficas que aparezcan hay una forma de violencia y, entonces, eso es lo que de alguna manera se va acumulando en la percepción, en el imaginario, en la memoria colectiva y entonces, de un orden injusto se pasa a entender que es un orden violento. Ese es un primer aspecto que hay que tener en cuenta, y, por lo tanto —y eso ha sido dicho por prácticamente todo el mundo—, no nos habíamos dado cuenta de cuánta violencia había en el orden social en forma institucional, naturalizada y en forma de violencia simbólica en la vida cotidiana de la gente.

      Insisto en un punto que a veces se olvida: de alguna manera la violencia fue consagrada como el principio fundamental de organización de la sociedad chilena a través de la dictadura. Era la violencia el principio organizador, y eso hay que tenerlo claro, la violencia armada. Y eso se expresó en violencia institucional también, y en violencia simbólica. Entonces, los estallidos que se han producido a lo largo del tiempo, especialmente este, son también expresión del rechazo a una violencia. Y ese rechazo, que es muy diverso, que se expresa de muy distintas maneras, también necesariamente, aunque a uno no le guste, va a tener en algunos un componente propio de violencia. Cuando se deslegitiman totalmente los espacios de la política, por la crítica que se hace a esta como parte de ese mundo de violencia institucionalizada, aparecen los actos de violencia y se crean, entonces, espacios de legitimidad para otras formas de violencia que no van asociadas al rechazo o la respuesta a la violencia institucionalizada, sino que van asociadas a grupos delictuales, anárquicos, narcos. Pero se crea ahí un espacio, y ese espacio de violencia, a mi juicio, vandálica criminal, debe ser desterrada. Sin embargo, paradojalmente, por la ceguera que tuvieron la elite y los sectores responsables de no haber resuelto la crisis social y política, genera una situación proclive a la modificación, a la transformación, a la satisfacción de las demandas. Ante el miedo por esa violencia se produce, por ejemplo, el acuerdo que llevará al proceso constituyente la noche de mayor estampida social, de mayor cantidad de saqueos. Pero la separación indispensable que hay que producir entre lo que es la demanda por transformación y las expresiones de violencia, no se puede hacer si el rechazo a las demandas de transformación se hace con violencia represiva y violación generalizada de derechos y libertades, como lo ha hecho el gobierno. Hay aquí un doble discurso porque, por un lado, se dice que protestas y movilizaciones son muy bonitas y positivas, pero, por otro, se reprimen porque no se está dispuesto a cambiar el sistema que el gobierno preside. Y entonces hay una respuesta de la violencia institucionalizada que se hace explícita. Porque ella consiste en que las cosas sigan siendo igual y cuando se producen desde el movimiento, con violencia o sin violencia, demandas de transformación, entonces se hace explícita, a través de violaciones de derechos humanos, como ha sido denunciado por todos los organismos nacionales e internacionales en esta materia.

       GDF: Sin legitimar la violencia, pero con fines analíticos, ¿se podría decir que la violencia en cierta forma fue un requisito para lograr la posibilidad de transformación?

      MAG: Hay que ver esto en este marco más general, por un lado, que siempre en los estallidos sociales tiende a haber una cuota de violencia; por otro lado, que la dictadura y el orden social que se creó a sangre y fuego, fue hecho con violencia, y que en las estructuras mismas que se crearon hay una violencia institucionalizada. Eso no significa aceptar la violencia anárquica, nihilista, etc. Significa que hay que reprimirla, por supuesto, con el uso de la fuerza legítima y sin violaciones a los derechos humanos. Pero hay que reconocer en los estallidos, como ha sido señalado por diversos estudios, distintos tipos de violencia frente a los cuales el juicio y las actitudes son diferentes. Por un lado, está la violencia estatal, de la fuerza pública, cuya responsabilidad recae en el gobierno, a la que nos hemos referido y que ve en el estallido solo una cuestión de orden público y aplica entonces la fuerza sin distinción de las diversas formas de violencia, con lo cual, fuera de los crímenes que comete exacerba más la indignación y las respuestas fuera del marco institucional. Desde el lado del estallido hay tres tipos de violencia, que hay que distinguir, aun cuando las respuestas del gobierno y la falta de respuesta a las demandas establecen complicidades tácitas, sobre todo entre dos de ellas. La primera es la violencia estrictamente delictual, el “vandalismo” de los saqueos, incendios. Una segunda que tiene que ver fundamentalmente con lo que se llamó la primera línea donde hay presentes, por supuesto, elementos de nihilismo social, grupos anárquicos, barras bravas y que no es, propiamente parte de los grupos delictuales, pero que sí comete actos que son condenables, con un componente inicial, por decirlo así, de violencia defensiva y que es la que se organiza para permitir manifestaciones atacando o enfrentándose con la policía. Y hay un tercer tipo de violencia que no se expresa necesariamente en actos delictuales, aunque puedan cometerse que está presente en el ánimo, muchas veces, de quienes se manifiestan, por ejemplo: las funas, las destrucciones de ciertas obras patrimoniales. Esa violencia más bien anómica corresponde en un determinado momento al rechazo de un orden y que tiene que ver también con un elemento de desafección de la sociedad: “yo siento que la sociedad ha sido injusta conmigo, que este es un mundo de poder manejado por la elite, y que mi vida es una vida basada en abusos, en violencia, en cosas que no quiero vivir, y entonces, mi manera de rechazarlo es o insultar, o terminar en un determinado momento lanzando una piedra, o incluso ir a apoyar una barricada”. Hay que reconocer que en este ámbito existe también más allá de la experiencia personal descrita, un comportamiento anómico de variados sectores que se pliegan a quienes han vivido tal experiencia.

      Y

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