Querido Timoteo. Группа авторов

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Que el Señor me ayude a seguir iluminando nuestras mentes y a avivar la llama del afecto en nuestros corazones.

      Lo que estoy por compartir contigo es el resultado de una personal lluvia de ideas. Sencillamente me senté junto con una libreta de papel y comencé a registrar cada pensamiento sobre el tema que venia a mi mente. Obviamente, esos pensamientos fueron a menudo aleatorios y diversos. Algunos de ellos me parecieron principales mientras que otros fueron claramente secundarios. Más pronto de lo que pensé tenia una hoja llena de ideas y consideraciones, todas relacionadas de alguna manera con el amar a tu rebaño. Inmediatamente, el desafío fue qué hacer con tantos detalles. Mi solución fue el organizarlas en categorías lógicas y después ordenarlas de forma razonable para presentarlas. Probablemente estoy sufriendo de esa común enfermedad ministerial conocida como “Predicacionus Homileticus Aguda”, pero tú eres un pastor y probablemente tienes un poco de este mismo mal. Solo puedo pedirte que amablemente soportes mi bosquejo. ¡Por lo menos no he agregado un poema!

      Al pensar en el tema general del amar a tu rebaño, me pareció razonable el hacer y contestar 5 preguntas. De forma resumida, son estas: 1)¿Por qué es necesario?, 2) ¿Qué aspecto tiene?, 3)¿Qué es lo que debe vencerse?, 4) ¿A quién se debe parecer?, 5) ¿Dónde están sus recursos?

      Ama a Tu Rebaño, ¿Por Qué es necesario?

      Permíteme comenzar con la primera pregunta, “¿por qué es necesario?”. Timoteo, estoy convencido que amas a tus ovejas. Es evidente en lo que haces por ellas e incluso en como hablas de ellas. No obstante, es bueno para nosotros el pensar frecuentemente en cómo podríamos mejorar aun más en este amor. Déjame darte algunas cuestiones a considerar.

      Desde el punto de vista negativo, debe decirse que si no amamos a nuestros rebaños, esto es la prueba indudable de que Dios el Padre no nos entregó como pastores a Su rebaño. Ni tampoco fue el Señor ascendido Jesucristo, el que nos dio como don a la Iglesia. Las Escrituras son bien claras en este aspecto. Dios dijo, a su Pueblo del Antiguo Pacto: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y con inteligencia. ( Jeremías 3:15). No necesito convencerte, que el tener un corazón según el de Dios significa (entre otras cosas) tener un corazón que ama. La implicación de no tener un corazón que ama es obvia.

      Ya que los pastores son el “don” de Dios para la Iglesia (Efesios 4:11), es igualmente impensable que él daría pastores que no amen a Sus ovejas. El mismo Salvador que amó a los suyos hasta el fin ( Juan 13:1) le implanta una porción de su ADN espiritual al corazón de cada verdadero pastor.

      Aun más, si no amamos a nuestros rebaños, seremos absolutamente incapaces de cumplir cualquiera de nuestras responsabilidades con la motivación correcta. Todo lo que hagamos se hará descuidadamente y como la labor mecánica de un mero profesionista. Estoy seguro que ya aprendiste, durante tu breve pastorado que el preparar sermones bien estudiados, predicar con sinceridad y pasión, interceder fervientemente por cada una de tus ovejas, ejercer un genuino cuidado sobre ellas, darle un liderazgo valeroso a los diáconos y a la congregación, etc… ¡todo esto es un trabajo pesado y agotador! ¿Cómo deben sentirse esas mismas tareas para aquel ministro que en realidad no tiene un amor dado por Dios para su pueblo? Seguramente, su trabajo es por lo menos ordinario y está destinado a volverse abiertamente irritante. Esta es quizá la razón principal por la cual muchos ministros experimentan agotamiento, renuncian al ministerio y terminan vendiendo seguros de vida.

      Pero, hablando positivamente, el tener al menos una pizca del corazón de Dios provee energía espontánea y motiva al pastor a continuar con sus responsabilidades. Al amar a sus ovejas, él anhela ayudarlas a entender la Palabra de Dios la cual incrementa la fe, santifica, guía, consuela y transforma la vida. Por tanto, estudia arduamente para preparar sus sermones y los entrega con una porción de sinceridad y pasión.

      Al amar a sus ovejas y anhelar su crecimiento en la gracia así como su paz y gozo en el Señor, el pastor fervientemente lleva sus nombres al lugar santo en el pectoral de su intercesión sacerdotal. Allí, derrama su corazón por ellos. No puede hacer menos que esto.

      El pastor que ama, también se asegura que conoce la condición de sus almas visitando sus hogares y preguntando por su salud espiritual. Los ama demasiado para conversar con vagas generalidades. Se halla a si mismo obligado a preguntar preguntas difíciles, aquellas que tienen el potencial de avergonzar. Anhela saber cosas tales como la regularidad de sus oraciones, su progreso en la gracia y la intimidad de su caminar con Dios. Está profundamente interesado en su adoración familiar, la condición de su matrimonio y de si en verdad se están beneficiando de los medios públicos de gracia. Él desea conocer la mejor forma de orar por ellos. Sin embargo, estas cuestiones prácticas, no son meramente para el rebaño como grupo. También le conciernen a cada oveja individualmente, incluyendo a los solteros (tan frecuentemente descuidados) quienes luchan con sus propios desafíos. Timoteo, esté seguro de esto, este tipo de interés debe estar firmemente enraizado en el suelo del amor.

      Un pastor que ama también entiende lo importante que es el que sus ovejas estén convencidas de su amor por ellas. Esto les permitirá atender más rápidamente sus exhortaciones tanto privadas como públicas. J.C. Ryle dijo: “Una vez estás convencido que un hombre te ama, escucharás alegremente cualquier cosa que te diga.”14 Richard Baxter lo puso de esta forma, “Cuando la gente mira que los amas sin falsedad, entonces escucharán cualquier cosa que les digas y cargarán con cualquier cosa que pongas sobre ellas.”15 Este convencimiento del amor de su pastor también les permitirá someterse dulcemente a su liderazgo. Ellos saben que su pastor les ama, saben que en su mente solo está el bien de ellos. Mi querido hermano, confirma tu amor a tu Pueblo de forma pública y privada, frecuentemente, no solo por medio de tu ministerio fiel y valeroso, sino también por medio de tus palabras afectuosas. A menudo, ellos deberían verte mirarlos cara a cara y escucharte decir, “En verdad los amo en Cristo, estoy agradecido que sean parte de esta congregación.”

      Ama a Tu Rebaño, ¿Qué Aspecto Tiene?

      Mi segunda pregunta es, ¿qué aspecto tiene? Hasta cierto punto, ya contesté esta pregunta. Al tratar de demostrar cómo el amar motiva y le da energía a nuestra labor ministerial, hice referencia a la preparación diligente del sermón, predicación apasionada, intercesión ferviente, supervisión cuidadosa y liderazgo valeroso. Allí donde no se encuentran estos elementos, no puede haber amor verdadero por el rebaño. Por otro lado, es evidente que donde sí se encuentra dicho amor, se manifestará por medio de estas responsabilidades. En otras palabras, el retrato de un pastor que ama siempre debe pintarse con los brillantes colores de la diligencia, la pasión, el fervor, el cuidado y el valor.

      Hay tonos adicionales y atractivos que igualmente deben contribuir al encantador retrato de un pastor que ama. Estos conciernen no tanto a sus funciones ministeriales como a su actitud y conducta: la manera en que se conduce a si mismo y se relaciona con sus ovejas. Estos colores primarios son la humildad y la cordialidad.

      Para verdaderamente amar a nuestros rebaños de una forma semejante a Cristo, debemos ser hombres de humildad genuina, “manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Entre otras cosas, la gracia de la humildad nos hará accesibles. Nuestro querido salvador siempre estaba accesible. Los maestros en Israel como Nicodemo, orgullosos fariseos como Simón, recolectores de impuestos y pecadores, ricos y pobres, educados y no educados, aun niños pequeños, encontraron que el Señor era accesible y acogedor. ¡Qué triste es que tantos miembros sean tan aprensivos de buscar una audiencia con su ministro! En algunos casos, se debe a su propia timidez y pobres costumbres sociales, pero a menudo la reticencia se debe a que se percibe al pastor como lejano: “Es muy difícil hablar con él… parece que está muy ocupado para hablar conmigo… me hace sentir que tiene peces mayores que yo de los que ocuparse… siento que su mente no está en realidad concentrada en mi.” Estas son conclusiones descorazonadoras que ningún miembro de la congregación debería alcanzar. En cuanto al tema de miembros de

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