La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
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A partir de 2012, pasada la urgencia de atender a los indígenas, el presupuesto para la educación comunitaria en lengua indígena se disminuyó en 77%, pero las comunidades donde se trabajó en forma inicial defendieron sus centros y exigieron que se continuara con dicho sistema. Hoy día, se explica el alto índice de reprobación del conafe y el fracaso de la educación comunitaria en general por los motivos que la hicieron tan rica en comunidades indígenas: no hay estandarización de los programas; no se desarrollan las competencias básicas sino conocimientos localizados; las comunidades incurren en el gasto de mantener a los instructores —o como quiera que se les llame actualmente—, quienes son obligados a ejercer una tarea que corresponde a profesionales; se somete al criterio de los padres una evaluación que son incapaces de hacer, ya que en muchos casos su nivel de escolaridad es inferior al de aquellos a quienes están evaluando.
Otra debilidad del sistema, que siempre señalamos, es que no hay registros de la experiencia acumulada: de allí la importancia que adquirió el paepi, que incluía una serie de guías y estuvo enlazado a metodologías y procedimientos puntuales que servían de base general para la enseñanza. Imposible hacer los libros de Hacedores fuera de esa propuesta, o de aplicarlos, en toda su riqueza, en sistemas educativos diferentes. Complementados con animaciones, audios y videos, ahora son parte del “Proyecto Pedagógico Hacedores”: como si hubieran sido originados en las Oficinas Centrales de Planeación del Consejo, y no emanados de las comunidades. El proyecto está ya en manos de un equipo de informática que lo divulga en nuevos formatos, donde el niño es mero usuario de una tecnología —ausente casi siempre de las comunidades donde se generó—. No se muestra cómo se trabajaba en aula, no permite cuestionarse, recrear, vincularse con el método que permitió crear esos textos o dibujos; se limita a mostrar una destreza traductora —sin juzgar la pertinencia del paso de una lengua a otra, de una cultura a otra— y a promover el uso de computadoras.
A partir de 2000 se crearon las bibliotecas escolares y de aula, herederas de los Libros del Rincón, que incluyeron textos en lenguas indígenas: las bibliotecas multiculturales. Los programas de fomento a la lectura pretenden que los indígenas —como todos los demás mexicanos— deben leer y para ello hay que proporcionarles libros: llevarles el evangelio de la palabra escrita e inculcarles el placer de la lectura, abrir sus mentes hacia nuevos universos de los que han sido excluidos, mediante publicaciones con normas dictadas, corregidas, editadas y dictaminadas desde fuera. No son libros de ellos, o al menos hechos con ellos, sino para ellos. Las publicaciones en lenguas están en manos del ilv, el ini, el inali, la sep y se complementan con iniciativas de editoras independientes que han de ser financiadas necesariamente por programas gubernamentales. La Rama Multicultural del Programa Nacional de Lectura permitió la publicación de una variedad y volumen importante de libros en lenguas indígenas. La Conaliteg se convirtió en compradora de libros para niños, jóvenes y maestros para distribuirlos en las escuelas, pero los libros en lenguas indígenas no están a la venta sino por excepción, para públicos no indígenas, o hay que hacerlos por encargo: no existen. Se establecieron entonces bases muy puntuales para concursar, con publicaciones indígenas, que poco a poco fueron modificándose y adaptándose para cumplir los requisitos de una burocracia delirante, apegada a un machote, desinteresada e ignorante. En la convocatoria de 2014 se estipula que se comprarán dos títulos, de un total de 39, para secundaria, sobre los siguientes temas: Convivencia, Diversidad cultural, Educación artística, Cambio climático, Riesgos y desastres naturales, Biodiversidad, Historia de México y del mundo, Prevención del abuso sexual, Aplicación de la ciencia en la alimentación y la salud, Robótica, Aportaciones científicas a la física y a la química, Aplicación de la matemática en otras ciencias; en las siguientes lenguas: akateko, awakateko, ayapaneco, cucapá, chocholteco, chontal de Oaxaca, chuj, ixcateco, ixil, jakalteko, kaqchikel, kickapoo, ku’ahl, k’iche’, lacandón, mam, matlatzinca, oluteco, pame, pápago, popoloca, q’eqchí’, sayulteco, teko, tepehuano del sur, texistepequeño, tlahuica. No es problema de cantidad o calidad de los libros seleccionados, sino de políticas editoriales opacas y erráticas.
La respuesta editorial institucional no responde a la lucha de los intelectuales indígenas y académicos, a las necesidades y requerimientos de las comunidades, o a una necesidad indígena; tampoco es resultado de un interés oficial: obedece al carácter obligatorio del financiamiento, que dicta que deben incluirse lenguas nativas en todos los programas educativos. A pesar de tal mandato, cada vez se editan menos libros en lenguas, los tirajes son más restringidos, las proporciones más asimétricas. Además de los cambios de políticas de un sexenio a otro, las cancelaciones para editar materiales diferentes —en lenguas— y los avatares propios de los programas nacionales de publicaciones, hay otros problemas, propios de la edición en lenguas indígenas.
El programa multicultural, además de cumplir con las normas de selección establecidas hace 15 años por un equipo interdisciplinario de especialistas, que no aceptaba la traducción de textos no indígenas a las lenguas, debería tener a estas alturas alfabetos oficiales, equipos de dictaminadores, traductores, correctores, tipógrafos y editores; debió invertir en promotores y ocuparse, con las instituciones obligadas a ello, de eliminar las restricciones al uso de los acervos en algunas bibliotecas —para que los libros cumplieran su cometido—; debió haberse asociado con intelectuales hablantes de lenguas, autores, editores, bibliotecarios, y crear equipos de valuación, seguimiento y transparencia que los convirtieran en algo más que compradores o proveedores de mercancías.
El libro ha sido durante siglos un objeto ajeno a muchas culturas, indígenas o no indígenas, y ahora deben crearse modos particulares de apropiación, un modelo indígena de lectura que incluya además de la información procedente de los pueblos y comunidades, el reciclaje y la vuelta de los acervos a quienes los generaron. Cualquier iniciativa hacia los indígenas debe regirse por el respeto y reconocimiento: no por proyectos de redención, filantropía, beneficencia o complacencia que maquillen su realidad. Los libros para indígenas jamás se venden en librerías —su costo los vuelve clasistas—, no aparecen reseñados en ninguna parte: son invisibles. Sólo sentimos su existencia al escuchar su eco en nuevos escritos hechos por los niños.
Los islotes ganados al sistema romo e insensible, se convierten en cuotas que ni siquiera se cumplen cabalmente. Los indígenas que podrían servir de aliados prefieren ser parte de un privilegiado y mínimo sector de becarios estatales o federales, pues ya no hay apoyos específicos para artistas o artesanos indígenas. Los porcentajes se aplican a discreción y según los usuarios, que deben conocer y manejar formularios complejos y procedimientos para la incorporación a estos sistemas. No gana el mejor artesano ni el mejor artista, sino el gestor más hábil y mejor relacionado. Ya ni la demagogia es lo que solía ser.
México es un país multicultural solamente en el papel; se reformó la Constitución sin tener la ideología, la infraestructura ni las posibilidades para ejercer una declaración políticamente correcta en el ámbito internacional, pero insostenible en términos reales. En el terreno de los hechos, el racismo, la discriminación y la ignorancia de una parte, y la pobreza, marginación y anuencia de la otra, parecen borrar gran parte de los esfuerzos individuales, comunitarios o institucionales por sobreponerse a dicha realidad.
La globalización ha sido un éxito: ha atraído a su seno a todos los ciudadanos —indígenas incluidos— manteniéndolos lejos de las esferas de las decisiones y sometidos a la masificación de la cultura, la educación y la información. La televisión y los libros de texto gratuito han llegado a los más recónditos orificios de la patria; esta penetración pretende que los muy distintos consumidores abandonen sus culturas particulares para divulgar y pregonar las bondades que supone la salida de la barbarie hacia el consumo. Por otra parte, la modernización ha sido un fracaso: las lenguas y culturas permanecen, las comunidades luchan a pesar del acoso, prohibiciones, legislaciones, ideología colonial o neocolonial; de la marginalidad, represión, políticas diversas de integración, asimilación, aculturación, o como les dé por llamarla, según la época y el vocero.