La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
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El gobierno de Corea del Norte adiestró a 53 militantes trasladados en tres grupos a Pyongyang entre principios de 1969 y la primera mitad de 1970.19 También recibieron teoría, a partir de la experiencia norcoreana.20 Factor que repercutió en los sesgos en torno al carácter de la revolución, asumidos por la dirigencia del MAR a su regreso a México, debido al conocimiento del pensamiento norcoreano cuya máxima figura fue Kim Il Sung, su dirigente.
El sector afín a Gómez Souza reelaboró la concepción revolucionaria deslumbrado por su estancia en Corea del Norte; y bajo la influencia de los modelos norcoreano, vietnamita y chino reivindicó la revolución democrática popular. El grupo liderado por Salvador Castañeda, J. Candelario Pacheco y Alejandro López Murillo se inclinó por definir la revolución únicamente como socialista.21
En este entramado puede identificarse un primer punto de quiebre en el arranque de la guerrilla al aflorar las rivalidades durante su estancia en el país asiático, y al inhibirse el pensamiento crítico entre la base22 se añadieron las diferencias sobre el concepto de revolución, amén del intento fallido de integrar el partido revolucionario, por el peso excesivo del militarismo y por la falta de puentes establecidos con movimientos sociales.23
El regreso del grupo a México implicó una compulsión por la actividad guerrillera. En este tenor, “una parte del MAR sostenía la ‘subida’ en caliente, llegar a la montaña para operaciones armadas”.24 El apremio en esta etapa llevó a su dirigencia a plantear dos vías tácticas de operación con soporte poco viable. Por un lado, las expropiaciones para allegarse recursos económicos,25 cuya práctica prevaleció en las distintas etapas de la organización con resultados no siempre exitosos, muchos de ellos inclusive resultaron fatales con numerosas bajas en muertos y detenidos. Por el otro, el secuestro político, aunque nunca se llevó a cabo por carecer de planes que lo sustentaran como estrategia operacional.26
Esta actitud fue criticada por Jaime (Salvador Castañeda), quien en julio de 1970 elaboró un documento recomendando medidas para corregir la improvisación y mejorar el funcionamiento del grupo armado.27 Jaime señaló los criterios para establecer escuelas con conductores y adiestramiento de alto nivel. Por tanto, “la creación de las escuelas deberá de ser a su tiempo y no antes. Hacerlo en las actuales condiciones organizativas, equivale a despreciar al enemigo y de paso sobreestimar nuestra capacidad”. Y proponía que los centros de entrenamiento contabilizaran no más de tres miembros con un responsable; su puesta en marcha tendría una fachada para encubrirlos en condiciones de absoluta clandestinidad y con movilidad constante para evitar ser descubiertos.28
Estas propuestas no tuvieron eco en el funcionamiento del MAR. En enero de 1971 subsistían las fallas en su accionar clandestino y se habían profundizado por el incremento acelerado del contingente armado.29
Todo esto se constata al revisar el documento de la Comisión Coordinadora de Reclutamiento, de la que era integrante el propio Jaime, remitido “A los compañeros de la Dirección”, y resulta revelador de las condiciones en las que se encontraban: a esas alturas carecían de suficientes recursos materiales, dinero,30 armas, implementos militares, casas de seguridad y medios de transporte.
La versión de la dirigencia de Gómez Souza, a través del testimonio de Pineda Ochoa, es contradictoria, pues asegura que el grupo realizaba en forma periódica “balances donde todos teníamos derecho a externar nuestras opiniones, fomentando la crítica y la autocrítica como un ejercicio democrático”, y aunque se refiere a casos aislados de indisciplina, no aborda las críticas de la Comisión de Reclutamiento.31
El laberinto del caos
Acaso, como acota Castañeda,32 la plenaria —de haberse realizado en 1970— hubiese modificado el camino azaroso de la organización clandestina,33 cuyo desenlace fue la captura de 19 de sus militantes en febrero de 1971.34 Este golpe fue otro punto de quiebre,35 “y le dio al MAR un vuelco a sus objetivos inmediatos y un rumbo distinto a su trayectoria clandestina”.36
Tres meses después de su caída, los presos del MAR intentaron difundir el documento “Algunas verdades sobre el M.A.R. (Movimiento de Acción Revolucionaria)”, fechado en la prisión de Lecumberri en mayo de 1971,37 asentando su testimonio sobre la tortura a la que fueron sometidos para obtener información sobre su accionar clandestino. No consiguieron su divulgación debido a que la prensa, con un enfoque tergiversado, los acusó de terroristas, y esa imagen fue difundida en los medios de comunicación luego de ponerse en marcha una verdadera campaña anticomunista dirigida a estigmatizar al grupo armado.38
En medio de esta situación desoladora, los antagonismos dentro de la cárcel empeoraron a partir de los intentos del grupo integrado por Ramón Cardona Medel, Felipe Peñaloza y Fernando Pineda por erigirse en núcleo dirigente y seleccionar a aquellos presos que lo integrarían. También abonó a ese deterioro la propuesta de Gómez Souza de dividir a los miembros del MAR encarcelados en dos comandos bajo el supuesto de que podrían funcionar mejor de manera autónoma, aparentemente por la imposibilidad del trabajo unitario. Se constituyeron así el comando “Manuel Arreola Téllez”, liderado por el propio Gómez Souza, y el “Pablo Alvarado Barrera”, en donde quedaron los internos que reconocían el liderazgo de Castañeda y Pacheco.39
La división no hizo más que incrementar la tensión entre ambos grupos y puso en evidencia el fraccionalismo existente. Las dosis de desconfianza y dogmatismo atizaron la espiral de la violencia entre los presos políticos.
En medio de esta terrible situación y en la clandestinidad, la reconfigurada dirección del MAR —integrada por Octavio Márquez, Horacio Arroyo Souza, Martha Maldonado, Paulino Peña, Guillermo Moreno Nolasco, José Luis Martínez y José González Carrillo—40 llevó a cabo su reunión de balance general, y ratificó su posición político militar. La evaluación se calificó de exitosa, asegurando haber rectificado “los errores y deformaciones que había sufrido en Corea”.41
Una nueva etapa se prefiguró con nuevos miembros reclutados,42 mediante una fusión con el Grupo 23 de Septiembre43 —heredero del Grupo Popular Guerrillero—, liderado por Manuel Gámez García Julio y Rodolfo Gómez García El Viejito y abrió paso a una nueva organización en el primer semestre de 1972: el Movimiento de Acción Revolucionaria-23 (MAR-23),44 con presencia en el territorio nacional y con una planeación más articulada,45 logrando establecer escuelas de entrenamiento y operando acciones de expropiación en varios puntos del país —Chihuahua, Coahuila, Sonora, Jalisco,46 Michoacán, Aguascalientes, Guanajuato‒, y refrendando su determinación insurgente47 en distintas ciudades.
Numerosos militantes fueron descubiertos en acciones expropiatorias a lo largo de ese año y durante 1973 a consecuencia de la delación48 y la infiltración49 de que fueron objeto, y a la falta de rigor en su sistema de seguridad, lo que trajo como consecuencia una represión tenaz por parte del aparato de control del Estado.50
Además, cuando se planteó la posibilidad de integrar una coordinación con el Partido de los Pobres de Lucio Cabañas en 1972,51 salieron a flote los problemas arrastrados por la organización desde el momento de su transformación en MAR-23, a tal punto que se produjo una crisis en su directorio nacional, y se hizo evidente la debilidad de su estructura y las contradicciones de su accionar revolucionario. Las posiciones se polarizaron en torno al liderazgo que debería operar el grupo armado.52