El peronismo de Cristina. Diego Genoud

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El peronismo de Cristina - Diego Genoud Singular

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absolutamente ninguna propuesta de ese tipo. Me gusta hablar más sobre temas concretos. Yo quiero en esta elección discutir modelos de país.

      Mentía. Un rato antes de que ingresara al estudio de televisión, Frigerio, camino a la residencia de Olivos, le había hablado de esa misma posibilidad, muy concreta. Solo restaba el paso formal y definitivo: el llamado de Macri, la mañana siguiente.

      La ronda de consultas del senador entre sus colaboradores de mayor confianza no encontraría ningún tipo de reparos. Fue el experimentado Costanzo, que –antes de la designación– había alertado a Grosso sobre los guiños de Pichetto a Macri en un foro empresario, uno de los que le dio la razón.

      –Todos los tipos que te van a decir que no, en tu lugar dirían que sí. Esta posibilidad la armaste vos y la hiciste vos. Tu capital político no se lo debés a nadie –lo alentó.

      –Lo mismo me dice Juan Manuel –respondió Pichetto. Se refería a su hijo y colaborador, el mismo que durante todo el ciclo amarillo en el poder sorprendía a los peronistas no kirchneristas con una frase de lo más breve que pretendía encarnar una época: “Macri vence”.

      El Círculo Rojo tendría algunos días de éxtasis, vendería hasta el hartazgo una ruptura ficticia del peronismo y se encaminaría hasta la orilla de las PASO envuelto en la burbuja de un optimismo estéril. Con Pichetto en la fórmula, la utopía de un PJ clonado de acuerdo con las fantasías del establishment se mantenía con vida. Para el senador, era la última chance de ir en busca de los votos que le habían resultado –toda la vida– indiferentes. Más que eso, era la oportunidad de liberarse y decir en campaña todas las cosas que el manual del peronismo desaconsejaba por inviables. A la sombra de Macri, Pichetto no solo se liberaba de Cristina y de esa centroizquierda palermitana, elitista y prepotente, que vociferaba en nombre de los pobres. Se liberaba del peronismo, al que se había adaptado durante toda su vida solo por su condición única de ser sinónimo de poder.

      4. El peronismo de Macri

      El 12 de diciembre de 2015, el presidente Macri recibe en la quinta presidencial de Olivos a los veinticuatro mandatarios provinciales junto con la vicepresidenta Gabriela Michetti, el jefe de Gabinete de Ministros Marcos Peña, el ministro del Interior, Obra Pública y Vivienda Rogelio Frigerio y el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación Emilio Monzó.

      Acostados. Rogelio Frigerio y Emilio Monzó estaban otra vez hermanados en plena urgencia. Cruzaron las manos detrás de la nuca, apoyaron la cabeza sobre el césped y se relajaron por un momento, con la mirada en un cielo inmenso, capaz de empequeñecer hasta la intrascendencia cualquier problema terrenal. Rodeados de árboles y jardines que invitaban a la contemplación, el ministro del Interior de Mauricio Macri y el presidente de la Cámara de Diputados respiraron hondo y se tiraron en el verde de la residencia de Olivos. Era una mañana de incertidumbre, el país entero quería saber hacia dónde iba el gobierno y ellos estaban, una vez más, en la extraña situación en que los había ubicado el primer presidente de cuna empresaria que había llegado al poder por el voto popular: en el centro neurálgico de la toma de decisiones pero sin capacidad de intervenir. Aunque para el afuera eran dos de los dirigentes del macrismo más reconocidos, Frigerio y Monzó se habían despertado ese sábado, 1º de septiembre de 2018, con la misma inquietud que la mayoría de los argentinos. La semana había sido catastrófica para el gobierno: el dólar había escalado de 31,80 a 38 pesos, un 20% en una semana, y había tocado los 40 pesos, después de las declaraciones de Marcos Peña en la reunión del Consejo de las Américas en el Hotel Alvear. Ante una expectativa empresaria enorme y la demanda de un cambio de rumbo que incluyera un nuevo elenco de ministros, el jefe de Gabinete había negado de forma terminante el “fracaso económico” y había asegurado que se estaba incluso en un “proceso de recuperación”.

      La realidad era la opuesta. Cuatro meses después de la primera corrida cambiaria, pese al formidable respaldo del Fondo y de Donald Trump, el ensayo de Macri volvía a entrar en zona de turbulencia: la inflación volaba, la recesión se profundizaba, la caída del poder adquisitivo era vertiginosa y la pobreza aumentaba. Sin controles de ningún tipo, los mercados ejercían su pleno gobierno, de manera salvaje, ante un presidente que les hablaba con el corazón.

      Temprano ese sábado, Frigerio –el ministro político, que el Círculo Rojo deseaba como eventual jefe de Gabinete– había llamado a Monzó para preguntarle si sabía algo sobre los movimientos del núcleo de acero del presidente. Afuera de todo, marginado por Peña y por Macri, el exarmador del macrismo tenía canales alternativos para acceder a información de primera mano, pero esa mañana ignoraba todo. Arrastrados por la deriva de un gobierno que no conducían, los nombres que el periodismo identificaba como sinónimos del ala política dentro del oficialismo decidieron ir directamente a Olivos, el lugar en el que suponían que se dirimían los destinos de la patria. Cuando Frigerio y Monzó llegaron a la quinta presidencial en un auto oficial, la custodia los hizo pasar, pero les advirtió que el egresado del Cardenal Newman no estaba. No había nadie. El centro de operaciones se había trasladado a la quinta Los Abrojos, el predio enorme de Los Polvorines que Macri había heredado de su padre. Ahí, donde el ingeniero había construido su casa y descansaba los fines de semana, se jugaba la mayor apuesta oficial para salir de la crisis. Macri, Peña, Jaime Durán Barba, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Carlos Grosso y Nicolás Caputo estaban reunidos con un objetivo principal: convencer a Carlos Melconian de que aceptara reemplazar a Nicolás Dujovne y se decidiera a hacerse cargo de la brasa caliente del Ministerio de Economía, casi dos años después de haber sido eyectado de su despacho en el Banco Nación y con todos los indicadores mucho más degradados.

      A esa hora de la mañana, los peronistas Rogelio y Emilio estaban lejos, a cuarenta minutos de viaje desde la Panamericana, y solo podían mirar al cielo con el raro consuelo de que el experimento que parecía condenado a estrellarse desoía sus recomendaciones. El extravío de Olivos era una metáfora de un gobierno conducido por Macri y Peña hacia el aislamiento y el fracaso. Frigerio y Monzó, los dos cuadros más elogiados por la oposición y el establishment, los que además tenían la mejor relación con Melconian, transitaban así la crisis: acostados y boca arriba. Macri no era lo que ellos querían, Cambiemos no tenía la apertura declamada, la promesa del pragmatismo había sido un fraude y el kirchnerismo testimonial del que hablaba Monzó iba camino a la resurrección gracias a la obra autodestructiva del presidente.

      El día anterior se había vivido como un infierno en el corazón del macrismo. Peña había salido temprano en Radio Mitre a negar el fracaso económico del mejor equipo de los últimos cincuenta años y había potenciado la furia de los mercados. En el Hotel Alvear, entre los empresarios más importantes de la Argentina, según evoca todavía hoy uno de los presentes ese día, el “clima era de velorio”. El jefe de Gabinete destacó el “apoyo inédito del mundo”, culpó a la sequía y endilgó la inestabilidad aborigen a las turbulencias globales. Reconocer que era un “día muy difícil” y hablar de “errores forzados y no forzados” le alcanzó a Frigerio para mostrarse como la cara más realista de un elenco sordo y lo hizo acreedor de una ovación nacida del temor y el nerviosismo. Con el macrismo puro decidido a avanzar en un “camino de cornisa, más finito, más resbaladizo y más complejo” –tal la temeraria definición del jefe de Gabinete en el programa de Carlos Pagni, diez días antes–, hasta los dueños tenían miedo. Esa tarde, Peña le recriminaría a Frigerio en la Casa Rosada la supuesta operación que encabezaba para desplazarlo de su cargo. El ministro del Interior reaccionó por primera vez de mala manera y los gritos se escucharon incluso entre un grupo de periodistas que cubrían Gobierno.

      El domingo, los intentos de sumar gente al gabinete para recuperar aire serían publicados como hechos consumados en los medios cercanos al macrismo. La operación para presentar un maquillaje como el relanzamiento de un experimento que tenía

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