El peronismo de Cristina. Diego Genoud
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Después del triunfo de Macri, el sistema político había hecho un viraje formidable, y el kirchnerismo, que había dominado el mapa de poder durante doce años –y que mantenía una base social envidiable–, había quedado sumido en el aislamiento. Aun sin votos, Pichetto era el nuevo centro. Lo sería durante los dos primeros años de Macri en el gobierno, incluso con su negativa a quitarles los fueros en el Senado a los políticos que recibían un procesamiento, mientras en Diputados eran desaforados y detenidos, en un hecho sin precedentes. En su defensa irrestricta de la clase política, el rionegrino no se dejó gobernar por el coro de opinólogos afines al macrismo. Su posición no solo se basaba en la necesidad de una condena firme para quitarle los fueros a un parlamentario: además, incluía gestos inusuales para un antikirchnerista, como el de ir a visitar a Julio de Vido a la cárcel de Ezeiza, algo que por supuesto CFK jamás hizo con ninguno de sus exfuncionarios.
Tras la confirmación de Cambiemos en las legislativas de 2017 y la derrota de la expresidenta en la provincia de Buenos Aires, el senador se refrendaría como una de las estrellas del establishment en el coloquio de IDEA. Poco después, optaría por la “ingrata tarea” de acompañar el ajuste previsional del gobierno en el diciembre bisagra en que el avión del reformismo permanente comenzaría a entrar en zona de turbulencia, a poco de empezar a carretear.
En el calendario grande de la historia, todo duraría nada. 2018 sería el año del derrumbe para el gradualismo. El hada de la confianza moriría en la corrida fulminante de fines de abril y el endeudamiento récord que propiciaban los CEO encontraría un límite externo: a partir de ese momento, el castillo de naipes de Macri se vendría abajo en forma elocuente. El regreso del Fondo Monetario Internacional, la biblia del déficit cero, la devaluación permanente, la inflación récord y una recesión que se extendería hasta el final del gobierno del ingeniero provocarían un nuevo reacomodamiento en un sistema político donde la regla era especular al máximo y arriesgar lo menos posible. El kirchnerismo resurgía de las cenizas gracias al fracaso del presidente, y el peronismo de Pichetto –que pensaba postergar hasta 2023 la pelea electoral– saldría en busca desesperada de un candidato y un proyecto para zafar de la debacle. Durante el interminable tercer año de Macri en la Casa Rosada, el senador rionegrino intentaría con persistencia y desesperación plantar la alternativa de un peronismo moderado, alejado de la polarización. Para ese propósito, que tenía el antecedente infructuoso de la ancha avenida del medio de Massa, Pichetto iría a buscar al fundador del Frente Renovador, pero sobre todo se esforzaría por darle cuerpo al gaseoso espacio del PJ de los gobernadores. Fundamentales para acompañar a Macri, los mandatarios provinciales cuidaban sus intereses locales y negociaban beneficios puntuales, pero no podían o no querían construir la tercera opción de cara a 2019. Solo los dos gobernadores más macristas del país, Juan Manuel Urtubey y Juan Schiaretti, estaban dispuestos a exponer sus acciones por esa empresa de dudosa rentabilidad.
La novela de Alternativa Federal terminó mal, pero Pichetto puso todo para darle entidad y presentarla como una posibilidad concreta y real. Se pasó gran parte de 2018 y los primeros meses de 2019 con una tesis: ante la caída libre de la economía, la recesión y el ajuste, el peronismo no kirchnerista podría desplazar a Cambiemos del segundo puesto y colarse en un balotaje frente a Cristina. Basado en un diagnóstico muy crudo del rumbo económico de Macri, se encomendó a Roberto Lavagna en una apuesta fallida a la que, sin embargo, dedicó todos sus esfuerzos hasta el filo del cierre de listas. Pichetto se lanzó a lo imposible como precandidato a presidente y tejió todo lo que pudo para ser el compañero de fórmula del exministro de Economía. Como no lo logró, terminó atado al destino del egresado del Cardenal Newman. Sería el final de una carrera de cuarenta años en el peronismo y un cuarto de siglo en el Congreso.
Historia antigua
No está claro cómo ni a través de quién, pero un día de la década del setenta Miguel Ángel Pichetto llegó a Río Negro. El abogado nacido en Banfield y graduado en la Universidad de La Plata aterrizó recién casado en el kilómetro 1250 de la ruta 3 y decidió arraigarse en el clima crudo de la Patagonia junto con su esposa, María Teresa Minassian. Llegó para trabajar en Hipasam, la empresa minera de Fabricaciones Militares, el Banco Nacional de Desarrollo y la provincia de Río Negro que explotaba el yacimiento de hierro más grande de América Latina. Hipasam era una leyenda en ascenso: tenía noventa y seis kilómetros de túneles, casi quinientos metros de profundidad, dos áreas industriales unidas por un ferroducto de tresinta y dos kilómetros y un muelle con plataforma giratoria. Creada por la dictadura de Juan Carlos Onganía en 1969, en 1970 se habían iniciado las grandes obras de excavación de las galerías, la construcción de las plantas de preconcentración y concentración y los hornos para fabricar pellets de hierro y el muelle para embarcarlos. La empresa tenía su sede a quince kilómetros de Sierra Grande, una localidad que entonces tenía cuatrocientos habitantes y donde se habían edificado complejos de viviendas para el personal y sus familias. El antropólogo Juan Gouarnalusse recordó en una nota para la Agencia Paco Urondo que durante esos años arribaron miles de jóvenes trabajadores que vivieron en los campamentos administrados por Hipasam y sus contratistas. Era una época excepcional con explosión del crédito barato en la que se pavimentó la ruta 3 hasta Río Gallegos y se cambió su trazado, nació Aluar –en 1970– y los gobiernos militares pensaban que el conflicto con Chile era inminente. Se inauguraron líneas de fronteras en el mar y en la cordillera y se crearon nuevos batallones de seguridad. La Patagonia tuvo un protagonismo creciente.
En Sierra Grande, vivía un abogado cordobés formado por los jesuitas, que trabajaba en el Ministerio de Trabajo del único gobierno peronista de la historia de Río Negro. Se llamaba Víctor Sodero Nievas y su nombre marcaría la vida de Pichetto. La dirigencia de la provincia coincide: Sodero Nievas es la figura central para entender la génesis del político Pichetto. La historia quiso que el funcionario del gobernador Mario Franco (1973-1976) tuviera un diferendo con una compañía subcontratista de Hipasam y se viera obligado a resolverlo en el área de reclamaciones, donde trabajaba ese joven abogado nacido en Banfield. Tres años después, en plena dictadura militar, Pichetto daría un paso decisivo para su futuro y se incorporaría al estudio que Sodero Nievas tenía en Sierra Grande. El exfuncionario de Franco, que muchos años después se convertiría en juez del Tribunal Superior de Justicia de la provincia, lo recibió con una consigna principal: “Acá se trabaja todos los días, en lo posible veinte horas por día, y solo se descansa los domingos a la tarde”. Moldeado en el sacrificio, Pichetto no dudó: al día siguiente, comenzó a trabajar. Estaba convencido de que su ciclo como administrativo estaba concluido y quería ejercer la profesión. Sodero Nievas todavía lo recuerda, como si fuera hoy.
–¿Qué le vio?
–Y… le vi el voluntarismo. No tenía conocimientos muy profundos de Derecho, pero era un hombre muy práctico, muy antiguo. Le vi el linaje.
–¿Por qué dice que era antiguo?
–Es un perfil antiguo, hasta el día de hoy.
–Pero cuando era joven ¿también lo tenía?
–También. A los 25 años ya era antiguo. Era conservador. Su diario de cabecera era La Nación, siempre fue más liberal que yo. A mí me gustaba Clarín –dice.
Sierra Grande vivía un boom económico que no se volvería a repetir y trescientos profesionales y técnicos de origen extranjero trabajaban en las obras de la zona: suecos, alemanes, japoneses y canadienses vivían en la ciudad. La construcción y la minería empleaban a más de cinco mil obreros y los clientes iban solos al estudio del jesuita peronista. “Había que estar en el límite del conflicto gremial. Podía desbaratarse el proyecto en cualquier momento si se desbordaba la fuerza gremial. Eran muchos trabajadores. Ya había un precedente muy jodido que había sido El Chocón. Podía repetirse la