La buena voluntad. Ingmar Bergman

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La buena voluntad - Ingmar Bergman La principal

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carácter, bastante más fuerte que las circunstancias que la rodean. Es una persona ávida de poder que nos gobierna con puño de hierro. Hay quien dice que ha sido una bendición para nosotros, otros afirman que es una lagarta redomada. Si a alguien se le ocurriera la idea de preguntarme a mí, diría que su intención es buena, pero los hechos son malos, como dice… Sí, me parece que es san Pablo. Lo que quiere es que la familia esté unida, yo no sé para qué sirve eso. Si algo no casa con su modelo, entonces corta, amputa, deforma. Eso lo sabe hacer bien la encantadora y querida señora.

      Carl alza su vaso hacia Henrik, que contesta a su brindis; ambos se miran con simpatía.

      carl: Me atrevo a proponer un brindis de fraternidad. Me llamo Carl Eberhard, 1899. Gracias.

      henrik: Erik Henrik Fredrik, 1906. Gracias.

      Cumplido el ritual de apear el tratamiento, los recién hermanados amigos guardan meticulosamente el silencio que suele seguir a un hecho tan significativo.

      carl: Yo, en realidad, soy inventor y tengo algunos inventos de poca entidad registrados en el Registro de Patentes. A ojos de la familia soy un fracasado, la oveja negra. He estado en el manicomio unas cuantas veces. No creo que esté más loco que otros, pero me consideran algo incoherente. Nuestra familia ha producido tanta maldita normalidad que ha dejado un poso de locura y lo he recogido yo. Además, hace unos años tuve problemas con la justicia, y es que imito la letra de la gente con mucha facilidad. Hacerse cura supone tener fe en algún dios, ¿no es esa la premisa fundamental?

      henrik: Sí que lo es.

      carl: ¿Cómo coño puede creer en Dios un joven de hoy? Perdona la intencionada falta de tacto de mis palabras.

      henrik: … Es difícil de explicar, así de pronto.

      carl: … ¿Una voz interior? ¿La sensación de estar en manos de alguien? ¿De no sentirse excluido? ¿Como un aliento cálido en la cara? ¿Como ser un pequeño latido en una inabarcable circulación sanguínea? ¿Un latido no insignificante pese a lo grandioso del sistema venoso? ¿Sentido, modelos, instantes de gracia? No, no lo digo con ironía, es que mi garganta no se cansa nunca de producir eructos sarcásticos. Estoy hablando muy en serio, mi joven amigo.

      henrik: ¿Por qué preguntas, si lo sabes?

      carl: Yo creo que un hombre que ha nacido ciego, puede muy bien figurarse cómo es el color rojo, el azul y el amarillo.

      henrik: Yo soy una persona llena de dudas. Tal vez se me figura que la sotana va a ser un buen corsé. Me hago sacerdote para salvarme a mí, no para salvar a la humanidad.

      Vuelve Frida con la nota, que deja en la mesa, al lado de Carl. Mira a Henrik por el rabillo del ojo.

      frida: Disculpen que les traiga la cuenta, pero como quizás hayan visto los señores en el letrero de la antesala, esta noche vamos a cerrar más temprano. Mañana tenemos la comida del Consejo Académico y tenemos que preparar las mesas en todo el local.

      carl: ¿Así que la señorita Frida está…

      frida: … ocupada esta noche? (Risas). Y bien ocupada.

      Mientras Carl paga la cuenta y se guarda la cartera con gestos ampulosos, Frida se inclina detrás de Henrik y le da un pellizco en la oreja. La cosa sucede con rapidez y pasa ­desapercibida. La muchacha huele a sudor y a agua de rosas.

      Poco después, Carl Åkerblom y Henrik Bergman están apoyados en la barandilla del estanque de los Cisnes. Contemplan al cisne negro, que se desliza como en sueños por el espejo negro del agua. Ha empezado a caer una lluvia ligera.

      henrik (después de un largo silencio): ¿Y tu hermanastra Anna?

      carl: ¿Anna? Pronto cumplirá veinte años. Ya la viste.

      henrik: Sí. (Afirma). Sí, claro.

      carl: Estudia en la Escuela de Enfermeras de la clínica Sophia. Mammchen dice que las chicas tienen que estudiar. Que tienen que ser independientes y esas cosas. ­Mammchen cree que lo cree. Ella, en cambio, dejó sus estudios de maestra para casarse.

      henrik: Tu hermana es muy…

      carl: … atractiva. Sí, sí… Hemos tenido muchos pretendientes en casa, pero nuestro señor padre los ha espantado con sus terribles aunque muy sofisticados celos, y nuestra señora madre los ha espantado todavía más con la poco alentadora perspectiva de tener a Karin Åkerblom por suegra. Por el momento nos frecuenta el joven genio Torsten Bohlin. A él no hay nada que le haga mella, y parece que lo toleran sorprendentemente bien. Pero es que también es un hombre con futuro. Está claro que llegará a ser ministro o arzobispo. A Anna parece divertirle bastante que le haga la corte. Aunque mi teoría es que el destino de Anna se escribe en otro libro.

      henrik: ¿Ves? Ahora sale el otro cisne negro del nido. Es tan agradable esta lluvia.

      carl: Después de la sequía, claro. El destino de Anna será probablemente enamorarse de un loco o de un perverso asesino o de una nulidad, quizá.

      henrik: ¿Por qué estás tan convencido?

      carl: Nuestra princesita es tan dócil e inteligente y de corazón tan puro y tan delicada y cariñosa que no tiene límites.

      henrik: Pero eso es bueno, ¿no? ¿Todo? ¿O no?

      carl: Tiene una arista dentro, ¿sabes? Una afilada arista que corta. (Se ríe). ¡Ahora sí que te has asustado!

      henrik: No entiendo lo que quieres decir.

      carl: Tampoco es algo que se pueda entender así de buenas a primeras. Pero yo la conozco bien. Yo la reconozco.

      henrik: Eso suena a literatura de la buena.

      carl: Claro, Henrik, claro que sí.

      henrik: ¿Nos vamos? Está arreciando.

      carl: Puedes compartir mi paraguas. Como tengo una opinión manifiestamente pesimista de la marcha del mundo, ando siempre con paraguas. Si lo uso o no luego, ya es cosa mía. Es mi ingeniosa manera de combatir el determinismo y de engañar a la casualidad.

      henrik (sonriendo): Como comprenderás, yo no puedo compartir tu…

      carl: … opinión, quieres decir. Yo no opino nada, es pura cháchara. ¿Sabes una cosa, Henrik? Yo creo que la ­señorita Frida sería una extraordinaria y magnífica esposa de sacerdote.

      Henrik no responde. Se ha quedado sencillamente sin respuesta.

      El curso ha terminado y Henrik se va a su casa. Es un caluroso día de mediados de junio y el tren avanza lentamente por el paisaje de comienzos de verano, parándose largo rato en todos los apeaderos, silencio, zumbido de moscas. Los castaños en flor se mecen contra las ventanas cerradas del compartimento. No hay nadie por ninguna parte, ni en las estaciones ni en el tren. Este sigue resoplando, primero a través del bosque de abetos y luego por el borde del mar. Se tarda todo el día en ir en tren desde Upsala a Söderhamn. Henrik llega a la estación del oeste a las ocho y veintisiete de la tarde. Mamá Alma lo espera en la puerta. Henrik la ve enseguida: hay como un hálito invisible de llorosa desolación en torno a la pesada figura. Henrik sonríe, deja la maleta en el suelo y abraza a su madre.

      Su madre es gorda, pesará unos cien kilos. Tiene la cara redonda, los ojos angustiados

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