Los libertadores. Gerardo López Laguna

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Los libertadores - Gerardo López Laguna Novela

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quedaba muy lejos en el tiempo, pero mostraba el poder de los pequeños gestos realizados en el corazón mismo de las grandes épocas desastrosas. La imagen se veneraba desde entonces en aquel monasterio al que poco después daría nombre. Hasta hoy.

      Cuando Don Ángelo llegó al lugar que ahora, años después y en cuestión de una hora aproximadamente abandonaría con todos aquellos muchachos y con los niños, pensó desde el principio en que debía prever dónde conducirlos en el caso de que tuvieran que marchar. Fue en una de las primeras visitas cuando encomendó a quienes le había traído a Miriam la misión de contactar con el abad Bernard para entregarle una carta en la que le narraba lo acontecido, cómo monseñor Virás le había encargado la custodia de aquellos niños abandonados y en la que le solicitaba asilo si fuera necesario. Meses después, cuando le entregaron a un pequeño vivaracho de origen africano al que llamaría Kizito, recibió la contestación generosa del P. Bernard. Entonces, Don Ángelo, que conocía bien toda aquella región, procedió a confeccionar el mapa, fiado de su memoria y de las informaciones que iba recibiendo de las personas que le traían a los niños.

      Tonino escuchaba con atención, y los demás se ponían de puntillas o se agachaban para meter la nariz, a fin de ver ellos también el mapa y los movimientos de las manos de Don Ángelo sobre él.

      -Mira Tonino, tenéis que llegar al istmo cuanto antes. Te voy a dar la brújula aunque ahora no os va a hacer falta; vais al sur, en línea recta, pero bordeando el mar... siempre, hasta llegar al istmo.

      -Pero Don Ángelo, por allí hay pasos muy peligrosos... Lo digo por los niños...

      -Ya lo sé, Tonino. Sois suficientes para encargaros de un niño cada uno. Iván ha dicho que se dirigían al este, justo en dirección del Aduar, pero si no bordeáis el mar tendríais que pasar por algunas zonas altas y peladas. No sabemos si esa gente va a hacer algún alto en el camino, o si van a cambiar sus planes... A pesar de las arboledas os podrían ver desde lejos. Aunque sea muy arriesgado es necesario que vayáis por la senda del mar. Cuando lleguéis a la altura del arroyo del oeste, donde cogieron a Bo, tened mucho cuidado...

      -De acuerdo, Don Ángelo -respondió Tonino con resolución.

      -Cuando crucéis el istmo, tenéis que seguir estas indicaciones. Usa la brújula... Los caminos están bien señalados, ¿lo ves?... Tenéis que evitarlos. Algunos de los poblados que ves aquí es posible que ya no existan...

      Tonino escuchaba estas advertencias mientras en su interior se iban agolpando imágenes y pensamientos que le hablaban de un mundo hostil... al que no sabría hacer frente. Interrumpió a Don Ángelo para preguntarle tímidamente:

      -¿Podremos contar con la ayuda de alguien? Quiero decir que si podremos confiar en alguien.

      Don Ángelo se dio cuenta del temor del muchacho. Le pareció que Tonino tenía miedo por la responsabilidad encomendada, es decir, por el cuidado de los niños, sobre todo, y de sus compañeros.

      -Tonino -le respondió Don Ángelo-, el mundo está lleno de contrastes y por eso también está lleno de bondad. Tú estás acostumbrado a tomar decisiones, todos estáis habituados a discutirlas en el Consejo de La Casa. Sabéis que en nuestra vida de aquí yo no tomo siempre decisiones por vosotros. Tonino, en este viaje también vais a tener que elegir qué hacer. Yo ahora sólo puedo daros consejos porque conozco ese mundo en el que os vais a adentrar.

      Tonino volvió a interrumpir a Don Ángelo para preguntarle algunos detalles concretos:

      -Debemos evitar también los poblados, ¿verdad?

      -En cualquiera de las aldeas hay gente que os podría ayudar, pero también hay otros que os podrían hacer daño, robaros o venderos a alguna partida de traficantes... Es mejor que hagáis esto, Tonino: si necesitáis ayuda de verdad, buscad por las casas dispersas por los montes que hay alrededor de esas aldeas; mirad, escondidos, alguna casa en la que no haya ningún carro, y a ser posible, si veis a sus habitantes, que sean ancianos... Es mejor prevenir por si acaso alguien quisiera delataros o reteneros...

      Don Ángelo, de improviso, sonrió mirando a Tonino. Debía rememorar algo que ahora le producía casi risa. Los demás se extrañaron por este súbito gesto de Don Ángelo, que parecía cortar de golpe la gravedad y seriedad de la situación.

      -Tonino, ¿recuerdas cómo te enfadabas conmigo, hace tiempo, cuando te daba clases de la vieja lengua? Decías que era una pérdida de tiempo, que no podías hablar de ese modo con ninguno de los otros...

      Cuando Don Ángelo recibió a Tonino, muy pequeño, el sacerdote notó que el niño balbuceaba y decía algunas palabras en la vieja lengua. Parecía que las personas de las que se había visto rodeado desde su nacimiento le hablaban en esa lengua. Don Ángelo pensó que esta circunstancia era una oportunidad para educar al chico de modo bilingüe. Así lo hizo. Él hablaba bastante bien aquel antiguo idioma. Durante los años siguientes, cuando se dirigía solamente a Tonino, lo hacía en la vieja lengua. También fue confeccionando para él vocabularios, según la edad del muchacho, y más tarde, pese al enfado de Tonino que veía cómo sus clases ocupaban más tiempo que las de los demás, se dedicó a profundizar con él en las expresiones, gramática y modismos del idioma.

      Don Ángelo prosiguió dirigiéndose a Tonino:

      -Cuando encontréis a gente mayor, y si veis que no hay peligro, que te acompañe alguno de los niños; así no tendrán miedo cuando te acerques a ellos. Salúdales en la vieja lengua. Si te contestan, mejor. Podrás hablar con cierta tranquilidad... por si alguien os escuchara... Tonino, tienes que confiar en Dios y en tu corazón; mira si son gente buena... Lo sabrás. Y entonces pídeles ayuda, lo que os haga falta..., no sé, agua, alimentos, alguna medicina... o indicaciones para el camino si os habéis perdido. Pero, aunque te parezcan buena gente, no les digáis a dónde vais, sólo alguna pista para que podáis seguir otra vez con el mapa.

      -Don Ángelo, ¿qué significa esa flecha al lado de Tarbes... Veo que tenemos que rodear esa aldea.

      -Tarbes no es una aldea, Tonino. Las aldeas son poco más grandes que La Casa -ellos llamaban así a su pequeña comunidad: «La Casa» o «Nuestra Casa»-. Son como el Aduar. Tarbes es como si juntaras cincuenta aldeas. Como ves, tenéis que girar hacia el suroeste y cruzar el río Adour... En esto no puedo decirte nada: vosotros tenéis que encontrar la forma de atravesar el río.

      -Pero Don Ángelo, ¿no sería más fácil ir hacia el sureste y rodear Tarbes por el otro lado?

      -No, Tonino... Mira el mapa; ¿ves todos esos caminos? Por ese lado no está la barrera del río y esos caminos están habitualmente llenos de gente... Además, en Tarbes siempre hay grupos de traficantes y de mercenarios... Han pasado algunos años desde la última vez que recibí noticias pero no creo que hayan cambiado mucho las cosas... La prueba, Tonino, es que ahora mismo están aquí...-se le empañaron los ojos- y tienen a Bo...

      Don Ángelo pareció sacudirse la tristeza y de inmediato volvió a hablar:

      -Tonino, mira, más al sur está el río Gave. Ahí no tendréis problema porque está seco desde hace muchísimos años. La ruta de las montañas será menos peligrosa porque es difícil que por allí encontréis soldados. Sigue bien estas señales; son viejos caminos de montaña. Esos puntos son refugios. Algunos los usan los pastores de la zona, y otros son conocidos de los peregrinos que van al monasterio. Es muy posible, Tonino, que por allí encontréis gente que sólo habla la vieja lengua.

      Don Ángelo quedó callado un momento. Después de ese instante, dirigió los ojos a los que iban a marchar con Tonino como guía y les dijo:

      -Va

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