Des/venturas de la frontera. Menara Guizardi
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Desde fines de los 80, ha devenido una especie de cliché crítico en los estudios migratorios la necesidad de vigilar epistemológica, teórica y metodológicamente la reproducción de aquello que autoras como Levitt y Glick-Schiller (2004) denominan nacionalismos metodológicos, “la tendencia a aceptar el Estado-nación y sus fronteras como un elemento dado en el análisis social” (Levitt y Glick-Schiller, 2004: 65)6. En el caso específico que nos atañe, se puede decir que el exceso de foco en la migración en Santiago constituía un nacionalismo metodológico, porque sobredimensionaba el papel de la capital en la conformación de los fenómenos sociales, reproduciendo así el papel político que esta tiene en la configuración centralista del Estado-nación (Guizardi, 2016a: 9). Así, este nacionalismo metodológico se materializaría, en estos trabajos, debido a la costumbre de considerar aquello que ocurría en la capital como representativo de una realidad nacional: un “santiaguismo metodológico” (Grimson y Guizardi, 2015: 18). Este “santiaguismo” induciría estos trabajos a dos otras formas de distorsión interpretativas:
Ellos operan una transvaluación, es decir, asumen que los elementos observados en el estudio de caso –que dependen marcadamente de un contexto específico, con su específico set de relaciones, movimientos y ubicaciones– son representativos de realidades, relaciones, territorios y fenómenos más amplios de lo que realmente pueden representar, definir o significar […]. Paradójicamente, esta generalización compulsiva de lo que ocurre con la migración peruana en Santiago –la nacionalización metonímica de las conclusiones obtenidas en este contexto social determinado– termina provocando el proceso de progresivo encubrimiento, condensación y aglomeración de las particularidades contextuales del fenómeno estudiado, lo que le hace perder su riqueza particular (Appadurai, 2000: 150). En otras palabras, la contribución más pertinente de estos estudios –su capacidad de apuntar la configuración localizada, particular y única en Santiago de un fenómeno globalmente generalizado, observado en incontables ciudades del mundo, como lo es la migración internacional– es oscurecida por un mecanismo incoherente de generalización, incurriendo en otra distorsión a la que Appadurai (2000: 150) denominó focalización (Guizardi y Garcés, 2014a: 234).
Paralelamente a estas distorsiones, también producía algo de inquietud el hecho que la mayoría de los trabajos llevados a cabo en Santiago estuvieran centralmente dedicados a aspectos específicos de la dimensión femenina del fenómeno. Que no nos malinterpreten lectoras y lectores: la centralidad atribuida a la cuestión femenina está lejos de ser un problema. No solamente estamos de acuerdo con este énfasis, sino que, además, lo endosamos en nuestro estudio. Lo que nos causa cierta suspicacia con relación a estos estudios son más bien las prácticas discursivas relacionadas a las formas de enunciar a las migrantes. La mayoría de los trabajos se centraba en las peruanas que trabajaban en los servicios domésticos en Santiago, pero reiteraba los santiaguismos metodológicos al retratarlas como “las mujeres migrantes en Chile”.
Por otro lado, es posible argüir que este énfasis en las mujeres peruanas expresaba el desconcierto social provocado por su rápida entrada en el mercado de los servicios domésticos y de los cuidados –sustituyendo a las migrantes mapuche venidas del sur del país que, entre 1950 y 1980, fueron masivamente empleadas como trabajadoras domésticas en los barrios santiaguinos de clase media y alta–. Así, estos trabajos presentaban a las peruanas como el nuevo “otro etnificado” de las élites.
Estos usos semánticos terminaban invisibilizando la presencia de mujeres de otras nacionalidades, y también el empleo de las migrantes, en general, en otros sectores laborales. Además, se producía en estos estudios un silencio incómodo sobre la presencia de mujeres peruanas en el norte del país, en las zonas fronterizas con Perú. Esto empezaría a ser corregido solamente a partir de 2013, debido al esfuerzo de investigadoras como Tapia y Ramos (2013) y Liberona (2015) que, trabajando en aquellos territorios, empezarán a poner en prensa los matices de las experiencias migratorias femeninas en las fronteras nortinas chilenas. Observándose todos estos aspectos, se puede decir que los setenta y seis estudios revisados construían un tipo ideal (en términos weberianos) de sujeto migrante en Chile, que estaría distorsionado por el santiaguismo metodológico7. Este sujeto prototípico sería mujer, peruana, no-indígena, proveniente de la sierra norte del Perú o de Lima, empleada doméstica, residiendo en Santiago.
Preguntándonos si esta migración femenina peruana era realmente una novedad en territorios chilenos lejanos a Santiago, y si este perfil de migrantes sería encontrado en otras regiones del país, nos acercamos a nuevas fuentes de información. Los datos de los censos chilenos y las investigaciones historiográficas apuntaban a que nuestras suspicacias eran justificadas: los peruanos estuvieron circulando, viviendo y residiendo con regularidad y en porcentajes muy relevantes en el norte del país desde la ocupación de estos territorios por Chile, tras la guerra del Pacífico (1879-1883) (Tapia, 2012: 181)8. Las mujeres peruanas habían ejercido, desde el conflicto, un papel fundamental en la reproducción social de las familias y de los ejércitos. Historiadores y arqueólogos habían documentado de forma contundente la presencia masculina boliviana y peruana en diferentes ámbitos laborales, sociales y políticos en aquellos lares. Esto nos condujo hacia una nueva curiosidad: ¿Qué decían los antropólogos que etnografiaban el norte del país sobre la migración y presencia de los ciudadanos de los países limítrofes? Empezamos, así, una segunda etapa de nuestra búsqueda.
Nortes antropológicos
Nuestra mayor sorpresa al realizar este segundo momento del estado del arte fue el descubrimiento de que los antropólogos sociales chilenos que trabajaron durante décadas en los territorios del desierto de Atacama, habían prestado poca atención a la migración internacional y a la vida “transfronteriza”. Esto inclusive hasta completada la primera década del siglo XXI (Guizardi, 2016b). De hecho, hasta 2013, no se había publicado ningún trabajo de cuño etnográfico sobre la circularidad migratoria entre las ciudades de Arica y Tacna, por ejemplo9. Tampoco se estudiaban las articulaciones migratorias y comerciales entre las ciudades costeras chilenas o peruanas, y entre ellas y las villas altiplánicas (que, por lo general, son habitadas por población aymara), situadas en los territorios chilenos, peruanos y bolivianos que conforman la Triple-frontera Andina10.
Paradójicamente, pese a la tardanza en incorporar la observación de las fronteras nacionales en los relatos etnográficos de la vida local en estas áreas, los trabajos revisados representan una contribución considerable al establecimiento de una perspectiva antropológica crítica sobre la influencia de las mitologías de los Estados-nacionales en la imaginación, práctica y reproducción de los límites entre países en el norte de Chile. Esta contribución constituye un marco antropológico fundacional por lo menos con relación a tres aspectos clave.
En primer lugar, estas investigaciones se centran, en su mayoría, en los cambios sociales de la vida indígena dentro de las fronteras chilenas, derivando de etnografías desarrolladas junto a diversos grupos aymara, quechua y atacameño, entre 1980 y 2010. Presentan, además, una narrativa antropológica sensible a las particularidades de conformación de los contextos sociales. Con esta impronta contextualista, ellos retratan y analizan, desde una perspectiva regional, tres décadas de transformaciones políticas y económicas. Debido a lo anterior, estas obras desbordan al centralismo nacional chileno, aportando interpretaciones que desafían los argumentos producidos por la intelectualidad académica situada en la capital, Santiago. Se puede decir, además, que estos estudios antropológicos visibilizan la persistencia de los conflictos que la nacionalización violenta de los territorios del norte del país, anexados tras la guerra del Pacífico, como detallaremos en el Capítulo III, creó. Así, ellos subrayan que las comunidades indígenas –más que víctimas pasivas