El golpe de Estado más largo. Gonzalo Varela Petito
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La frase “no son ni serán el brazo armado de grupos económicos y/o políticos” causaría sensación en la izquierda, mas no se fundaba en un ideario progresista, sino en el decreto pachequista con fines represivos que había permitido a las ff. aa. despegar como actor político. Aunque solo embrionariamente como también decían, por comparación con el espaldarazo mayor que les significara en 1972 el estado de guerra interna y la Ley de Seguridad del Estado avalados por el Parlamento. Era esa autonomía lo que reivindicaban.
Capítulo 2. Rebelión y motín
I. Desobediencia
A las 20:00 horas de la noche del mismo día 7 acudió nuevamente Sapelli con Bordaberry a Casa de Gobierno. El mandatario se retiró a las 21:00 horas y poco después lo hizo Francese. A las 09:00 de la mañana siguiente, jueves 8, César Martínez acatando al ministro presentó renuncia y pedido de retiro, tomando su puesto como subrogante José Luis Verocay, general de la derecha en la jerga castrense (el más antiguo en el orden de precedencia militar).62 Martínez, todavía en actividad,63 esa misma mañana habría conversado con otros oficiales, incluidos los comandantes en jefe de la Marina y la Fuerza Aérea. De 11:00 a 15:00 horas hubo una reunión de altos mandos del Ejército y la Fuerza Aérea con participación de Verocay, en la sede de la Región Militar No. 1 en la Avenida Agraciada, a cuyo frente se cortó el tránsito. Trascendió la molestia de los oficiales por la renuncia de César Martínez, mas en puridad, un grupo de coroneles y generales reunidos la noche del 7 al 8 en el despacho de Esteban Cristi, jefe de la Región, había decidido ya el alzamiento, tanteando la cadena de mandos para obtener más adhesiones. Con cierta inseguridad, porque actuaban contra la Marina y sin definición de la Fuerza Aérea, que les daría su anuencia recién la mañana del 8. Los aviadores habían conferenciado en su base de Boiso Lanza y su comandante Pérez Caldas también acudió a la reunión con el arma de tierra. En octubre anterior había coincidido con Zorrilla en oponerse al principio a la detención de Jorge Batlle, pero ahora no podía apoyar al marino. Sus subordinados lo presionaban y a diferencia de la Armada, la Aviación no tenía un contingente de infantería para encarar al Ejército. Mientras que Zorrilla tenía una fibra más resistente, decía la embajada británica, Pérez Caldas era un amable oficial a la antigua que quería llevar una vida tranquila.
Las cuatro regiones militares del Ejército apoyadas por la aeronáutica resolvieron desconocer al nuevo ministro. Pérez Caldas, el único amotinado con cargo formal de comandante en jefe a causa de la dimisión de Martínez y la postura institucionalista de Zorrilla, en representación de las dos armas acudió a las 14:45 horas a casa de Francese con la intención de darle plazo hasta las 20:00 horas para que renunciara. De no hacerlo publicarían su disidencia. Se retiró visiblemente alterado al no ser recibido.64 En torno a las 16:00 horas salió Bordaberry hacia Casa de Gobierno no sin antes pasar por el comando de la Armada en la Ciudad Vieja. Francese llegó alrededor de las 17:00 horas a Casa de Gobierno para retirarse antes de una hora con señales de honda preocupación, diciendo que la situación era difícil.65 Previamente había visto a Zorrilla.66
Cumpliendo su amenaza, a las 20:00 horas militares que habían ocupado la planta emisora del Servicio Oficial de Difusión Radioeléctrica (sodre) difundieron por cadena de radio y televisión un comunicado desconociendo el nombramiento del ministro de Defensa, al que reclamaban no estar informado de “la situación actual de las ff. aa.”, así como haber provocado “el alejamiento” de Martínez y Pérez Caldas. Se reconocían los servicios (militares) prestados al Ejército por Francese, mas se ponía en duda su gestión (política) como ministro en el periodo presidencial anterior, “época en que la sedición se organizó y consolidó en nuestro medio” (lo que agregaba los mandos inconformes al ramillete de quienes responsabilizaban a Pacheco por el crecimiento de los tupamaros). El general retirado estaría respondiendo a “la concertada maniobra política ya denunciada” que —se insistía— “retrotraería [a las Fuerzas Armadas] a la superada época de ser el brazo armado de intereses económicos y políticos”.
A poco de este mensaje volvió discretamente Francese a Casa de Gobierno y ofreció renunciar, pero también voluntad de seguir si se le requería, a lo que fue confirmado. Bordaberry replicó a las 22:30 horas con una alocución de ocho minutos difundida por medios privados, pues los disidentes le impedían al presidente usar la cadena nacional que acababan de emplear. No contentos, pasadas las 23:00 horas esgrimiendo sus armas de fuego interrumpieron la retrasmisión del mensaje presidencial por televisión, prohibiendo en especial difundir imágenes del ministro de Defensa y requisando los tapes con el discurso del mandatario. Este había censurado “un comunicado suscrito […] por los Comandos del Ejército y la Fuerza Aérea […] un hecho sumamente grave. La designación del General Francese, como la de cualquier ministro […] es una facultad del Poder Ejecutivo […] Este comunicado culmina un largo proceso que he enfrentado solo y sin comunicar a la opinión pública”. Existía una idea errada, continuaba, tal vez de buena fe, de que se tramaba una conspiración de sectores políticos para dividir a las ff. aa. e impedir que estas investigaran actos de corrupción equiparables a la subversión. Pero subversión, puntualizaba Bordaberry, era querer cambiar por la violencia un sistema institucional. Invocar para ello actos corruptos —de los que ninguna sociedad está libre— era solo un pretexto (coincidía con Vasconcellos sin citarlo). Aseguraba a los oficiales que pudieran haber sido engañados que el presidente también quería combatir la corrupción por vías legales. No podía sentarse “el gravísimo precedente de suponer que todos podemos juzgarnos a todos”, ni era cierto que con propósitos políticos se hubiera destituido a los comandantes del Ejército y la Fuerza Aérea. El primero había pedido su retiro y el segundo continuaba en el cargo (Bordaberry ratificaba implícitamente a Pérez Caldas, en estado de insubordinación). La permanencia de Francese era “imprescindible […] no derrochemos […] el inmenso capital que es para el Uruguay y para los uruguayos su tradición democrática e institucionalista […] Llamo a toda la ciudadanía a defender las instituciones y a estrechar filas”.67
La Marina tomó posiciones cerca de la Casa de Gobierno donde políticos acuerdistas se solidarizaban con Bordaberry. Había colorados quincistas y reeleccionistas; ruralistas como Juan José Gari (protagónico en esta etapa) y Olga Clérici, viuda de Benito Nardone; blancos como Wáshington Beltrán, Mario Heber y Bari González —este a nombre de Echegoyen—. No debió ayudar a la credibilidad del compromiso de Bordaberry de combatir la corrupción, que también asistieran a apoyarle los diputados Cabrera Giordano y Guedes, con desafueros pendientes y juicios penales en perspectiva por su gestión pasada en la Junta Departamental de Montevideo. Cundía el pesimismo al estimarse que los militares ya no querían saber de Bordaberry ni quizás del vicepresidente Sapelli, que se encontraba en el Palacio Legislativo rodeado de políticos colorados, entre los cuales estaban desde temprano Eduardo Paz Aguirre de la 15 y Vasconcellos. Este último, disparador de la crisis, prefería no declarar a la prensa y “muy nervioso […] repetía: ‘Hay que acompañar al presidente’ ”. Pasaron también los frenteamplistas Michelini y Juan Pablo Terra. El ferreirista Héctor Gutiérrez Ruiz se reunía con políticos de su sector en el ala de la Cámara de Representantes, de la cual era presidente.